Frederic Bastiat
Yo desearía que alguien
ofreciera un premio por una buena, simple e inteligente definición de la
palabra "Gobierno".
¡Qué gran servicio le
conferiría a la sociedad!
¡El Gobierno! ¿Qué es?
¿Dónde está? ¿Qué hace? ¿Qué debe hacer? Todo lo que sabemos es, que es un
misterioso personaje; y, seguramente, es el más solicitado; atormentado;
abrumado; admirado; acusado; invocado y provocado de todos los personajes en el
mundo.
No tengo el placer de
conocerlos, lectores, pero apostaría diez a uno que por seis meses han estado
construyendo Utopías, y de ser así, está esperando que el Gobierno las haga
realidad.
Y si sucediera que el
lector es una dama, no dudo que ella esté sinceramente deseosa de ver que se
remedien todos los males de la sufrida humanidad, y que ella piensa que esto
sería fácilmente realizable, si tan solo el Gobierno lo emprendiera.
Pero ¡qué pena! ese pobre e infortunado personaje, cual Fígaro, no sabe a quién escuchar, ni a quién acudir. Las cien mil bocas de la prensa y de la tribuna claman todas a la vez:
"Organice el trabajo y a los trabajadores.""Reprima la
insolencia y la tiranía del capital."
"Conduzca
experimentos sobre estiércol y huevos."
"Cubra el país con
ferrocarriles."
"Irrigue las
llanuras."
"Siembre los
cerros."
"Construya granjas modelos."
"Funde talleres
sociales."
"Nutra a los niños."
"Eduque a la
juventud."
"Ayude a los
ancianos."
"Envíe a los habitantes de la ciudad al campo."
"Iguale las ganancias
de todos los negocios."
"Preste dinero sin
interés a todos los que desean préstamos."
"Emancipe a la gente oprimida en todas partes."
"Críe y perfeccione
el caballo ensillado."
"Estimule las artes,
y provéanos de músicos, pintores, y arquitectos."
"Restrinja el
comercio, y al mismo tiempo cree una naviera mercante."
"Descubra la verdad,
y ponga un poquito de razón en nuestras cabezas. La misión del gobierno es iluminar,
desarrollar, extender, fortificar, espiritualizar, y santificar el alma de la
gente."
"Tengan un poco de
paciencia caballeros" dice el Gobierno, en un tono suplicante. "Haré
lo que pueda para satisfacerlos, pero para esto debo tener recursos. He estado preparando planes para cinco o seis
impuestos, los cuales son bastante nuevos, y casi nada opresivos. Ustedes verán
con cuanta voluntad la gente los pagará."
Entonces surge una gran
exclamación: "¡No! ¡En verdad! ¿De dónde viene el mérito de hacer algo con
recursos? ¡Así, no merece el nombre de
Gobierno!"
"En vez de cargarnos
con nuevos impuestos, haremos que retires los antiguos. Debes suprimir:
El impuesto al tabaco.
El impuesto al licor.
El impuesto a las cartas.
El impuesto a las aduanas.
Las Patentes."
En medio de este tumulto,
y ahora que el país ha cambiado una y otra vez la administración, por no haber
satisfecho todas las demandas, yo he querido mostrarles que ellos se
contradecían a sí mismos. Pero, ¿en qué he estado pensando? ¡Debí haber guardado esta desafortunada
observación para mí mismo!
¡He perdido mi carácter
para siempre! Se me mira como un hombre sin corazón y sin sentimientos -un
filósofo seco, un individualista, un plebeyo- en una palabra, un economista de
la escuela práctica. Pero, les pido perdón,
sublimes escritores, quienes no se detienen ante nada, ni siquiera ante las
contradicciones. Estoy equivocado, sin
ninguna duda, y estoy dispuesto a retractarme.
