El mundo estaba experimentando un robo global: el capital estaba siendo succionado fuera de país tras país.
Cuando explotara la crisis financiera del 2008, siendo mi educación universitaria en negocios y economía, mi experiencia en la banca tanto comercial como de inversión y los sistemas financieros internacionales, no podía entender la forma en la que el gobierno de EU, como mago de circo, cada día sacaba del sombrero un nuevo rescate por decenas de billones de dólares y empecé a pensar que algo, no solo no era lógico, desafiaba todos los principios de las estructuras financieras sanas y responsables. Fue cuando decidí profundizar mi análisis develándome un cuadro verdaderamente preocupante. Los últimos años se ha operado un elaborado plan para, utilizando la más novedosa tecnología que aún no ha salido al mercado, fabricar una economía paralela que, utilizando testaferros, han saqueado países alrededor del mundo embriagándolos con increíbles fenómenos como Google, Facebook y muchos otros, que en estos momentos ya trabajan para las gentes a cargo de este plan.
Durante el otoño de 2001, Catherine Austin Fitts, Subsecretaria del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano (HUD) de los EU, en donde supervisaba la aplicación de billonarios recursos del gobierno en comunidades pobres, atendía una conferencia privada de inversiones en Londres como la expositora principal. Su presentación documentaba su experiencia con esa sociedad entre Wall Street y Washington, y denunciaba sus operaciones para:
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Estructurar una fraudulenta burbuja financiera de vivienda y deuda;
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Ilegalmente desviar vastas cantidades de capital fuera de EU;
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Utilizar privatizaciones como una forma de piratería—pretexto para transferir activos del gobierno a inversionistas privados a precios mucho más bajos del mercado, y después regresar al gobierno esos pasivos particulares producto de adquisiciones, sin costo para los responsables de haberlos provocado. De inmediato me llevó a pensar en las privatizaciones de los bancos mexicanos, y hacer comparaciones puesto que las huellas dejadas eran las mismas.
Participaban en esa conferencia periodistas que cubrían los programas de privatización en Europa Oriental y en Rusia. Estos profesionales de la información escuchaban historia tras historia de las privatizaciones globales en América, Europa y Asia durante los años 90. Tranquilamente, cuando las piezas se acomodaban una tras otra, todos empezaron a compartir horrorosas epifanías: los bancos, corporaciones e inversionistas operando en cada región global eran los mismos. Era un grupo relativamente pequeño que aparecían, desaparecían y reaparecían en Rusia, Europa Oriental y Asia, siempre acompañados por las mismas bien conocidas firmas de abogados y contadores. Era muy evidente que se había iniciado un coup d´etat (golpe de estado) financiero global.
La magnitud de lo que estaba sucediendo era increíble. En los años 90, millones de gentes en Rusia habían despertado para enterarse que sus cuentas bancarias y sus fondos de pensiones habían desaparecido, erradicados por una moneda devaluada y los robos de mafiosos que se dedicaban a lavar ese dinero para luego domiciliarlo en los bancos miembros del Fondo de la Reserva Federal de Nueva York, y ser reinvertidos para alimentar la burbuja de la deuda. Al final de la década, 170 millones de rusos que pertenecían a la clase media se unían al rango de los pobres. La operación rusa de los 90s era un programa no registrado en libros e iniciado por Gerald Corregan, Presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York y vicepresidente del Comité Federal de Mercado Abierto del Fed, y George HW Bush. En 1991, cuando desaparecía la Unión Soviética, ellos provocaban que el mercado de bonos se disparara con fuerza brutal. Muy pocos entendieron lo que sucedía o simplemente no lo sabían, pero sería el programa financiero clave de los años 90.
Cuando se disolvía la Unión Soviética, Rusia se sumergía en una era de caos, asaltos, saqueos, saboteando cualquier posibilidad de una línea de progreso. El colapso de las siguientes dos décadas sería más que un simple desplome financiero. Había sido un plan bien estructurado de parte de los dos más poderosos intereses depredadores financieros, estableciendo a Rusia como el objetivo para destruir—ambos ubicados en The City of London (no confundir con la ciudad de Londres) y en Wall Street. El objetivo de esta agresión no era simplemente borrar a Rusia del mapa, sino el bloqueo de la posibilidad de progreso científico que la cultura rusa había representado para toda la humanidad, aún bajo el sistema Soviético.
Para Rusia esto había sido un colapso físico, cultural, moral e intelectual de las capacidades de su población. Esto incluía la criminalización de toda una generación que, ante ello, no tenía otros medios de sobrevivir más que participando en la economía criminal que se esparcía alrededor del gran saqueo de los recursos naturales de Rusia, que habían sido ilegalmente enviados a Occidente. La juventud, en lugar de desarrollar sus capacidades creativas, se orientó a participar en ese masivo bajo mundo criminal. La privatización global fue de la mano con las cosechas al mayoreo arrebatando a la gente lo poco que tenían. Reportes de políticos, oficiales de gobiernos, académicos, y agencias de inteligencia, facilitaban los saqueos en algo difícil de creer. Rusia había sido desmodernizada para enviar a ese país casi a la época de las cavernas, y de esa forma neutralizar un posible resurgimiento de lo que había sido la gran amenaza global durante casi todo el siglo 20.
El modelo era el mismo de otras partes del mundo. Por ejemplo, el contratista del gobierno de EU liderando la estrategia de guerra contra las drogas para US AID en Perú, Colombia y Bolivia, era el mismo contratista que en HUD había sido responsable de que se cumplieran sus lineamentos administrativos. Ellos fueron los mismos contratistas operando en Sudan, parte de la multitud del “Save Darfur” que provocó muerte, hambre, sufrimiento a millones en nombre de la justicia, democracia y el sistema de vida Americano. Son las mismas gentes que provocaron penalidades a 800 millones de gentes en la India en su reciente iniciativa de “guerra contra el efectivo”. Este ataque, Washington-Wall Street y City of London, fue global. Los campesinos de América Latina, la clase baja de la India, los invasores de tierras en Sudan, se levantaban en contra de los mismos piratas financieros y los modelos de negocios que también rechazaban gentes en EU.
Lo que emergía en los análisis de esas transacciones en situación tras situación, en lugar tras lugar, año tras año, es sorpresivamente simple. El mundo estaba experimentando un robo global: el capital estaba siendo succionado fuera de país tras país. Con su presentación en Londres, Catherine Austin Fitts le ponía el cascabel al gato mostrando una pieza del rompecabezas que para la audiencia había sido imposible descubrir. Y esto no estaba sucediendo solo en los mercados emergentes. También estaba sucediendo en EU y en México. Y esto era solo el inicio.
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