EL VERDADERO POPULISMO DE TRUMP

Ricardo Valenzuela

 

Durante los últimos dos años el concepto más discutido alrededor del mundo ha sido el populismo tanto que ya causa una confusión peor que alguna de las disertaciones de Cantinflas. El populismo hoy día tiene dos muy diferentes interpretaciones; la peyorativa y la positiva. De hecho, hay dos clases de populismo. Ambos se originaron en tiempos clásicos y en el mundo occidental permanecen vigentes. En la antigüedad uno de ellos era conocido como el populismo base, y estaba representado por la salvaje plebe urbana que los Atenienses bautizaron como “achlos” y los romanos los llamaban la “Turba”. Esos movimientos se popularizaron y fueron expandidos por los llamados demagogis (lideres de la gente) y en tiempos de Roma por los tribunos más radicales.

Eran movimientos urbanos configurados en violentas bandas que exigían la redistribución de la propiedad y del ingreso, democracia radical, impuestos pretorianos a la riqueza, la cancelación de deudas, vastos incrementos en ayuda pública, empleo cívico para todos. La revolución francesa y los disturbios europeos de 1848 reflejaban las mismas inquietudes y exigencias. Hoy día, en EU Occupy Wall Street, Antifa, Black lives matter, y el fenómeno de Berny Sanders se ubican en la misma corriente. Muy seguido, intelectuales urbanos, aristócratas, y elites desde el patricio romano agitador Clodius Pulcher y el jacobino Robespierre, hasta los billonarios del presente como Soros, Steyer, asisten a estos delincuentes. Tal vez estos caballeros agitadores piensan que pueden aportar a estas pandillas prestigio, cierta sabiduría y, por supuesto, sus capitales para elevar sus ideas marxistas.

La antítesis a ese populismo radical fue promovido e ilustrado por historiadores conservadores y se considera el buen populismo de la antigüedad—y es lo que la media en el presente ataca ferozmente y lo califica de infame: la rebelión de los pequeños propietarios y las clases medias contra el poder opresivo del gobierno, contra impuestos abusivos, el internacionalismo, complementado con el rechazo del imperialismo, las guerras foráneas, y su preferencia por la libertad en lugar de la igualdad por mandato y forzada. Pensemos en la revolución americana en lugar de la francesa, el Tea Party en lugar de Antifa, en los hermanos Gracchi durante el siglo 2 AC, en lugar del pan y circo de Juvenal en tiempos de los romanos. Es decir, el populismo depredador contra el populismo creador, rebelde, de la libertad   

 

Los Mesoi, hombres de la clase media, combatían y permanecían enfrentados contra la democracia radical de Atenas. Y estas clases agrarias-propietarias serían los responsables del nacimiento de las ciudades-estado en Grecia, y también de la civilización occidental. La idea Jeffersoniana de preservar la propiedad legal de las parcelas familiares, y el derecho de pasarlas a herederos a través de leyes codificadas de herencia y derechos de propiedad, fueron los temas en la constitución de las primeras polis. El ciudadano, no el campesino, tampoco el súbdito, permanecerían enraizados a una parcela de tierra particular, y de esa forma podían disfrutar los derechos tripartitos del ciudadano: servicio militar, derecho de voto en asambleas, y la habilidad de ser autosuficiente y autónomo. De esa forma, el mesoi le daba estabilidad a la permanente volatibilidad en el consentimiento político.

 

La fundación de los EU fue de origen populista puesto que era el rechazo a la monarquía, al monopolio religioso, a la aristocracia, al estado feudal, al clasismo, a los países guerreros. Y al conseguir su independencia se estructuraban como una “república comercial” con un gobierno pequeño que emanaba del consenso de sus gobernados. República Comercial, como un claro rechazo a la aristocracia que en Europa se distinguían por no trabajar, puesto que el trabajo para ellos era degradante y el comercio era la actividad más baja en el escalafón social. Pero la distinción más importante entre los colonos de EU y los comunes de Europa fue que los colonos eran propietarios de su tierra y de la riqueza que creaban, mientras que los comunes trabajaban la tierra de los nobles pagándoles un tributo.