Yo debería estar suficientemente contento, pueden estar seguros, si
ustedes realmente ya han descubierto un benéfico e inagotable ser, que se llama
a sí mismo Gobierno, el cual tiene pan para todas las bocas; trabajo para todas
las manos; capital para todas las empresas; crédito para todos los proyectos;
aceites para todas las heridas; bálsamos para todos los sufrimientos; consejos
para todos los problemas; soluciones para todas las dudas; verdades para todos
los intelectos, diversiones para todos los que las quieren, leche para la
infancia, y vino para los adultos. Un Gobierno que puede proveer todos nuestros
deseos, satisfacer todas las curiosidades, corregir todos nuestros errores,
reparar todas nuestras fallas, y eximirnos, por lo tanto, de la necesidad de
previsión, prudencia, juicio, sagacidad, experiencia, orden, economía,
templanza y actividad.
¿Qué razón podría yo tener
para no desear ver tal descubrimiento realizado? En verdad, más que lo pienso, más que veo que
nada podría ser más conveniente que todos tuviéramos dentro de nuestro alcance
una fuente inagotable de riqueza y conocimiento - un médico universal, un
tesoro ilimitado, y un consultor infalible, tal como ustedes describen que es
el gobierno. Por esa razón es que quiero
señalarlo y definirlo, y un premio debe ser ofrecido al primer descubridor del
Fénix. Nadie pensaría en afirmar que este precioso descubrimiento ha sido hecho
todavía, si hasta ahora todo lo presentado bajo el nombre de Gobierno ha sido
en algún momento trastocado por la gente, precisamente porque este no satisface
las condiciones bastante contradictorias del programa.
Me aventuraría a decir que
temo que somos, en este aspecto, las víctimas de una de las más extrañas
ilusiones que han hecho presa de la mente humana.
El hombre se aparta de los
problemas - del sufrimiento; y, sin embargo, la naturaleza lo condena al
sufrimiento de privarse de todo, si él decide no tomarse el problema de
trabajar. Entonces, tiene que elegir, entre estos dos males. ¿Qué medios puede adoptar el hombre para
evadir ambos? Hay sólo una forma y
siempre la habrá, esta es, la de disfrutar del trabajo de otros. Ese modo de proceder evade el problema y la
satisfacción en su proporción natural, y causa que todo el problema sea un peso
para un grupo de personas y toda la satisfacción para otro grupo de personas.
Este es el origen de la esclavitud y del robo, en cualquier forma que tome - ya
sea como guerra, impuestos, violencia, restricciones, fraudes, etc. – abusos monstruosos,
pero consistentes con el pensamiento que les ha dado origen. Se debe odiar y
resistir la represión, difícilmente puede llamársela absurda.
¡La esclavitud está
desapareciendo, gracias a Dios! Y, por otra parte, nuestra disposición a
defender nuestra propiedad impiden que nos roben en una forma directa y abierta
fácilmente.
Una cosa, sin embargo,
permanece - es la inclinación original existente en todos los hombres de
dividir el peso de vida en dos partes, lanzando el problema hacia otros, y
manteniendo la satisfacción para ellos. Aún
falta por demostrar bajo que nuevas formas esta triste tendencia se manifiesta.
El opresor ahora no ejerce
directamente y con sus propios poderes sobre su víctima. No, nuestra conciencia se ha hecho demasiado
sensitiva para esto. El tirano y su
víctima todavía están presentes, pero hay una entidad mediando entre ellos: el
Gobierno -esto es, la Ley misma. ¿Quién puede ser mejor indicado para silenciar
nuestros escrúpulos y, tal vez, mejor apreciado para impedir toda resistencia?
