EL ARQUITECTO DE ALEMANIA

Ricardo Valenzuela

 Ludwig Erhard

Cuando un país enfrenta una crisis que amenaza su misma sobre vivencia, en su trastienda encontramos las herramientas utilizadas para hacerle frente y, en su estado de salud presente, comprobamos la efectividad o lo destructivo de las mismas. En la trastienda de los EU emerge la revolución de Reagan; en la de Japón encontramos las armas de Mc Arthur; en Singapur las armas de Lee Kuan Yew, en la de México trastabillamos con las traspanas y machetes del Pacto de Calles.

Sin embargo, en el desván de los recuerdos de uno de los países más poderosos de la tierra, Alemania, permanece olvidado un capítulo de la historia el cual, en estos momentos de confusión global, debería ser inspiración para el todo el mudo y en especial para México y para los Estados Unidos que en estos momentos navegan sin rumbo en medio de la grave tempestad y ante la devastación post revolucionaria y esta moderna torre de Babel que nos aprisiona cuando buscamos nuevas herramientas, pero no las encontramos.

 

Al finalizar de la Segunda guerra mundial, Alemania quedó totalmente destruida y a merced de los aliados. Sería luego cruelmente cercenada, de la misma forma que ya había sufrido después de la primera guerra, dando vida a dos mendigos; las Alemanias Oriental y Occidental. La primera bajo la bota de la Unión Soviética, la segunda en el mapa de los aliados. Los soviéticos cubrían la presa de su cacería con un manto sepulcral de silencio y censura, gestando la “República Democrática de Alemania.” Décadas después el mundo se enteraría de la vergonzosa realidad de hambre, miseria y explotación con lo que se condenaba a esa mitad de la Alemania sacrificada, la del destino equivocado.

 

Alemania Occidental porta en su expediente historias de heroísmo, valor, e indomable carácter para reconstruirla ante la humillante derrota. Después acuerdos de Bretton Woods, en donde se elaboraba la receta para la recuperación económica mundial de acuerdo a los intereses de el ya conocido grupo diabólico, Elites Globales, Germania ya no era un país, era una zona de muerte y devastación. Pero en el corazón de la Europa ya cautiva del Keynesianismo impreso en los acuerdos para la nueva arquitectura financiera, surgía un hombre para convertirse en el símbolo del “Milagro Alemán.”

 

Hitler además de los activos de la sociedad, había usurpado algo más valioso; sus mentes. La tarea no era sólo enfrentar la devastación física, sino también la devastación moral de una población engañada, manipulada y violada. Cuando menos esa sería la versión de los nuevos patrones del mundo. Era esa la tarea que enfrentaba este estadista ante el cual, todas las apuestas se establecían en su contra. Pero cuando alguien anida un gran sueño, lo convierte en su propósito supremo y decide pagar cualquier precio para lograrlo, poderosas fuerzas acuden a su ayuda y se revela como realidad. Ese hombre era Ludwig Erhard a quien, sin exageraciones frívolas, se le puede llamar el padre de la Alemania moderna.

 

En el verano de 1945 la ciudad de Berlín era un gigantesco basurero, un colectivo campo santo y no había edificación que permaneciera erguida. Pero ello era sólo la mínima expresión del infierno que la cubría. La gente buscaba sustento entre los escombros y basureros; algunos comían ratas para sobrevivir; circulaban inclusive historias de canibalismo. En los meses posteriores el cáncer de las economías abrazaba al moribundo país; inflación galopante que ya había destruido su moneda.

 

Los EU activaban un plan para la desnazificación, desarme y democratización del infierno de Dante. Ante la revelación de los campos de concentración Nazis, surgía una ola de de indignación mundial y los aliados expropiaban lo pocos bienes de capital no destruidos, demandando pagos de su futura producción. El Plan Morgenthau hacía un llamado para mantener Alemania en camisa de fuerza como economía rural, y de esa forma, evitar su resurgimiento. En este infierno surgía el Gral George Patton protestando por la forma en que de nuevo se castigaba Alemania, básicamente por la infiltración comunista que ya se había llevado a cabo en el gobierno de EU.

 

Ante este apocalíptico panorama, hace su debut Ludwig Erhard como Ministro de Economía. El Plan Marshal funcionaría como espada de dos filos. Era un torrente de capital para limpiar las heridas de la guerra, pero era también la consolidación del estatismo keynesiano que ya abrazaba al mundo en el cual, el Estado expropiaba a la sociedad gran parte de su libertad usurpando la función de “su promoción económica”. Europa iniciaba su ruta hacia su Euroesclerosis y los partidos social demócratas, enarbolando la bandera del colectivismo, tomaban control del Continente. Patton de nuevo protestaba afirmando Alemania ya no era el enemigo, el verdadero enemigo era Rusia y, si EU no intervenía, se apoderarían de toda Europa Oriental. Y, cerraba, habremos derrotado a Alemania, pero habremos perdido la guerra al fallarle a la mitad de Europa.

 

Sin embargo, Erhard no se deja seducir por el canto de las sirenas estatistas, ni por los chantajes de la Tesorería marxista de EU. Es aquí cuando inicia uno de los capítulos de la historia económica mundial más ignorados. Activaba un rescate para la moribunda Alemania mediante una terapia intensiva y milagrosa. Japón era recogido de sus escombros por un Douglas Mc Arthur, quien, como Jesucristo a Lázaro, lo revivía para hacerlo marchar. Pero el orgullo alemán aun ante la derrota, no permitiría prótesis en la etapa más importante de su historia.

 

Remando contra la corriente mundial del nuevo estatismo, inicia una reestructuración monetaria para de inmediato domar la inflación. Esta reforma era precedida por uno de los programas de liberación económica más importantes de su historia que, antes de ser destruida, se encontraba encadenada vía el socialismo militar del nazismo. En un periodo en que el mundo se dirigía en la dirección opuesta; Alemania se sacudía las cadenas del estatismo para establecer una economía liberal—aunque Erhard le daba un tinte especial y la bautizaba como “economía social de mercado.”

 

Erhard definía su invento como: “Un sistema de mercado libre orientado a consolidar la eficiencia y potencial de la economía, promoviendo justicia social a través de un marco de libertad individual en donde imperara el estado de derecho, ante el cual, “todos serían iguales. Mas mercado y más ley,” afirmaba el economista.

 

Liberando el genio aprisionado desde la era de Bismarck y protegido con el marco legal, en los 5 años posteriores a la su derrota el ingreso per cápita crecería un promedio de 20% anual; la producción industrial en un 40% y para 1958, sería cinco veces superior. Su resurgimiento sería tal que de inmediato pudo pagar sus deudas y reparaciones de guerra y así se iniciaba el periodo conocido como la época de oro alemana. Erhard lograba algo también milagroso, el pueblo alemán recuperaba la confianza en su gobierno luego de ser violado. El secreto de su milagroso programa es definido como su habilidad, no para crear gentes mejores, sino para inspirarlos y haciendo uso de su genio aprisionado, impulsarlos para alcanzar grandes logros.

 

Afortunadamente en el devastado México podemos ver la emergencia de nuestros revolucionarios Ludwigs— Von López y otros—apóstoles del derecho y cargando como herramienta sus guadañas, se declaran listos para el rescate antes de que lleguemos a devorarnos unos a los otros, puesto que, hace mucho la gente busca sustento en los basureros y no come ratas, porque todas se atrincheran en las oficinas de sus partidos, las protegen con guaruras pagados por el pueblo y, circulan en autos blindados cortesía de Hank Rhon.

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