Ricardo Valenzuela
Amanece un
nuevo día para Venezuela pues navega la noticia del troglodita Maduro dispuesto
a firmar un acuerdo aceptando haber perdido la elección, y entregar el poder
que el chavismo retuviera durante 25 años y destruyeran ese bello país. Lo
único que me parece inaceptable de tal acuerdo, es que este sujeto pueda gozar
de impunidad y no pague por sus horrorosos crímenes, además, que pueda mantener
los billones que le ha robado a su pueblo que un conocido autor que, en base a
su investigación, lo ubica en unos $300 billones de dolares.
Y me molesta de forma especial porque yo considero que la impunidad ha sido una de las más poderosas fuerzas que ha alimentado la formación del monstruo desbocado, que fuera impulsado por la ausencia del mínimo temor a las consecuencias considerando que nunca las tendría que pagar. En las escuelas de negocios nos enseñan que el proceso administrativo consiste en planeación, organización, ejecución y, sobre todo, control. Y si se elimina la última fase del proceso, rápidamente el proyecto inicia aquello de que “al ojo del amo engorda el caballo”, y el amo en esta tan citada democracia debe ser la gente que los eligió.
Pero, cuando a la gente se le programa para asumir la servidumbre y, sobre todo, cuando el gobierno se ha convertido en esa organización a la acuden aspirantes a burócratas que consideran la gran oportunidad de, al entrar a ese club, es una garantía de hacer fortuna rápidamente ejecutando acciones por las cuales nadie le pedirá explicaciones. Algo que Andrew Jackson, refiriéndose a los políticos profesionales, afirmaba que ello los haría irresponsables, ineptos, y especialmente corruptos. La administración pública era un servicio social y un deber que el ciudadano debía cumplir en plazos cortos.
Y los gobiernos caen en una total impunidad cuando no tienen una oposición vigorosa. Una oposición que les provoque saber que no deben ignorar las reglas, leyes y, sobre todo, los valores que tanto puntualizara John Adams, segundo presidente de EU, cuando afirmara; “nuestra constitución es para hombres morales”. Se basó en la Ilustración que defendía la capacidad humana de razonar como herramienta de adquirir conocimientos, mantener la libertad individual y el desarrollo humano. Y sabemos los monopolios son siempre destructivos especialmente en los gobiernos.
Los gobiernos modernos nacían para proteger los derechos del individuo, pero, llegamos a un punto en el cual el peligro más grande que enfrentan las sociedades, son los gobiernos siempre gozando de impunidad por sus crecientes agresiones. No fueron instituidos para promover moralidad, ni para provocar crecimiento económico, ni para asegurar la felicidad de todo mundo. Jefferson reclamaba al fallar en arrestar y castigar a quienes violen los derechos de otros. Una organización coercitiva con monopolio de la fuerza.
Un proceso que se ha desarrollado sin el equilibrio de los poderes y se aplican los castigos a su conveniencia. La ley se ha convertido en el mal que debería combatir. Y cuando las leyes se corrompen, se elimina la justicia, crece la impunidad y al no respetar reglas ni leyes así nacería un deporte popular. El sistema judicial se ha transformado en un cartel donde se cotiza todo. Se contagia el poder legislativo y opera como un mercado donde todo se compra y vende en sociedad con ese Poder Judicial. Todo coordinado por el ejecutivo
Y cuando los gobiernos inician mutaciones hacia el vampirismo sin consecuencias—se llevan a cabo esas grandes transformaciones.
Y cuando los pasos de los gobiernos para escalar la estructura del poder se aceleran, tradicionalmente se acompañan de sociedades que les han modificado sus estructuras mentales, sociales, morales, estaremos presenciando el nacimiento de un infierno. En el caso de los EU, el ejemplo del mundo, se llamaría Política de Bienestar Social. Ello significa una conglomeración de programas, leyes, regulaciones, decisiones judiciales, tocando cada fibra del ser humano. Todo lo podríamos resumir en transferencias de los “ricos” hacia los “pobres” pero todo camuflajeado creativamente.
Entre los años 1950-1980, el gasto de bienestar social se incrementó veinticinco veces. En ese periodo la población solo creció la mitad. Era claro que algo habia sucedido en esas tres décadas que reflejaban un agresivo cambio de políticas. El gobierno federal no simplemente aumentaba sus gastos, los incrementaría en una magnitud nunca vista de forma exagerada. Era el inicio de una revolucion, una generosa revolucion. Se alteraba así el estado de un consenso nacional acerca de lo que significaba ser pobre, quienes eran los pobres y, sobre todo, que era lo que les debía el resto de la sociedad.
Los EU estaban atestiguando una revolución con sus reformas. John Kennedy quería que el programa de bienestar social se convirtiera en una fuerza de progreso social positiva. Fuerzo que provocara la integridad y la preservación de la familia. Que atacara la dependencia, la delincuencia juvenil, ilegitimidad, mala salud. Debía reducir la incidencia de esos problemas, prevenir que ocurrieran y recurrieran, y proteger al vulnerable en un mundo de alta competencia. Se iniciaba la construcción final de lo que llevaría a EU hacia su destrucción. La destrucción de todo lo que JFK quería impulsar.
Un juez familiar afirmaba: “Todos los días, sentado en mi sala del tribunal, acumulaba más pruebas de que el nuevo sistema de ayuda estaba ya minando a los beneficiarios y funcionaría, pero solo como algo que ya estaba fomentando el cinismo, las manipulaciones mezquinas y una inmoralidad descarada entre la gente”.
Otro de los jueces preguntaba. “¿No es esta satisfacción temporal que logran estas medidas de socorro, solo un contrapeso para los males que surgen con las expectativas que les provoca su relajación de trabajar, una muestra de la benevolencia y comodidad que produce confianza en esa ayuda caritativa en tiempos desfavorables, que inevitablemente debe tender a disminuir, disminuyendo la saludable ansiedad de prever las necesidades de un día lejano, que es lo único que puede salvarlos de establecer el estado de una dependencia absoluta para convertirse en una carga para la comunidad?”
Habían ya enfermado la sociedad modificando sus estímulos, sus valores, sus historias, sus incentivos. Necesitamos una nueva revolucion que destierre la impunidad y se castiguen los crímenes.
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