Por lo tanto, nosotros reclamamos, bajo un pretexto u otro, y pedimos al
Gobierno. Le decimos, "Estoy insatisfecho ante la proporción de mi trabajo
y mis gozos. Me gustaría para restaurar el equilibrio deseado, tomar parte de
lo que otro posee. Pero esto podría ser
peligroso. ¿Podrías facilitarme esto para mí? ¿No me podrías encontrar un buen
lugar? o ¿chequear la industria de mis competidores o, tal vez, prestarme
gratuitamente algo de capital, el cual, se lo puedes quitar de su poseedor? ¿No
podrías mantener a mis hijos a costa del gasto público? ¿O darme algunos
premios o garantizarme una competencia cuando haya alcanzado mi cincuentavo
año? De esta manera cumpliré mis fines
con una conciencia tranquila, ya que la ley a habrá actuado por mí, y yo tendré
todas las ventajas del robo, ¡sin el riesgo o su desgracia!"
Como es seguro, por una
parte, que todos nosotros estamos haciendo similares pedidos al Gobierno; y
como por otra parte, está comprobado que el Gobierno no puede satisfacer a un
grupo sin añadirle trabajo a los otros, hasta que pueda obtener otra definición
de la palabra Gobierno me siento autorizado a dar mi propia. ¿Quién sabe si ella obtendrá el premio? Aquí
esta:
"Gobierno es la gran ficción a través de la cual todos nos empeñamos por vivir a expensas de los demás."
Ahora, como antes, cada
uno trata de beneficiarse en mayor o menor medida, del trabajo de los demás.
Nadie se atrevería a expresar que eso es lo que realmente ocurre. Se lo ocultan
a sí mismos. Entonces ¿qué es lo que se hace? Se busca un medio; se pide al
gobierno, y cada clase, cuando le toca el turno, se dirige al Gobierno y le
dice: "Tú, que puedes tomar justificada y honestamente, toma del público,
y nosotros participaremos." ¡Qué bien!
El gobierno está muy bien dispuesto a seguir este diabólico consejo,
para ello está conformado de ministros y empleados - de hombres, en pocas
palabras, quienes, como todos los otros hombres, desean en sus corazones,
agarrar siempre cada oportunidad con celo, para incrementar su riqueza e
influencia. El gobierno no es nada lento
en percibir las ventajas que puede obtener de la parte que el público le
confía. Está contento de ser el juez y
el amo de los destinos de todos; tomará mucho, porque entonces le quedará una
porción más grande para sí mismo; multiplicará el número de sus agentes; y
agrandará el círculo de sus privilegios; acabará apropiándose de una ruinosa
proporción.
Pero lo más notable de
todo esto es la sorprendente ceguera del público ante todo esto. Cuando los soldados triunfantes solían
reducir a los conquistados en esclavos, eran bárbaros, pero no absurdos. Su objetivo, como el nuestro, era de vivir a
expensas de otros, y no fracasaron en ello. ¿Qué debemos pensar de una gente
que nunca sospecha que el robo recíproco no es menos robo porque es recíproco;
que no es menos criminal porque es llevada a cabo legalmente y con orden; que
no aporta nada al bien público; ¿que lo disminuye, en la misma proporción de lo
que cuesta mantener el costoso medio al cual llamamos el Gobierno?
Y esta es la gran quimera
que la nación francesa, por ejemplo, colocó en 1848 para que sirva de
inspiración a su gente, como un frontispicio a su Constitución. Lo siguiente es el principio del preámbulo de
esta Constitución:
"Francia se ha
constituido en una república con el propósito de llevar a todos sus ciudadanos
a un incremento continuó en el grado de moralidad, ilustración y
bienestar."
De modo que es Francia, o una abstracción, la que debe elevar a los franceses a la moralidad, bienestar, etc. ¿No es entregándonos a esta extraña ilusión que se nos ha inducido a esperar todo de una energía que no es la nuestra? ¿No es este supuesto, ciertamente gratuito, que existe entre Francia y los franceses, entre una denominación simple, abreviada y abstracta de todas las individualidades y estas individualidades mismas - relaciones como de padre a hijo, tutor a pupilo, profesor y alumno? Sabemos que a menudo se dice, metafóricamente, "el país es una tierna madre." Sin embargo, para mostrar cuan insana es esta proposición constitucional, se necesita únicamente mostrar que se la puede revertir, no sólo sin ningún inconveniente sino con ventaja. Sería menos preciso decir:
"Los Franceses se han constituido ellos
mismos en una república para llevar a Francia a un incremento continuo en el
grado de moralidad, ilustración y bienestar."
