Ricardo Valenzuela
Ante el umbral de lo que tal vez sea un hecho que verdaderamente haga historia en nuestro país----- las elecciones del año entrante---- que pueden ser el inicio de una verdadera democratización de México, los mexicanos no dejamos de analizar a las fuerzas participantes en tal proceso-----la sociedad mexicana.
En ocasiones anteriores ya hemos analizado como el pacto de Calles de 1929 de una forma artera fijó como uno de sus principales objetivos el evitar el nacimiento y desarrollo de una sociedad civil fuerte e independiente.
Los resultados los tenemos a la vista con
una serie de sectores domesticados y totalmente dependientes del partido en el
poder; el sector obrero, campesino, popular etc. Sin embargo, un sector del que
casi no se habla y en mi opinión el más perjudicial para el país, es el de los
empresarios estatistas y dependientes de las marañas gubernamentales de
corrupción.
En esta época tan gloriosa que nos ha tocado vivir, el comunismo ha muerto antes de lo predicho por Kissinger, sin embargo, todavía prevalece el heredero de tal aberración, el sistema que ha regido a nuestro país durante todo este siglo; el estatismo. Es ahora el estatismo el que se bate con la otra ideología sobreviviente por lograr la conquista de las mentes de los hombres del tercer milenio, siendo esta la libertad en manos de la sociedad civil. La responsabilidad individual del hombre para buscar el bienestar suyo y de su familia sin que alguien más se lo ofrezca en charola de plata, a cambio de su dignidad.
Una posición inicia y termina con el Estado. Es la sociedad estatista en la que el gobierno regula y controla la mayoría de las relaciones de la sociedad. La otra posición inicia y termina con el individuo. Es la sociedad civil a través de la cual la gente se autoorganiza en asociaciones voluntarias y de intercambio. La sociedad estatista promete la felicidad a cambio de una buena parte de la libertad y sobretodo de la dignidad. La sociedad civil de alguna forma garantiza la libertad. La felicidad es responsabilidad de cada individuo.
Tal vez pudiéramos entender el impulso estatista de los miembros de la sociedad que no tienen educación, entrenamiento alguno, los enfermos, los incapacitados, los desesperados. Pero ¿porque el empresario decide ceder su capital más importante----su libertad? El empresario estatista, sin embargo, no es el que estableció las reglas, simplemente las sigue. El no pregunta porque el gobierno tiene todas las cartas; él solo acepta la mano que le dan. Para jugarla conservadoramente, el empresario burócrata simplemente le sigue el juego al gobierno sin importarle la distorsión que causa en los mercados.
El empresario estatista al unir fuerzas con el gobierno en lugar de luchar en contra de un estado activista se convierte en parte muy importante del problema. Se le usa como argumento en contra del capitalismo, siendo que nada tiene de capitalista. Ese empresario dócil y pegado a la ubre gubernamental, es sin duda la causa del gran desprestigio que el capitalismo y los mercados han sufrido en muchas partes del mundo. Este tipo de hombre es alérgico a la incertidumbre de los mercados, al riesgo natural de los negocios. Lo que ellos buscan es que el gobierno les garantice seguridad sin riesgo, la oportunidad de triunfar sin la posibilidad de fracasar.
El gran economista Gordon Tullock describe la operación de esa sociedad Estado y empresarios como “rentismo” en la cual, al igual que en la época feudal el monarca otorgaba ciertas concesiones a los señores feudales para convertirse en los proveedores de ciertos productos pero como concesionarios únicos y sin competencia, garantizaba de esa forma en lugar de utilidades normales y naturales en una operación de mercado, una renta segura y obviamente más jugosa, la cual luego repartían de la forma arreglada y pactada.
En México el zenit de ese capitalismo estatista sin duda se presentó cuando a principios de los 90s, el entonces presidente Salinas promovió la reunión de los 30 “empresarios” para solicitarles un donativo de $15, 000,000 de dólares per cápita, para el partido. Después de que todos habían aceptado el aportar tal cantidad, Emilio Azcárraga el entonces Presidente de Televisa, tuvo un arranque de generosidad afirmando que como a el le había ido muy bien en ese sexenio, el doblaba su aportación a $30, 000,000 de dólares. Obviamente después de las aportaciones deben de haber seguido las peticiones; subsidios, cierres de la frontera, precios de garantía etc, distorsionando de la forma más cruel la función natural de los mercados; los mejores productos, a los mejores precios.
Domingo Cavallo ex secretario de Economía de Argentina en una ocasión afirmó: “Cada peso es un contrato entre el gobierno y el poseedor de ese peso. Ese contrato garantiza que cada peso---como una unidad de valor por el cual su poseedor ha trabajado arduamente---valdrá lo mismo hoy que mañana. Si el gobierno no respeta ese contrato, está quebrantando la ley. El único papel del gobierno en la economía debe ser el de garantizar la integridad de las transacciones del mercado.”
Sin embargo, desde el invento de Roosevelt “The new deal,” los gobiernos empezaron su invasión en todos los ámbitos de la sociedad a la que supuestamente deben servir. En el caso de México la constitución socialista que nos ha regido por más de 90 años, lo dice de una manera muy clara; “el estado debe ser el rector de la economía del país.” Esa rectoría le ha dado también la autoridad y la forma de establecer sus pactos diabólicos con esos empresarios estatistas que han venido a distorsionar de una forma aberrante la función de una verdadera economía de mercado. Han también desprestigiado la verdadera función empresarial, y de una forma muy especial, el concepto de capitalismo y sus mercados libres.
Es hora de que los mexicanos desmantelemos ese esquema en el cual una pequeña parte de la pirámide social funciona bajo ese “capitalismo de estado,” mientras que la inmensa mayoría vive el socialismo de los pobres.
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