Ricardo Valenzuela
Había una vez un niño en un lejano lugar y soñaba en algún día ser rey de ese gran imperio. Todos los días visualizaba su coronación y su deseo se fortalecía. Como muchos grandes líderes de la historia, tenía sus modelos con los que se inspiraba y, como Carlomagno, mentalmente repasaba esas inspiradoras historias de sus triunfos que reforzaban su resolución y, además, le proporcionaban las rutas críticas para establecer sus estrategias en las batallas que le esperaban.
El precoz niño utilizaba la técnica como el cuento de los tres cochinitos. Como el primero soñaba que era rey y un gran imperio debía controlar. Como el segundo soñaba hacerse a la mar, pero la mar de la burocracia imperial donde navegaría muchos años de su vida en donde se convertiría en un experto corsario con su bandera negra adornada con una calavera, siempre listo para sus feroces ataques. Como el tercer cochinito soñaba en trabajar para ayudar a su mamá, y aquí es donde nuestro personaje se apartaba de la historia. Se había dado cuenta que en la política imperial era más productivo el grillar, el extorsionar, traicionar, saquear y por eso se olvidó de trabajar para dedicarse solo a esa actividad.
Con ese esquema llegaba al centro de la burocracia imperial, la cabeza del imperio donde residía el gran poder único, el poder del emperador. Se sabia que el niño en algunas épocas de su adolescencia mostraba conductas preocupantes y que, al perder en algún juego, explotaba una furia y luego la violencia. También, emergía su capacidad de liderazgo, pero solo para reclutar maleantes que después sería su firma.Su deseo de llegar a ser rey se convertía en una obsesión enfermiza en la que cada día iba haciendo a un lado las bases que forman al buen líder, valores, la lógica, la razón, la integridad, y adoptaba el estilo de “el fin justifica los medios” cancelando todo lo que debe cincelar los seres humanos para que verdaderamente sean los que apunten a la grandeza de las naciones y a la constitución de sociedades civiles saludables, independientes, justas y responsables. Y había encontrado un taller especial donde se avalara la formación de hombres resentidos, envidiosos, con una ignorancia que se convertía en violencia. Ahí aprendería todas las tácticas, no de Carlomagno, sino las de Atila y sus hordas destructoras.
Ese centro de sabiduría malsana le permitiría, como el otro cochinito, afirmar su obsesión de llegar a ser rey y le abría el muelle para hacerse a la mar rugiente de la destructiva burocracia, de las pandillas políticas, estudiantiles, de líderes obreros, de los señores feudales igualmente malsanos en donde, para sobresalir, había que transformarse en un verdadero pirata asaltador, sin escrúpulos, sin valores, sin moral y se le petrificaba la consciencia. Y, en un cuadro de esa naturaleza, como afirmara Paine de la formación de los imperios: “Entre las bandas de feroces bárbaros, asaltantes y asesinos, el que más sobresalía por su crueldad, por sus conductas viles y psicóticas, asumía el papel de un rey”. Ahí nuestro niño se convertía en jefe de una banda de maleantes sin restricciones.
Así avanzaba en un imperio que siempre había sido controlado por una familia de asesinos, saqueadores, en donde todos ellos progresaban menos el oprimido pueblo de vasallos que cada día eran más explotados por los señorees feudales, con el poder que el mismo rey les otorgaba, fermentando el sediento campo para una rebelión que nuestro personaje inteligentemente detectara. Y, con la coronación de un nuevo rey joven con ideas diferentes, se iniciaba la rebelión, pero no del pueblo, sino entre los miembros de las antiguas familias reales que no estaban de acuerdo con ningún cambio y ahí se cocinaba la caída del imperio como se conocía. A la retirada de ese rey con su estilo global, él nombraba al sucesor que pacientemente había formado.
Pero, ante la rabia de los viejos aristócratas, se repetía la historia del heredero a la corona de Austria Rudolf quien, ya listo para tomar el poder, por sus ideas liberales y libertadoras misteriosamente fuera asesinado en medio de rumores que el asesino fuera su propio padre, presionado por ese grupo conservador y era el ultimo golpe a un imperio ya en decadencia.
Nuestro niño pacientemente había adquirido los conocimientos para la subversión, de la extorción política, la violencia, de la guerrilla urbana. Era ignorante en economía, en finanzas públicas, pero podía paralizar ciudades y regiones, sabotear instalaciones imperiales, quebrantar la ley sin consecuencias, chantajear autoridades y una gran habilidad para provocar temor. Y, ante el primer reinado de familias diferentes, como Moisés iniciaba una larga cruzada acompañado de su propia familia. Había detectado con gran habilidad lo que la gente quería y, asumiendo la figura de un humilde monje predicador, se dio a recorrer todo el imperio llevando la palabra de la salvación especialmente preparado para ese pueblo ignorante y sufrido.
Conquistador estilo Hugo Chaves, monarca de un imperio del sur, y apretando los botones de una humanidad indefensa y sin herramientas para distinguir la demagogia o la verdad económica del imperio que fallecía. Se requería con urgencia alguien que hablara con la verdad, con promesas y compromisos que pudiera lograr y, sobre todo, identificándose como alguien ajeno a la realeza con perfil similar al de ellos, con las “manos limpias”. Conquistaba cuando ese sufrido pueblo se volcaba para hacer realidad su sueño tan anhelado y siempre soñado, ser rey.
Pero, desde su primer día en el trono, empezó a mostrar que no tenia las herramientas para gobernar. Utilizaba su tiempo en culpar a los reyes anteriores por todas las tragedias del imperio. Se rodeaba con los mismos bandidos que tanto habían explotado a los infelices vasallos. Tomaba decisiones basadas en sus enfermos sentimientos no con la lógica o la razón, que al imperio le vaciaban sus arcas y recurría a un endeudamiento 200% superior al de sus anteriores. La corrupción emergía con la fuerza de los peores tornados. En pocas palabras, se definía como inepto, mentiroso, e ignorante de temas neurálgicos. Y la salud del imperio decaía de forma grave..
Inició un programa de centralización del poder en su persona estilo Santana y surgía un imperio sin ley más que la de su dedito. Modificaba la constitución para, legalmente, convertirse en un fiero dictador. La producción caía en picada y la pobreza aumentaba a pesar de su nueva sociedad dando barra libre a los comerciantes de narcóticos y la violencia surgía a niveles de la revolución.
Finalmente, la gente, al estilo la Ley de Herodes, las muchedumbres decepcionadas y hambrientas atacaban el palacio imperial y, ante la huida de sus elementos de seguridad, abandonaba el imperio a caballo con una recua de mulas cargando parte de lo esquilmado a ese pueblo que había llegado a identificarlo con Cristo salvador. Se perdía en la serranía y nadie ha vuelto a saber de él. Así terminaba otro más de los sueños de un imperio fracasado.
No comments:
Post a Comment