¿SEGUIR ARANDO EN EL MAR?

Ricardo Valenzuela

 Lauzán: Arar en el mar

Durante los últimos cien años la actividad que más ha crecido a nivel mundial, en tamaño y en poder, son los gobierno nacionales indicando hacia donde nos dirigimos. Es cuando flotan en el ambiente las palabras de Thomas Jefferson; “El árbol de la libertad debe ser regado de vez en cuando con la sangre de los patriotas y de los tiranos”. En EU, a inicios del siglo pasado el gobierno consumía un 5% del PIB para llegar al presente consumiendo más del 50%.

Ante un cuadro de esta dimensión la emergencia de Trump tuvo un significado especial. Un hombre que no era político y nunca había participado en política, no pertenecía ni se identificaba con ningún grupo político. Y, por el contrario, siendo un emprendedor constantemente corriendo riesgos, ganando y perdiendo en mercados sin red de seguridad, creando valor y formando capital, era un soplo de aire fresco en el basurero de la política. Eso, de forma natural lo convertía en un severo crítico del enfermo esquema político que operaba en el país. Es decir, un rebelde, alguien que vivía en carne propia los efectos de malos gobierno y, al decidirse a participar, fue porque realmente quería eliminar el cáncer que amenazaba la vida de EU.

 

Alguien que no le interesaba hacer carrera política y, por lo mismo, no actuaría para abonar a un futuro burocrático. Era, también, alguien que, a diferencia del político tradicional, entendía de economía, de finanzas públicas y privadas, conocimientos esenciales en la administración pública y en donde la mayoría actúa en ignorancia pues solo les interesa atraer votos. Un hombre con la experiencia para identificar lo que es valor y como se crea. Un hombre que entiende el papel que juega en un país la formación de capital y, sin ser función del gobierno, debe alentarla y protegerla. Un hombre que no vacilaría para enfrentar y resolver lo que no fuera popular, pero necesario.

Alguien que, en todos los años de mi experiencia, tanto en México como en EU, con claridad me daba cuenta era el primer hombre en política motivado solo por un ideal y lo definía claramente con sus palabras. “Drenar el pestilente pantano y de nuevo alcanzar la grandeza de EU”.

Y, al compararlo con otras figuras de la política, Pelosi, Schumer, Romney, Bush, más grande surgía su figura. En él se identificaba ese fuego interno que motivara a los líderes que hubieran dejado profundas huellas en la historia, siempre avanzando sin dudas ni temores, penetrando campos que otros jamás se habían atrevido. Y, al compararlo con líderes de mi país, mis paisanos emergían con sus defectos subrayados y una ignorancia total de las herramientas con las que se construyen las grandes naciones, sin ideología y, sumándose a la ignorante manada, hasta los conservadores gritaban vivas por Biden. Trump tiene toda la información, las herramientas y una muy clara ideología, “Make América Great Again y Primero América”.

Yo abandoné mi país en el cual esos políticos profesionales desfilaban uno tras otro con los mismos programas, las mismas acciones, las mismas mañas, la misma ceguera y los mismos resultados. Arribaba a EU en busca de ese sueño de un país libre, de hombres libres, de gobiernos honestos dedicados a operar siempre en acuerdo con los mandatos de su sabia constitución y sus leyes. Llegué pensando encontraría políticos del calibre y la sabiduría de sus padres fundadores y el país seguiría transitando sobre la ruta que lo llevara a la grandeza.

Sin embargo, para mi sorpresa, me daba cuenta de una realidad muy diferente. Los políticos eran similares a los mexicanos confirmando la teoría de Buchanan, Public Choice, demostrando la burocracia nunca actuaban buscando el beneficio de los ciudadanos, sino su beneficio personal. Pero, además, son igual de deshonestos, de ladrones, traicioneros que los de todo el mundo. Y, lo más grave, la dirección hacia la cual han estado apuntando el país es esa ruta que Hayek hiciera famosa, “la ruta hacia la servidumbre”. El panorama era el mismo, un tenebroso desfile con las mismas ideas, las mismas mañas, las mismas acciones, los mismos resultados y, sobre todo, el juramento de nunca permitir que alguien sin credencial de ese grupo destructor llegara a tomar las riendas del poder que era solo de su propiedad.

Hace muchos años que, desde mi trinchera, inicié una lucha que nunca abandonara porque había visto de cerca la bestia que cada día avanzaba. Y, como siempre sucede en estas batallas, en la incertidumbre a veces me invadía tenuemente la desesperanza, especialmente cuando este país fuera cubierto por esa negra nube que solo aparece en los funerales. Esa nube que fluía de la mente de un destructor tan efectivo como Barak Obama, para sentar las bases facilitando el asalto final. Mi frustración llegaba a niveles nunca experimentados y me llevaba a pensar que el país estaba ya condenado.

Pero aparecía Donald Trump quien llenaba todos los requisitos del hombre que el país necesitaba para detener el último ataque que, en estos momentos, está a punto de culminar. Pero, desde que declarara su intención, se iniciaba contra él un feroz ataque de todas direcciones en un campo de batalla minado y nunca visto. Un movimiento incomprensible que, al analizarlo, era claro que estaba motivado por uno de dos sentimientos, un profundo odio enfermizo, o, tal vez algo aún más profundo y mórbido, el temor de perder. Pero, aún en contra de todos los momios, ganaba la elección y se iniciaba la segunda etapa para su destrucción a pesar de los resultados económicos nunca vistos que, por el contrario, incrementaban su neurosis y arreciaban sus ataques.

Trump ganó la elección porque no podía perderla. En una entrevista que me hicieron antes del evento, a la pregunta de ¿Habrá fraude? Yo respondía, solo si gana Trump. Es triste el que este hombre que quiso hacer lo que con urgencia se requería sin más interés que recuperar la grandeza, ha sido víctima de la agresión más cobarde que ahora comparte con esos casi 80 millones que votaron por él y lloran su violación y, con arrogancia, demostrarnos el control total del país que han logrado. Y, lo más peligroso, si este agravio no tiene consecuencias, se abre una ventana para enseñarnos el panorama que nos espera, la dictadura del marxismo.

Me invade la tristeza, el desaliento, una decepción aún más grande que la que cargaba al abandonar mi país. El primer hombre surgido con las armas necesarias para enfrentar a la bestia que ahora se dispone a devorar el país, pero, como en Fuente Ovejuna, la gente cobardemente asesinaban a su comandante al frente de sus defensas. Porque aquí todos acudieron a la inmolación de Trump y es la hora de entender y aceptar que, si EU está condenado, el mundo entero ha sido condenado producto de esta aberración. Las fuerzas me empiezan a abandonar y no sé si vale la pena continuar, pues como afirmara Bolívar en su lecho de muerte decepcionado. “Comandé esta región de la gran Colombia durante 20 años, pero, en estos momentos siento que estuve arando en el mar y sembrando en el viento, tratando de recoger el agua de la lluvia con mis manos que luego se me escurrió”.                    

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