 

Si embargo, esa filosofía se abandonaba en la primera parte del siglo 20. Fue cuando Roosevelt “aprovechó” la crisis en camino hacia la gran depresión, para consolidar ese movimiento. El no identificó sus acciones como ideología, al contrario, lo hizo aparecer como su respuesta a la grave situación que confrontaba. Pero la realidad es que el New Deal tuvo sus orígenes en el socialismo, un socialismo que habían entretenido en sus mentes los radicales americanos y los reformadores que estructuraran todos los programas. Sin embargo, hubo otras fuerzas que acudieron al nacimiento del New Deal. Roosevelt era inflacionista y esta inclinación tenía sus orígenes en el populismo malo que surgiera en EU. Fue cuando las ideas populistas empezaron a invadir el partido Demócrata en 1896 con la candidatura de William Jennings Bryan. Esos populistas favorecían el papel moneda como un instrumento para inflación

 

La segunda influencia les llegaba de parte de Teddy Roosevelt. Los progresistas habían también invadido el partido Republicano y sus ideas en los años 30 estaban consolidadas. FDR las heredaba de su tío y las expondría vigorosamente en su campaña de 1932, sugiriendo que el gobierno requería de mucho más amplios poderes en manos del liderazgo ejecutivo en la ruta hacia un nuevo nacionalismo. Fue cuando ellos se empezaron a autobautizar como liberales, palabra que fue robada de los liberales originales. El liberalismo del siglo 19 describía su posición favoreciendo la libertad individual, el verdadero libre comercio, independencia nacional, expansión del sufragio, pero con algunos instrumentos para que no se abusara. Eran ferozmente opuestos a la intervención del gobierno en la economía. Pero los liberales del siglo 20 en EU favorecen regulaciones del gobierno y el control de la economía, son colectivistas, y ven al gobierno como una influencia benéfica en todas las áreas de la vida.

 

Una tercera influencia fue la movilización experimentada durante la primera guerra mundial. Los aspirantes a progresistas estaban realmente impresionados con lo que ellos interpretaban había sido el gran papel que el gobierno había desarrollado para controlar y dirigir la economía. El Gral. Hugh Johnson, que fuera la cabeza de la Administración Nacional para la Recuperación, estaba convencido que el gobierno podría dirigir de forma efectiva la economía en tiempos de paz. “Si la cooperación puede tener esos admirables logros”, afirmaba, “entonces hay algo mal en el viejo sistema de competencia y mercados libres”. Él se declaraba campeón de la idea de auto gobierno en los negocios privados bajo la supervisión del gobierno. Gente con ese tipo de experiencia en agencias gubernamentales durante la guerra, eran muy demandados al inicio del New Deal. Solamente los veteranos de la movilización en la guerra tenían la experiencia en la clase de la masiva toma de todas las avenidas de la gente que Roosevelt implementaba. Todos ellos llegaban a Washington en parvadas para convertirse en los operadores de la invasión. Y ahí permanecen.

 

A partir de aquellos días, se iniciaba el manejo de las infladas responsabilidades del gobierno como una organización militar. FDR sentaba las bases en su discurso inaugural afirmando que los americanos estaban con él como un disciplinado ejército haciendo la guerra contra “la emergencia”. El mismo Gral. Johnson, pedía a las mujeres unirse al presidente en su guerra contra la depresión afirmando, “quizá esta sea la guerra más peligrosa que hayamos enfrentado”. Pero este lenguaje militar era claramente una llamada para activar un esfuerzo colectivo preparando a la gente para lo que ya aparecía en su horizonte.

