Ricardo Valenzuela
La elección
del nuevo Papa, sin lugar a duda, pienso debe ser un evento de importancia
vital por infinidad de motivos. Siendo yo alguien formado en la religión católica
quien, con el trascurrir del tiempo, sufriera una serie de enfrentamientos con
su realidad que me llevaran, no abandonar la iglesia, sino abandonar sus
liturgias y, en especial, a ciertos practicantes—sepulcros blanqueados—decepcionado
de sus conductas. Sin embargo, los últimos años me he dedicado en profundizar el
análisis de mi religión y creo haber encontrado una serie de puntos
interesantes.
Así es que, esperando no ser excomulgado, en estos momentos puedo afirmar me gustaría ver en Leon XIV la llegada de un Papa que se pudiera convertir, no en un gran redentor de almas, que es la más grande de las creaciones de Dios, sino en un gran reformador de la iglesia que, durante sus 2,000 años de existencia, al llevar a cabo una evaluación de su larga vida, la calificación muy personal que yo le daría estaría muy lejana de las conductas que ha promovido y mucho más cercana a las que con tanta energía siempre ha condenado.