Ricardo Valenzuela
La elección
del nuevo Papa, sin lugar a duda, pienso debe ser un evento de importancia
vital por infinidad de motivos. Siendo yo alguien formado en la religión católica
quien, con el trascurrir del tiempo, sufriera una serie de enfrentamientos con
su realidad que me llevaran, no abandonar la iglesia, sino abandonar sus
liturgias y, en especial, a ciertos practicantes—sepulcros blanqueados—decepcionado
de sus conductas. Sin embargo, los últimos años me he dedicado en profundizar el
análisis de mi religión y creo haber encontrado una serie de puntos
interesantes.
Así es que, esperando no ser excomulgado, en estos momentos puedo afirmar me gustaría ver en Leon XIV la llegada de un Papa que se pudiera convertir, no en un gran redentor de almas, que es la más grande de las creaciones de Dios, sino en un gran reformador de la iglesia que, durante sus 2,000 años de existencia, al llevar a cabo una evaluación de su larga vida, la calificación muy personal que yo le daría estaría muy lejana de las conductas que ha promovido y mucho más cercana a las que con tanta energía siempre ha condenado.
La iglesia católica a través de sus más de 20 siglos de existencia, aun citando que, en ciertas etapas de la historia, ha sido un fuerza muy importante en el desarrollo de la humanidad. Pero en estos momentos siento puedo afirmar que, desde hace siglos, en gran parte se ha dedicado a establecer un pecaminoso control de los seres humanos con una institucionalidad del pecado, para lograr la sumisión de los millones de sus fieles coartando su libertad. Prácticamente, desde su inicio, con el establecimiento de sus pecados capitales, daba vida a un proceso de la castración del hombre con la pesada carga de una fabricada culpa que se tradujera en sumisión.El Papa
Gregorio I seria el iniciador de la chispa que pasara a la formación de la
lista de pecados capitales con una característica muy especial. No eran para
condenar nuestras acciones contra otros seres humanos, sino condenarnos
nosotros mismos. El objetivo era muy claro, moldear las conductas de los seres
humanos, no para trascender, sino para lograr una total sumisión, fabricando un
Código de Conducta con la clara etiqueta de demonizar nuestra libertad. De esa
forma lograban esa sumisión y control. Para eso ya no se requeriría de ejércitos,
ahora se requeriría de infinidad de pulpitos en las iglesias para someternos
bajo la diabólica culpa.
Así la
iglesia iniciaba ese carrusel, ahora tan popular en la política, de crear
graves problemas para luego ofrecer las soluciones. En el caso de la iglesia
fue construir pecados, para luego declararnos pecadores y la única solución la tendrían
ellos. Porque no hay una herramienta de control mas poderosa que el sentimiento
de culpa. Pero luego lo combinarían con el miedo y la esperanza para establecer
las pesadas cadenas de la sumisión total. Miedo porque si no cumplo con sus
reglas el castigo es el infierno. Y esperanza al obedecer lo que se nos ordenaría,
seríamos premiados con pasaje al paraíso.
Lo primero
que la iglesia tuvo que hacer, fue definir los pecados con los que se nos podría
controlar de forma más eficiente. Así nacían los pecados capitales generadores
de culpa, desesperación, obediencia total, sumisión, dominio emocional. Fue
cuando en Inglaterra se inventaba la palabra fuck (relación sexual) con las
iniciales de la orden Fornication under consent of the King. Es decir, el
control llegaba hasta requerir autorización del rey para relaciones sexuales en
los matrimonios. De esa forma se controlaban nuestros sentimientos para lograr
control de las conductas declarando el gran enemigo, la libertad que solo la podían
lograrlos que no sentían culpa.
La
avaricia, en lugar de considerarla el deseo natural de progreso material, era
condenada de inmoralidad del dinero. La pereza, en lugar del necesario descanso
que necesita el ser humano, la condenaban para asegurar las condiciones de
esclavitud. La ira, en lugar de una expresión de indignación normal ante lo
injusto, se condenaba para combatir los deseos de libertad. El sexo, lo más
natural del ser humano, lo condenaban por lujuria. Envidia al admirar el éxito de
otros y motivación para emularlos, con odio. Soberbia como manifestación de
seguridad personal, con odio a los faltos de humildad.
Entonces surgiría
la pregunta ¿a quien beneficiaba todas esta clasificación de malas conductas?
En primer lugar, a los solucionadores de tales herejías destructivas que
solamente la iglesia podía perdonar. Eso le daría forma a uno de los grandes
negocios de la historia, el negocio de la espiritualidad y el perdón de tantos
pecadores para poder abandonar aquella cárcel interior. Nacerían entonces los
diezmos y primicias, las indulgencias, la dulce caridad, el pago por servicios
funerarios incluyendo los entierros, bautizos, bodas. Porque se habia formado
una estrategia pastoral a través del miedo, la culpa, la guía hacia el paraíso,
en el proceso de esclavitud mas grande de la historia reclutando millones de
esclavos morales.
Y,
tristemente, la única cura para este vergonzoso sometimiento, el abandono de la
ignorancia es lo que siempre se le ha negado al mundo. Porque la ignorancia es
el pecado más grande que nunca se ha listado y es algo que solo se puede
combatir con el conocimiento, algo tan temido por quienes nos controlan porque
conocimiento es libertad, es la verdadera liberación interior. El conocimiento
nos da la herramientas para abandonar la fe ciega, es llegar a conocernos
nosotros mismos ya sin la cadenas de la inquisición mental, sacerdotal, espiritual.
Es hora de
modificar ideas. Jesucristo nos invitaba cuando afirmó: “Padre, perdónalos
porque no saben lo que hacen.” Pedía perdonar la ignorancia, pero jamás justificarla.
A través de la palabra de
Dios, comprendemos que él es quien concede el don del conocimiento, es decir,
la comprensión o la consciencia de la naturaleza. Sin embargo, Dios concede
conocimiento a quienes lo buscan y tienen una relación sincera con él. El
corazón del hombre justo adquiere conocimiento, porque los oídos de los sabios
lo buscan. Jesús dejó
las bases para una sociedad libre. Y no libre por decreto, sino libre de
verdad: respeto absoluto a la propiedad ajena, al trabajo del prójimo, y a la
libertad de actuar sin coacción. Sus enseñanzas fueron una bomba de tiempo
contra la tiranía, el control, y la manipulación política.
Yo espero que el nuevo Papa lo tome como bandera.
Esperemos que así sea.
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