 

La cuarta influencia del New Deal fue la idea de una economía nacional planeada. Aquellos que favorecían ese concepto, se les responsabilizaba con el ataque contra la economía libre y competitiva afirmando era una idea tonta, producía duplicaciones, y el caos, porque todas las cosas son sacadas de balance y nunca regresan a la normalidad. Los socialistas, por su parte, durante mucho tiempo habían avanzado argumentos contra cualquier economía basada en la propiedad privada, y ahora introducían esas ideas en la corriente general de pensamiento. La prolongada depresión podía interpretarse de esa forma para que esa idea fuera más atractiva. Supuestamente ya había modelos de planeación nacional desde 1920 en la Italia fascista y la Unión Soviética. Pero la fuerza del totalitarismo de esos sistemas todavía no era conocida y, muchos intelectuales, principalmente en Europa, empezaban coquetear con ellos        

 

E Burke siempre ha sido referido como la antorcha del conservadurismo sobrio y juicioso. A pesar de la dificultad para encontrar una sistemática ortodoxia política en el vasto cuerpo de sus escritos y conferencias, sirve también como modelo del conservador moderno en nuestra incierta era. Burke tuvo como referencia la revolución francesa, pero anteriormente había apreciado y admirado elementos de la causa americana. Igualmente, es entendible que Burke pueda ser una fuente para refutar el peligroso relativismo de la izquierda radical de hoy día, al mismo tiempo que defiende el liberalismo clásico de los excesos de nacionalistas y de la plebe descerebrada de la extrema derecha. Es decir, el populismo bueno y el liberalismo original son primos hermanos.   

 

Burke seguido enfatizaba la estabilidad de las clases medias propietarias de sus tierras, y su eterna vigilancia de las costumbres y tradiciones: la constancia inmutable que exponía asegurando que lo que se mejora nunca es totalmente nuevo; lo que se retiene nunca es totalmente obsoleto. Una amplia clase propietaria sirve como baluarte contra la anarquía confiscatoria y el nihilismo revolucionario, así como el exceso monárquico, el aristócrata interno, y la autocracia clientelar. Así mismo, Alexis de Tocqueville en su Democracia en América dio constancia de la fuerza única en la influencia populista en una nación de pequeños agricultores y ganaderos. Esos propietarios de sus tierras no confiaban en la aristocracia hereditaria ni en la monarquía, pero al mismo tiempo lograban ser lo suficientemente autónomos y económicamente saludables, para poder resistir las llamadas radicales del gobierno tratando de legislar e imponer igualdad de forma autoritaria.

 

Aun así, el movimiento conservador republicano de EU ha confundido el populismo tradicional desestabilizador con el populismo restaurador de la antigüedad, o, tal vez, torpemente temen a ambos por igual. Claro, EU ya no es un país compuesto de gente solamente dedicada a la agricultura. Pero en términos modernos la propiedad de una casa, un negocio, hasta un plan de retiro, es el equivalente a la responsabilidad de custodia de propiedad y tradición. Las ancestrales ideas americanas como el derecho a poseer armas y abolir los impuestos de herencia, todavía reflejan el interés de Tocqueville de mantener la viabilidad de una amplia clase media que sospechan por igual de ricos y pobres. Pero, en el contexto moderno, la trayectoria del republicanismo ha sido “ignorar” esa cultura, en especial los efectos de la globalización y des industrialización en las pequeñas comunidades tradicionales de ciudadanos propietarios. Esa falta de atención tuvo grandes repercusiones políticas en el 2016.

 

Inmigración ilegal y fronteras abiertas fueron aceptadas como algo inevitable, e inclusive, como un evento natural con resultados positivos para ambos, derecha e izquierda. En forma colectiva los progresistas elevaron esto a nivel de derechos de los pobres llegando a EU de Centro América y México en sus propios términos, esperando anexarlos a la política y controlar su voto permanente. Esos mismos progresistas que lucharon y consiguieron el cambio demográfico del Colegio Electoral del suroeste del país asegurando sus presas. Por otro lado, el partido republicano ha confundido el populismo destructivo tradicional con el populismo ancestral constructivo, que se basaba en el individuo libre y propietario.

