Ricardo Valenzuela
La emergencia de Trump en la política es algo que me parece sumamente difícil de tranquilamente revisar, luego describir y, aun mas difícil, calificarla ante un auditorio de miles de sus odiadores. Pero creo que la puedo describir como una brusca sacudida mundial en la que, una de las cosas que brota a la superficie, es que estudiar economía, administración pública o diplomacia, ha llegado a un punto en que es realmente perder el tiempo. Porque en el esquema que se ha venido desarrollando a nivel mundial, ya no importan esos conocimientos porque lo primero que está desapareciendo es lo que Milton Friedman sabiamente describía en su libro, “Libertad para Elegir”. Porque, ante una tiranía como la que se ha estado estableciendo, solamente se nos presentará una alternativa, la de ellos. Así, liberales, libertarios, progresistas, socialistas, ya no pierdan el tiempo en este nuevo teatro de lo ridículo, de ahora en adelante, como decimos en México, “nomas sus chicharrones van a tronar”.
Perdimos mucho tiempo estudiando las teorías de Adam Smith, Bastiat, la escuela de Chicago, la austriaca, Expectativas Racionales, Public Choice, para, como el burro de la noria, llegar al mismo lugar. Y a los disidentes no se nos presentará otra alternativa que sumarnos al equipo de esos profundos intelectuales que tanto tiempo han pasado en el púlpito para producir avalanchas de ideas, pero que nunca se han preocupado por su aplicación. Pero, esto no es algo nuevo, durante años nos han engañado con el libre comercio, mercados libres, la dictadura del consumidor y de la ley, al mismo que se establecían esquemas especiales solo para el beneficio de ellos o de quienes ellos han querido beneficiar, con una particular ruleta en la que se deciden los resultados, no por ese disco que da tantas vueltas y donde rige la suerte, porque aquí la suerte no existe, como tampoco existirá la competencia.
Tampoco existe ese poderoso ente que llamamos mercado que premia a los participantes que hacen bien las cosas, o, castiga a quienes las hacen mal. Porque en este nuevo esquema quien califica las conductas, es un nuevo juez supremo que, con su infinita sabiduría, decide quien gana y quien pierde. Un esquema en el que las habilidades, responsabilidad, el trabajo duro, el respeto a la ley, no son tan importantes como las conexiones políticas de quienes, haciendo a un lado su dignidad, su integridad, llenan las salas de espera de esa nueva burocracia para, con la voz baja, entrecortada y con ruidosas palpitaciones, acuden para comprar el producto que ahora descaradamente venden al mejor postor, el boleto de una rifa premiada.
Y aquellos que tanto sufrieron durante los dolorosos cuatro años de ese hombre que llegaron a odiar con la intensidad de maridos ofendidos, ya no tendrán otro blanco para sus ataques esgrimiendo motivos como su barbarismo, su racismo, su falta de modales finos. Y, ante la destrucción del boom económico que había provocado, ahora aparecerán en sus púlpitos de sabiduría para alabar la gran labor que lleva a cabo su nuevo presidente, no importa que no aplique los evangelios que ellos predican, porque, según sus análisis, es un hombre bien intencionado, es muy comprometido, muy cariñoso con los niños y solo hay que darle tiempo. Alaban su honestidad ignorando su corrupción descarada que ha ejecutado a través de su familia. Los $1.6 billones de dólares que el gobierno de China le confió a su hijo para invertir ¿experiencia? Caita.
Continuarán analizando, exponiendo sus descubrimientos y, por supuesto, desde la barrera gritando sus recomendaciones que a nadie le interesan. De alguna forma justificarán el golpe de estado ejecutado contra su odiado enemigo, la forma en que han coartado su libertad de expresión, los ataques a su familia, a sus amigos, a sus negocios. La descarada forma en que han estado violando la constitución en medio de su odio, la corrupción que han promovido e instalado en las agencias del gobierno como el departamento de Justicia, como la mano de la justicia que finalmente se aplica con toda su pulcritud.
Pero, los más eufóricos por haberlo retirado de la presidencia a través de un golpe de estado, serán los libertarios mexicanos que lo etiquetaran, entre otras cosas, como una amenaza y enemigo de la libertad que hubiera atacado logros tan importantes e históricos como el aborto de niños con gestación de nueve meses nacidos en salud. El cruel cierre de la frontera para no recibir a las oleadas de pobres miserables que fabricamos en nuestro país. Pero, su gran terror era ver amenazados logros tan importantes como el matrimonio homosexual, tratamientos especiales para transexuales, bisexuales y todos los ales de su diccionario de perversidades. No importa que se esté destruyendo la familia, el tejido moral de la sociedad, la religión. No importa que quieran legalizar la pedofilia, lo importante es su libertinaje desbocado y sin freno como el que destruyó a Roma.
Porque ellos, en su desviada idea de libertad, olvidaron los conceptos morales de Mises, de Locke y hasta los de Adam Smith tan bien expuestos en su libro; “La Teoría de los Sentimientos Morales”. No importa que ahora los hombres sean mujeres, las mujeres sean hombres, que tengamos un secretario de salud que como hombre era feo, ahora como mujer es espantosa. Y, algo también grave, en su apasionada defensa de lo indefendible se olvidaron de aprender economía, y al parecer solo se memorizaron algunos párrafos que son los que recitan. No entienden la contradicción tan libertaria de economía prudente con los dineros públicos, y al mismo tiempo exigen que los gobiernos paguen por reasignaciones de sexo que les cuesta billones.
Cuando veo estas conductas pienso en mi padre. Un hombre con un doctorado en derecho internacional de la Universidad de Bruselas, y otro del London School of Economics en donde fuera alumno de Hayek. Al regresar a México fue reclutado por el gobernador de Sonora, Roman Yocupicio, como su secretario particular. Después, a los 26 años seria diputado federal y se le considerara la joven luminaria de la política estatal. Y, de repente, desaparecía del cuadro político para dedicarse a los negocios. En una ocasión le preguntaba ¿Por qué? Y su repuesta quedó por siempre grabada en mi mente. Me dice; “yo me preparé en Europa para una carrera en el ámbito de la justicia o en el de la política. Pero, me di cuenta qué, ambas actividades, eran las peores gusaneras del país y yo no quise ser parte de eso”. Eso se llama integridad, algo muy escaso en estos tiempos.
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