EL LOCO VIDAL O BIDEN

 Ricardo Valenzuela

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En el transcurso de mi vida los años más importantes de nuestra formación, la niñez y la adolescencia, yo tuve la fortuna de pasarlos entre pura gente de mente sana y espíritu noble como son los vaqueros de sonora que siempre lo trasmiten a sus hijos. Tienen, también, esa gran sabiduría bronca y natural que les da una perspectiva de la vida muy especial. Hace unos días me visitó un hijo del que fuera el mayordomo de los ranchos de mi abuelo, mi amigo de aquello años, y fue para mi un soplo de aire fresco el volverlo a ver después de muchos años. Luego de platicar por horas, de repente me sorprende cuando me dice; “Oye, Ricardo, ese Biden se está amachando pa quedarse con algo que no es de él, y puede terminar como el loco Vidal de Sahuaripa”. Yo le reviro, a ver, cuéntame esa historia otra vez que yo ya casi no me acordaba de ella. “Si”, me responde, “granpa Daniel nos la platicó hace muchos años y acuérdate siempre nos contaba historias que, como él decía, nos enseñara algo bueno que nos sirviera en la vida”.

Yo la había conocido cuando era muy chamaco, pero se me había olvidado y le insisto que me la recuerde. Me ofrece un gran pedazo de tabaco de masticar, se lo hecha a la boca y procede a recordarme la historia que su abuelo, el viejo indio sabio Pedro Daniel, nos la había narrado cuando éramos niños y lo acompañábamos a sacar las raíces del maguey sonorense para hacer bacanora, y nos hubiera pedido de forma muy especial que aprendiéramos la lección. 

Al pies de la sierra madre, casi en los límites entre Sonora y Chihuahua, se encuentra el bello pueblo de Sahuaripa, cuna de toda mi familia Valenzuela y en donde vivió un hombre a quien no le funcionaba bien su maquinaria del cerebro conocido por todo mundo como el loco Vidal. Un hombre no siempre inofensivo pues claramente estaba afectado de sus facultades mentales, pero no malvado. Vidal le comunicaba a quien lo quisiera escuchar, que el era General revolucionario y vestía todos los arreos de los soldados norteños de aquella época de guerra, sus dos cananas que le cruzaban el pecho, su carabina 30-30, su colt 45 en la cintura (que ninguna funcionaba) botas altas y, por supuesto, un gran sombrero estilo texano de ala ancha adornado con estrellas.

Montaba una mula vieja que alguien le había regalado merodeando el pueblo y sus alrededores, comandando su imaginario ejército con el que, según él, había tomado toda esa región en la cual asumía los poderes civiles, políticos y militares. Pero, expulsando su diciplina militar, dejaba claro que su contingente era parte del invencible Ejercito Liberal del Noroeste que comandaba el legendario Gral. Álvaro Obregón. Cuando Pancho Villa fuera vencido por Obregón en Hermosillo en 1915, iniciaba su retirada hacia Chihuahua lleno de rabia por la derrota a manos de su odiado enemigo. Esa furia se desbordaría en el primer pueblo que tocaba en su trayectoria, La Colorada, un próspero centro minero de aquella época. Al enterarse que ahí trabajaban una cantidad de chinos, ordenó que fueran aprehendidos, llevados a la plaza y todos fueron fusilados.

Continuó su retirada hacia el este apuntando la sierra madre, hasta llegar a las inmediaciones de otro pueblo, San Pedro de la Cueva y, antes de penetrar, envió un pequeño grupo de soldados para reconocer el terreno. Los habitantes del pueblo que, con los peligros de apaches, bandas de asaltantes, estaban demasiado nerviosos y los confundirían con un grupo de abigeos con los que tenían guerra declarada, los recibieron a balazos matando a uno de ellos. Al enterarse Villa, como león herido entró al pueblo y fusiló a todos los hombres entre los cuales había chamacos imberbes y, cuando el cura del pueblo se apersonó con él pidiéndole que detuviera la masacre, Villa desenfundó su pistola y le pegó un tiro en la cabeza.

Con esos antecedentes arribaba a Sahuaripa. Mientras comía en casa de uno de sus simpatizantes, envió de nuevo a un grupo de soldados a revisar los alrededores del pueblo pues también ahí había rumores de apaches que bajaban de la sierra. El loco Vidal cabalgaba en la vieja mula, que casi ya no podía caminar, arengando a su imaginario ejército y dando la orden de atacar, cuando fue rodeado por los soldados de Villa empuñando las armas y apuntándole. Lo empiezan a interrogar y se dan cuenta que era un pobre demente en medio de su delirio. Después de comprobar que sus armas no servían y ni parque traía, deciden reírse un rato con él y las carcajadas subían de volumen cuando les enseñara las muescas en su inservible pistola de los villistas que había matado. Fue cuando decidieron llevárselo a Villa para que también se riera un rato.

Presentaban a Vidal ante Villa a quien ya habían alertado de su locura. Villa se dirige al loco y le pregunta: “A ver amiguito ¿A quien representa en su lucha y contra quien está combatiendo?” El loco, sin tener idea ante quien estaba, se levanta de su asiento, da su saludo militar y responde. “Comando una parte del ejercito del General Álvaro Obregón y combatimos a los villistas”. Villa cambia la mueca de su cara y ahora le vuelve a preguntar “¿Qué no sabe amiguito que los Dorados de Villa son invencibles?” El loco envalentonado revira. “Pues cuando lleguen por estos rumbos aquí les vamos a quitar lo invencible con la pela que les vamos a dar”. Villa empieza su transformación,  de nuevo lo invade la rabia y gritando ordena: “Fusilen a este hijo de la chingada”, y por más que sus oficiales trataron de convencerlo que era un loco inofensivo. Villa confirmaba la orden afirmando:

 “No hay locos inofensivos y muchas veces son hasta más peligrosos que todos los que se creen sanos, y el que en medio de su locura se enfrenta a Villa, en medio de la locura se muere”. ¡Fusílenlo de inmediato!

Y, así terminaba la historia de locura del General Vidal (Bidal) cuando pretendió ser lo que no era, asumir poderes que no le correspondían, el grado más alto en un ejército que nunca había comandado, un grado que solo se puede ganar cuando se participa en las verdaderas batallas, no viéndolas de lejos y, al actuar ese papel, como lo hacen los grandes actores, se convierten en ese papel que están actuando. Pero, llega un momento que no se dan cuenta que son solo sueños irresponsables que siempre tienen finales verdaderamente tristes. Pues, como el viejo Pedro Daniel nos hubiera dicho al final de la historia, “Entiendan bien esto, todo lo que se consigue a juerzas, no es tuyo. Es como cuando te robas una mujer, nunca será tuya porque la conseguiste a la juerza, y a la juerza las cosas no duran”.                  

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