 

Muchos republicanos torpemente, ya sea para promover mano de obra barata o en su lúgubre creencia que, al darles amnistía, esos inmigrantes ilegales y pobres votarían por sus creencias de valores familiares conservadores. A ninguno de los dos partidos le importó la destrucción de las leyes migratorias, mucho menos de cómo las leyes federales que eran aplicables a los estadounidenses pudieran siempre arbitrariamente ser ignoradas por unos cuantos selectos, o cómo los salarios de los ciudadanos han sido deprimidos por la avenida de esos inmigrantes. Muy pocos conservadores se opusieron a la masiva entrada de ilegales pobremente educados y sin habilidades, y esos eran suficientes problemas para su rápida asimilación bajo la vieja cultura de la mezcla en la olla.

 

El consenso similar de ambas partes fue de abrazar la globalización. Fue visto no únicamente como un resultado inevitable del dominio cultural y tecnológico del mundo occidental, sino como algo moral y culturalmente enriquecedor. Porque Internacionalismo y fronteras abiertas daría paso a una positiva igualdad globalizada, aun cuando esa homogenización provocara millones de estadounidenses entre las costas con salarios deprimidos, trabajos perdidos, y una sensación de abuso de parte de los centros de poder. Globalización sin preocuparse de los efectos culturales fue algo trágico dado que se asumía sin que fuera cuestionada y debatida, el comercio sería destrabado, manufactura fuera de EU, negocios en regiones ajenas a EU, se les debería dar la bienvenida como procesos orgánicos inevitables y ultimadamente moral para todos los estadounidenses          

 

Algún observador externo podría haber puntualizado que, eliminando grandes regiones del interior, eran solo pérdidas entre los más radicales desarrollos históricos de los EU. Pero ¿Algunos estadounidenses de las costas pensaron que desindustrializando y destruyendo el valor del trabajador tradicional no tendría consecuencias culturales y económicas, sobre todo considerando el histórico papel de las clases medias como custodios de los valores nacionales?

 

La cultura popular de EU refleja esas nuevas normas. Los ganadores costeños son descritos en programas de TV y cintas psico dramáticas como inteligentes, exitosos, caminando hacia éxitos mayores, altamente móviles, orgullosamente neuróticos, auto absortos cuando caminan hacia restaurantes cinco estrellas, con los clásicos melodramas en sus oficinas. En contraste, las clases trabajadoras en el interior que representan todo lo contrario, aborígenes solo presencia para caricaturas que todavía piensan Sara Palin hubiera sido una extraordinaria vicepresidenta. Los describen en los programas de TV como Ice Road Truckers, Duck Dinasty, con sus gorras, vistiendo sus overoles y gritando con acentos rurales, toscos, bruscos. La mayoría corajudos siempre listos para maldecir y pelear. A su alrededor mucha maquinaria que ya no funciona, sus chozas y su tráiler, completan su panorama.

 

Los republicanos llegaron a creer en un mercado holístico que repartiría cultura y valores. Comunidades que han perdido fundidoras de aluminio y grandes plantas de fertilizantes, de facto ha sido probado que ellos deberían perderse, considerando el evangelio de la globalización con sus reglas de capital y trabajo siempre favoreciendo a los más eficientes—eficiencia juzgada por el bajo costo de producción, sin importar las grandes olas que sumergen su gente, su cultura y su futuro. Lo perdido en salarios de la moribunda clase media, supuestamente se justifica por la importación de productos para el consumidor más baratos.

 

No es que pensemos eso no debería haber sucedido. Debería haber sucedido, pero con una experiencia similar al arribo de la revolución industrial que enviaba a los obreros y agricultores desplazados a sindicatos socialistas. Era una lección que se debería de haber aprovechado para hacerlo de forma diferente. Porque la clase media afectada y enfurecida, nuca cantó “hagan de mi lo que quieran, ahora que estoy desarmado”.

 

Cuando en la campaña del 2016, un tosco billonario desarrollador de bienes raíces iniciaba su campaña en términos de primer pronombre personal—nuestros mineros, nuestros trabajadores, nuestros agricultores—nadie lo emuló. Sus contrarios estaban convencidos de que él sería tan irrelevante como aquellos a quienes dirigía su mensaje. Pero, trabajadores de fábricas, mineros, leñadores, vaqueros, habían sido los baluartes tradicionales de miles de comunidades americanas. La pérdida de su medio vital cuando al mismo tiempo sus productos eran altamente demandados—era una receta para el suicidio cultural de gente desesperada.