Pero ¿cuál es el valor de
un axioma donde el sujeto y el atributo pueden cambiar de lugar sin ningún
inconveniente? Todos entendemos lo que quiere decir: " La madre alimentará
al niño." Pero sería ridículo afirmar: "El niño alimentará a la madre".
Los Americanos sugieren otra idea de las relaciones de los ciudadanos con el gobierno cuando pusieron estas palabras tan simples al principio de su Constitución: "Nosotros, las personas de los Estados Unidos, con el propósito de formar una unión más perfecta, de establecer justicia, de dar tranquilidad interior, de proveer nuestra defensa común, de incrementar el bienestar general y de defender los beneficios de la libertad para nosotros y para nuestra posteridad, decreta," etc.
Aquí no hay una creación
quimérica, no una abstracción, de donde los ciudadanos puedan demandar todo.
Ellos no esperan nada excepto de ellos mismos y de su propia energía.
Si se me permite criticar
las primeras palabras de la Constitución Francesa de 1848, yo diría, que de lo
que me quejo es algo más que una simple sutileza metafísica, como pudiera
pensarse a primera vista.
Yo planteo que esta
personificación del Gobierno ha sido, en el pasado y en el porvenir, una fuente
fértil de calamidades y revoluciones.
De un lado está el
público, y del otro el Gobierno, ambos considerados como seres distintos; este
último obligado a otorgarle al primero, y el primero tiene el derecho a
reclamarle al segundo todos los beneficios humanos imaginables. ¿Cuáles serán las consecuencias?
De hecho, el Gobierno no
es un lisiado, y no puede serlo. Tiene dos manos - una para recibir y otra para
dar; en otras palabras, tiene una mano áspera y otra suave. La actividad de la
segunda necesariamente está subordinada a la actividad de la primera. Estrictamente
el gobierno puede tomar y no reponer. Esto es evidente, y puede ser explicado
por la naturaleza porosa y absorbente de sus manos, que siempre retienen una
parte, y otras veces todo de lo que tocan. Pero lo que nunca se ha visto, y
nunca será visto o concebido, es que el Gobierno le pueda reponer a las
personas más de lo que ha tomado de ellas. Es radicalmente imposible para el
gobierno otorgar un beneficio particular a cualquiera de los individuos que
conforman la comunidad, sin inferir un daño mayor a la comunidad como un todo.
Nuestras demandas, por
consiguiente, lo ponen en un dilema. Si rehúsa otorgarnos lo que le pedimos, es
acusado de debilidad, mala voluntad e incapacidad. Si decide concedérnoslo,
está obligado a gravar a las personas con impuestos nuevos- para hacer más mal
que bien, y atraerá hacia sí los reclamos del sector afectado.
Así, el público tiene dos
esperanzas, y el Gobierno hace dos promesas -muchos beneficios y no impuestos.
Esperanzas y promesas, que, al ser contradictorias, nunca podrán hacerse
realidad.
¿Pero, no es esta la causa
de todas nuestras revoluciones? Porque entre el Gobierno, que prodiga promesas
imposibles de alcanzar, y el público, que ha concebido esperanzas imposibles de
realizar, se interponen dos clases de hombres - Los Ambiciosos y los Utópicos.
Son las circunstancias las que le dan a estos las señales para actuar. Es
suficiente que estos vasallos de la popularidad vociferen ante la gente: "Las autoridades están engañándolos, si
nosotros estuviéramos en su lugar, los llenaríamos de beneficios y quedarían
exentos de impuestos".
Y la gente cree, y la gente tiene esperanza, y la gente ¡hace la revolución!
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