Ricardo Valenzuela
Siendo hijo de un hombre que, a sus doce años, partiera a Europa con su hermano mayor en donde recibiera toda su educación entre la Universidad de Bruselas y el London School of Economics. Nunca se imaginó que, a cierto punto de su vida, ese cúmulo de sabiduria recibido se convirtiera en herramienta productora de su frustración. Y el primer aviso lo tendría cuando, después de 12 años en Europa, regresaba a su tierra. Pero, al cruzar la frontera en Agua Prieta, el jefe de la aduana preguntara quien era ese muchacho tan elegante, el agente le respondiera, es hermano de los traidores.
Así, mi padre debutaba en el nuevo pais que habían destrozado y, a su querido hermano Gilberto, por haberse opuesto a la destrucción, lo habían declarado traidor y tuviera que dejar el pais para escapar de la furia de Elias Calles que ordenara su fusilamiento. Sus otros dos hermanos mayores, Federico y Arturo, por haber apoyado la justa causa de su hermano, se les habia decretado el mismo castigo y también eran desterrados. Y su ideal de un Mexico similar a la Europa en la que habia vivido, se le derrumbaba al penetrarlo por Agua Prieta para convertirlo en un severo juez de ese Mexico fracasado.
La frustración de mi padre se convertiría en mi eterna inquietud para entender ese suicidio de mi país. Con esa semilla, desde que tengo uso de razón, inicié la comparación del Mexico siempre fracasado y la grandeza de su vecino EU. Dos paises nacidos en mismo cuadrante de la historia, en el mismo meridiano, con recursos naturales similares, era prácticamente imposible encontrar los motivos para dos escenarios tan diferentes y apabullantes. Por otro lado, la influencia de mi abuelo materno en su lucha contra el agrarismo por su gran pecado de haber construido un emporio ganadero, en lugar de premiarlo, le arrebataban parte del éxito de su esfuerzo.Después de muchos años en los cuales se sumaba otro elemento de mi confusión, el haber sido educado en un colegio privado católico, mi desconcierto crecía de forma asfixiante. Fue cuando mi justa por encontrar las raíces del escenario cuajado de ausencia de razones, del mínimo sentido de lógica y, tal vez mi desprecio por aquellos profesores lasallistas y sus conductas, yo continuaba. Mis armas se orientaban, aun con los candados establecidos, hacia la iglesia católica lo que, como era natural, me invadía el clásico sentimiento de culpa que la iglesia utilizaba como su poderosa arma de protección.
Pero, el sentimiento de culpa desaparecía cuando me preguntaba ¿Por qué se ha provocado que los mexicanos actuemos para producir los peores resultados? Encontré muchos elementos que han acudido en este ramillete que provoca las acciones humanas. Acciones que generan esos resultados tan diferentes a los de su vecino que surgiría como la gran potencia mundial. Y debía descubrir esa potente fuerza destructora que ha dibujado la etiqueta de Mexico.
Y, en esa larga jornada finalmente aparecía ante mi algo difícil de aceptar. Una de las fuerzas destructora de prosperidad era iglesia católica y las otras denominaciones cristianas. Esa religión católica que, a diferencia de paises que han logrado desarrollos impresionantes, parte importante de sus recetas ha sido el no haber permitido ese monopolio de la iglesia que se había establecido en toda America Latina que, durante mas de 400 años, fuera la propietaria única, no solo de la salvación de almas, también de la educación y de infinidad de actividades básicas de sus economías.
El haber logrado entender esta situación me provocaba una poderosa tormenta interior. Sin embargo, a pesar del esfuerzo de la iglesia para evitarlo, en años recientes se encontraron en Egipto una serie de documentos como los evangelios de Judas, de Maria Magdalena, los de Tomás, que han aportado evidencias de algo verdaderamente doloroso de admitir. El cristianismo, desde su nacimiento, ha sido un concepto especialmente diseñado para lograr el control de la humanidad. Una religión que naciera bajo le dirección del Emperador Constantino en el famoso Conclave de Nicea en el año 325, con el objetivo de darle vida a un organismo que sirviera al Imperio.
El verdadero Jesus, no el que inventaran, habia existido, pero no como hijo de Dios, sino como un hombre de una desconocida espiritualidad superior, portador de poderes igualmente desconocidos, de una sabiduría impresionante quien, solo con su palabra podía mover las multitudes con un mensaje diferente al que después le asignaran, de una dulzura especial y lleno de amor celestial. Con ese conjunto de armas más poderosas que las falanges romanas, había provocado pánico de las autoridades y de los propietarios de esos abusivos poderes terrenales que no tenían defensa contra ese ser especial. Y ante tal amenaza decidieran sacrificarlo.
El mensaje mas potente de Jesus, era que los hombres, siguiendo su ejemplo, encontrarían la verdad (sus poderes) para convertirse en seres humanos iluminados y no necesitarían conductos burocráticos para encontrar a Dios que moraba en su interior. El Imperio debía de borrarlos y hacerlo divino así los humanos nunca aspiraran esa grandeza tan imposible para el pecador.
Trecientos años después de su aparición y, al no poder detener sus mensajes que ya provocaban un despertar de la humanidad, decidieron que, lejos de combatirlo, aprovecharían esa imagen celestial, lo tomarían como el símbolo más sagrado de la religión que nacia en ese Conclave. Lo elevarían al nivel de hijo de Dios, parte de la santísima trinidad, un ser que habia sido concebido por el espíritu santo. Ellos tomarían sus mensajes liberatorios para modificarlos a favor del imperio (dad al Cesar lo que es del Cesar) Así nacía esa esa diabólica sociedad entre el Imperio y la nueva Iglesia, algo que jamás fuera promovido por Jesus.
Y para darle base y sustento a su iglesia, tomarían los viejos valores de los filósofos griegos para modificarlos. Los buenos valores que fueran belleza, salud, riqueza, libertad, poder para darles la etiqueta de pecados abominables. Tomarían luego los antivalores como pobreza, enfermedad, prisión, sumisión, persecución como las nuevas grandes virtudes. Para darle vida a esa religión con sus potentes armas, la culpa, el miedo, la promesa del cielo, su sagrado valle de lágrimas. Pero, lo más importante del menú sería su monopolio para perdonar todos sus nuevos pecados y, si llegaran a la categoría de capitales, podrían comprar ese perdón con indulgencias pues habia que mantener esa gran burocracia que nacía.
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