Ricardo Valenzuela
Hace unos días produje una nota titulada, “Pecamos, pero fue por el Bien Común”. En ella describía la forma en que, con su clásica arrogancia, sonriendo los usurpadores aceptaban ante la opinión pública mundial el haber robado la elección el pasado mes de noviembre, argumentando fue para salvar la humanidad. Pero, todavía más increíble, lo justificaban porque con ese fraude, según ellos, habían salvado la democracia en los EUA. Con esos argumentos exhiben una estructura semejante, pero, mucho peor, a la de los escuadrones de la muerte que por algún tiempo operaron en varios países de AL, para, a su elección, buscar, encontrar y asesinar gente que definían como elementos negativos para la sociedad. Es decir, sin un proceso legal, actuaban como jueces, jurados y ejecutores de ciudadanos que ellos decidían no merecían vivir.
Parece que en los EUA también se está regresando a la época de los linchamientos tan populares durante el siglo 19 y parte del siglo pasado, especialmente operados contra seres humanos que algunos consideraban no tenían ese derecho fundamental, el derecho a la vida, por acciones que, bajo su indecente código moral, eran suficientes para privarlos de ella y procedían a colgarlos. Pero, el caso del robo de la elección en EUA es más grave porque implica una afrenta a la constitución y a todas las leyes civiles y electorales del país, por un grupo de oligarcas en sociedad con sindicatos, la media y fuerzas internacionales. Un grupo que decidiera la sociedad civil es tan ignorante e irresponsable que, como su única suprema obligación, debían corregir ese grave error que habían cometido al votar por Donald Trump. Linchaban a un país y a los 80 millones que votaron por Trump.
Este ha sido un grave paso hacia esas oscuras regiones cavernosas donde solo habitan los demonios. Esas regiones en donde la ley, ante los caprichos e intereses de grupos de poder, pasa a ubicarse a un sitio inferior a los planes de este movimiento de piratas sedientos de poder. Porque, cuando la ley se utiliza para aniquilar al individuo, a la sociedad, y dejarlos a merced de gobiernos ilegítimos y dictatoriales, nunca se reconoce ni se garantiza justa y armónicamente los atributos esenciales del hombre, sus derechos individuales y los de la sociedad y así apuntamos la proa hacia un infierno.
Es cuando emergen con ferocidad las desigualdades, los privilegios de los poseedores de esas infinitas fortunas, y al hombre común se le priva de las oportunidades de progreso, desarrollo y prosperidad, sin más diferencias que las que surjan producto natural de la virtud, el trabajo, el talento de cada quien. Y de esa forma surge la nueva explotación del hombre por el hombre, el aniquilamiento de los débiles por los más fuertes, no se sancionan las garantías individuales del ser humano estableciendo una competencia justa, libre, equitativa y moral en la lucha por la vida, por un futuro en el que cada quien reciba lo que justamente merece protegido siempre por un incorruptible estado de derecho. La ley, entonces, se convierte en lo que debería combatir.
Se fomenta el odio y una nueva lucha de clases, nunca la concordia ni la unión de la sociedad mediante una estructura jurídica en la que cada quien pueda libremente ejercitar sus derechos y cumpla con sus obligaciones y responsabilidades, en acuerdo con las reglas de justicia y equidad. No para consagrar una nueva dictadura de un hombre o de una clase social. No para permitir un poder público, despótico y tiránico que lleve su osadía hasta profanar la misma santidad del hogar, que pretenda controlar el espíritu y la conciencia de todos, sino un gobierno honesto, moral con facultades expresas y limitadas cuya misión fundamental sea promover y proteger el ejercicio de la libertad del individuo armonizado con los derechos de todos los miembros de la sociedad, siempre bajo el orden y la sujeción a la ley.
Porque nada noble puede edificarse sobre las bases del odio, la envidia, la venganza, la traición. Solo la libertad, el respeto, la integridad, el patriotismo son imperecederos y fecundos. El amor a la patria y el culto a sus antepasados, el amor a la justicia y a esa libertad tiene, en las almas puras, características de una religión. Son los elementos urgentes cuando se requiere de patriotas para salvar la patria de la grave amenaza que en estos momentos la acecha como el tigre hambriento escondido entre los matorrales.
Es urgente rescatar los valores y las ideas que los padres fundadores nos heredaron, porque esas son las verdades que nos enseñaron con su ejemplo cuando ellos tuvieron que enfrentar las encrucijadas. Los valores de esos hombres que nos dieron la patria que ahora enfrenta una amenaza más grave que la del ejército británico a finales del siglo 18. No podemos permitir que los enemigos de la libertad y de la patria sean victoriosos acudiendo al atropello, la traición, el asesinato político, la burla descarada de esa sociedad civil, el monopolio y el robo que pretenden elevar a la categoría de institución pública practicando esa nueva patente de impunidad, porque, si lo permitimos, este gran país estará condenado. Porque fue ese pueblo noble, amante de la libertad, sano de cuerpo y alma, respetoso de la ley y sus semejantes, el que le entregó su voto a ese hombre, Donald Trump.
Ese pueblo que condena a los embaucadores, a los judas, a los criminales que ahora les quieren robar sus sueños que Trump les reviviera, que pretenden callar sus reclamos ante sus delitos, y conocen bien esa realidad de los mercaderes de la democracia que ahora, burlándose de ellos, afirman los quieren proteger y les piden aceptar que su pandilla de bandoleros tome el poder para perpetuarse. Y, frente a ellos, pretenden destruir a ese hombre que decidiera entregar su vida para, de su brazo, levantarse de nuevo y apuntar hacia sus propósitos. Y, sin importarle el peligro que lo acecha, consciente de su misión enarboló, sereno y tranquilo, la bandera de la redención nacional. Cumplió con su primera etapa señalando caminos de luz, honor y esperanza. Reconociendo como única dictadura, la de la justicia y de la ley.
Se levanto y se rebeló ante lo que ahora los usurpadores quieren reinstalar, su esquema de injusticia e inmoralidad, de su explotación limitando la libertad, los derechos del hombre, hasta llegar a desconocer las atribuciones esenciales de la naturaleza y la moral. Ese hombre que se enfrentó a los actos arbitrarios del gobierno en pro del individuo libre. Que claramente estableciera que las autoridades solo pueden hacer aquello para lo que expresamente han sido facultadas por las leyes, en tanto que los particulares son libres de ejecutar todo lo que las leyes no les prohíbe, en algo que él llama desiderátum de la libertad y el interés particular del individuo.
Ese hombre que quiera regresar la grandeza de América y otros quieren destruirlo.
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