Ricardo Valenzuela
Si ya
tomamos el camino de la milenaria lucha por la conquista de la mente humana
inicialmente ganada por el cristianismo, es importante conocer los posibles
competidores que, en el transcurso del tiempo, han emergido dispuestos a
enfrenta a ese gran poder que reside en el Vaticano. Porque sabemos aquella
sociedad que naciera diseñada por Constantino de iglesia-imperio, con el paso
del tiempo se eliminaba el imperio para que emergiera el Vaticano como la
fuerza global sin discusión.
El Vaticano enfrentaría pensadores solitarios, conflictos internos, una guerra religiosa, pero, con la conquista española-portuguesa del enorme continente americano con sus riquezas en gran parte en manos de su iglesia, y con el establecimiento de su monopolio espiritual en gran parte del continente, inclusive enfrentando la reforma de Lutero, habia capeado esas tormentas exitosamente y al inicio del siglo 19 su aspecto era saludable.
Sin embargo, aparecía un presagio de tormenta en la figura de un filósofo alemán, Karl Marx, con una alienación fundamental con tintes de algo cósmico. Significaba algo nunca visto que debía y prometía lograr. Era una parte profunda y metafísica de su filosofía y la visión del mundo que él mismo eligiera. Una visión inspirada en la dialéctica de Hegel.
Al inicio Marx no era significante y el comunismo no era conocido. Pero, durante un tiempo, el ideal del comunismo había estado en la mente colectiva como un credo milenario y mesiánico. Muchos místicos profetizaban el arribo de la humanidad a un estado de perfecta armonía e igualdad, todo sería propiedad común, un estado donde no habría necesidad de trabajar y, por lo mismo, no existiría división del trabajo. Los problemas de producción y propiedad, en general escases, deberán ya haber sido resueltos por el hombre ya sin cuerpo físico. Ya como espíritu, los hombres serían entes psíquicas iguales, harmónicas y poderosas para dedicar su tiempo cantando plegarias a Dios.
Pero, esa bella idea comunista aplicada a una sociedad con sus cuerpos físicos que necesitan trabajar y producir para entonces poder comer y satisfacer otras necesidades, es algo muy diferente a ese sueño inalcanzable. Sin embargo, el ideal comunista continua siendo promovido como una doctrina religiosa milenaria. Pero podemos ver casos como el ala de los Anabaptista de la Reforma del siglo 16. Milenios y comunistas soñadores también habían inspirado grupos de sectas protestantes durante la guerra civil, especialmente vividores y gritones profesionales.
El secreto del sistema masivo de pensamiento creado por Marx es simple. Marx era un comunista. Tal vez una afirmación banal frente a la miríada de conceptos jerárquicos del marxismo en filosofía, economía, historia, cultura. Pero, la devoción de Marx al comunismo fue crucial, más central que la dialéctica, la lucha de clases, la teoría de plusvalía etc. Comunismo era su meta, la gran final, el desiderátum, lo que haría que el sufrimiento de la gente valiera la pena. De la misma forma del regreso del mesías cristiano para terminar la historia y establecer un nuevo cielo en una tierra. El comunismo terminaría la historia de la humanidad y ellos establecerían su cielo terrenal.
En movimientos de religiones mesiánicas, el milenio era visto como una violente tormenta, el Apocalipsis de guerra entre el bien y el mal. Y al final del titánico conflicto surgiría una nueva era de paz y harmonía, así el reino de la justicia seria establecido. Marx lo cambiaba para hacerlo sangriento. En los ojos de Marx, solo una violenta revolucion global del proletariado sería la forma del triunfo del comunismo. Y su revolucion con etiqueta de religión necesitaba ayuda y mucho dinero.
Durante el siglo 19 las ideas de Marx disparadas desde Londres se desparramaban por toda Europa. Y lo increíble de todo esto, es que su estancia en Londres era financiada por los oligarcas nacientes de EU. Esos dineros se los hacían llegar a través del famoso pirata Jean Lafitte, domiciliado en Nueva Orleans, quien, inclusive, abriría una cuenta en un banco de Paris para pagos. Oligarcas como Rockefeller, JP Morgan, Vanderbilt, Rothschild ya operando en Nueva York. Lafitte recibía el dinero y se trasladaba a Europa en donde lo entregaba a los dos, Marx y Engels.
En su Diario aparecido después de su muerte, describía sus encuentros con Karl Marx y Friedrich Engels en Europa. Luego aparecía una carta de dos páginas que Lafitte habia escrito en Bruselas, en la que el pirata declaraba entregar el dinero para financiar las actividades de Marx y, declarando lo admiraba, había rechazado una invitación para ayudar a redactar el Manifiesto Comunista en francés. En otra carta reproducida, Lafitte declaraba su intención de presentar los escritos de Marx a un joven y prometedor político de Illinois llamado Abraham Lincoln.
Los mismos oligarcas financiarían después la revolucion bolchevique para asentar el comunismo en Rusia. Fue cuando la iglesia católica inicio su descarada comunión con el marxismo y su Teología de la Liberación, llevando el paquete religión-marxismo hacia America Latina. Desde el inicio del papado de Francisco, muchos católicos se vieron impactados por la agenda que emanaba del Vaticano y no pudieron comprenderla. Se ha publicado un libro que arroja luz sobre el papa Francisco y su conexión con un grupo secreto de cardenales de izquierda, que comenzó a reunirse a mediados de la década de 1990.
Es el grupo de cardenales marxistas de San Galo. El padre Charles Murr publicó un libro vinculando al cardenal Sebastiano Baggio, acusado de ser masón, con la formación de ese grupo donde todos los miembros habían llegado a sus posiciones nombrados por Baggio. Describe en su libro cómo en 1974 dos cardenales – Dino Staffa y Silvio Oddi– presentaron al Papa Pablo VI pruebas acusatorias contra dos cardenales, Sebastiano Baggio y Annibale Bugnini, quienes eran acusados por Oddi y Staffa, “con pruebas en mano”, de ser masones activos.
También a los finados de Karl Rahner, Karl Barth y Dietrich Bonhoeffer, por su enorme herencia marxista en el pensamiento católico actual, que contribuyera, también, a la promoción del marxismo como parte de la teología y filosofía católicas. Cornelio Fabro muestra que el “vuelco antropocentrista” que descentra la teología de Dios para recentrarla en el hombre, es una oportunidad brindada al marxismo para que influya en la teología católica. Parece que ya no le interesa competir por almas.
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