 

Entonces, en medio de este rompecabezas llegaba Donald Trump, alguien descrito como un solucionador de problemas, presumido, bocón, nacionalista, o tal vez el trágico héroe de muchas cosas. Claro, la palabra héroe junto al nombre Donald Trump aterra a la mitad del país, como lo hacen los términos nacionalista y populista. Sin embargo, una forma para entender los excesos personales de Trump y su atracción en los estados rojos es precisamente el no ser presidencial, y pudo haber sido el gran secreto para lograr cambios de posiciones ancestrales en política doméstica e internacional—redescubriendo la clase media “populista” oculta frente a la nariz del partido republicano. Es el primer presidente republicano de la historia que ha penetrado el monopolio de los demócratas de las clases medias.

 

El rudo billonario pudo conectarse con los votantes rojos y purpuras en una forma que los candidatos republicanos del pasado nunca pudieron—y no solo en términos de su firma y su ortodoxia en la atención de temas como comercio, globalización, o inmigración ilegal. Trump, la persona, tiene la misma importancia. A través de sus injurias enviaba un gran número de mensajes subliminales e implícitos que pocos entendieron.

 

Primero. Trump por su manera de hablar, su temperamento, y su vulgaridad, no estaba embonado en el grupo de control actual ni en las estructuras de poder en Washington. Entonces, él de ninguna forma estaba tratando de acomodarse con lo que hablaba ni con sus conductas. Segundo. Como el talón de Aquiles, él fue una fuerza disruptiva que pudo terminar una amenaza común con el uso de habilidades no fácilmente disponibles, o sentir no ser atractivo para sus benefactores. Ya fuera con relación a los misiles de Kim Jung—un, o con los excesos del gobierno federal, sus votantes querían alguien que tratara algo diferente.

 

Tercero. La historia y el estigma de Trump aseguraba él no podría participar totalmente, o ser aceptado por la sociedad restaurada que el trató de salvar, dada su distancia de quienes el defiende. Es cierto, su pasado machista, rijoso, sus apetitos excesivos y sus tratos financieros de altos vuelos, de alguna forma lo hacían poco atractivo en Nueva York o Merced. Sin embargo, irónicamente sus partidarios pensaban era un campeón a la distancia que podía iniciar un ataque en su nombre, contra quienes ellos aprendieron a despreciar.

 

Trump fue némesis que reconocía la arrogancia de la cultura costeña. Cuando retó las noticias falsas, cuando en sus twits atacó a la media corrupta, cuando atacó la globalización, cuando se burló de los políticos de Washington, despotricó sin detenerse gritando con crudeza—gran parte del país sintió que finalmente tenían un aliado dispuesto a ganar con rudeza, en lugar de, en el caso de McCain y Romney, perder noblemente y dar las gracias. Fue cuando alguien comentó de sus oponentes: “Ellos son los que están provocando su arribo y lo harán presidente”. Los blancos de la ira de Trump nunca entendieron que los ataques del grupo de poder, ni sus propios auto señalamientos de gran sensibilidad, entrenamiento, experiencia, educación, moralidad, clase, autoridad, fue precisamente la fuerza que hizo del Trumpismo algo tan atractivo.

 

En el 2016, sabios y expertos se enfocaron en el populismo de carrera, clase, género, pero serían los iluminados Hillary Clinton y Berny Sander quienes pretendieron canalizar la nueva identidad, juventud, y el feminismo, como políticas a su ventaja. Pero todos olvidaron que había otra tradición populista, estaba dormida. Una tradición que fue herencia de los padres fundadores avalando al individuo libre y propietario. Ignoraron la frase de Jefferson: “Comercio con todos los países, alianzas con ninguno”. Tampoco entendieron que había una bomba silenciosa pero muy potente esperando explotar—si alguien pudiera ser cauteloso y estar lo suficientemente irritado para activarla.    

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