Ricardo Valenzuela
Hace unos meses recibí la notificación de Carlos Crowley, un talentoso joven economista de la ciudad de Mexico, en la que me avisaba su partida hacia Australia. Me extrañó sobremanera y su explicación no me satisfizo, pues algo leía entre líneas. Su versión era el que partía a estudiar una maestría, pero la mía, es que va en busca de nuevos horizontes que en Mexico no ha encontrado. Recordé entonces cómo hace más de 20 años iniciaba yo un éxodo al que se le ha dado poca atención: la fuga de jóvenes profesionistas. Días antes de mi partida, con repudio miraba el último informe de Lopez Portillo cuando llorando, se sacudía las culpas. Uno de los viejos vaqueros del rancho que me acompañaba, de repente grita: “Esta mula loca parece que la amansó el Guaquila.”
En la cultura ranchera de mi tierra, la calificación más alta que se le da a un buen vaquero para considerarlo como tal; es la forma en que amansan sus caballos. Uno bueno al entregarle un potro bruto, lo transforma en un dócil animal, obediente a la rienda, noble ante el comando de su jinete. Mientras que uno malo, convierte el potro en algo peor que su estado original, imposible de controlar, no obedece la rienda, rabioso, se espanta y se azota. En el rancho de mi abuelo moraba un vaquero famoso por los malos caballos que producía y, le apodaban “El Guaquila.” Los caballos de El Guaquila eran tan temidos, que nadie se atrevía a montarlos.
Hace unos días miraba los noticieros cuando aparece Hugo Chavez con su clásica boina roja, su cara abotagada, sus cortos brazos y con la mirada de un enfurecido demente, arengando a sus salvajes seguidores y retando a los EU hasta llegar a calificar al presidente Bush de “pendejo,” para luego continuar amagando a sus opositores, a la OEA, y a todos los no simpatizantes de su famosa revolución bolivariana. Fue en esos momentos que como algo automático me viene a la mente: “esta macho espantado parece que lo amansó el Guaquila.” Sin embargo, minutos después me invade un sentimiento de culpa; los caballos del Guaquila no llegaban a la demencia de este hombre.
Al siguiente día de tal espectáculo, por primera vez en mucho tiempo escucho de boca de un político mexicano algo que realmente tiene sentido. Carlos Medina Placencia, miembro del PAN, anuncia su intención de lograr la candidatura de su partido a la presidencia, exponiendo un poderoso motivo: “Yo no quiero tener un demente Hugo Chavez en Mexico que nos regrese el populismo, y hacia allá apunta la figura de Lopez Obrador.” Sabias palabras, pero pronunciadas en un país en el cual, ante el nuevo escaparate político circulan los modernos integrantes de un mercado que, parece seducido por eso; los políticos dementes, desgorretados, reparadores, incontrolables; políticos que parece fueron amansados por el Guaquila.
Dirijo la mirada al resto de América Latina para encontrarme con los Lulas, ahora Krichner en la Argentina, Bolivia expulsando a su presidente elegido por manifestar su intención de vender gas a Mexico, Toledo en el Perú ante tal problemática que la gente pide el regreso de Fujimori y lo más grave, el desvergonzado de Alan Garcia de nuevo enfilándose a la presidencia. La figura de Fidel Castro de nuevo emerge como la de un admirado rebelde quien durante más de 40 años ha retado a los gringos, al mismo tiempo que mata de hambre a los cubanos y, la revista Forbes le localiza una fortuna de cientos de millones de dólares.
Pero lo más irritante, es soportar las explosiones aguaquiladas del gorila Hugo Chavez cuando promueve su revolución bolivariana, y luego leer los pensamientos de ese verdadero héroe que fue Simón Bolívar:
“En Nueva Granada las excesivas facultades de los gobiernos provinciales, han conducido aquel precioso país al estado a que se ve reducido en el día. Por esta razón, sus enemigos se han conservado. En cuanto que nuestros compatriotas no adquieran los talentos y las virtudes políticas que distinguen a nuestros hermanos del Norte, los sistemas enteramente populares, lejos de sernos favorables, temo mucho que vengan a ser nuestra ruina. Desgraciadamente estas cualidades parecen estar muy distantes de nosotros en el grado que se requiere; y por el contrario, estamos dominados de los vicios que se contraen bajo la dirección de una nación como la española, que sólo ha sobresalido en fiereza, ambición, venganza y codicia.”
"Es más difícil, dice Montesquieu, rescatar un pueblo de la servidumbre, que subyugar uno libre". Esta verdad está comprobada por los anales de los tiempos, que nos muestran, las naciones libres amenazadas, y muy pocas de las esclavas recobrar su libertad. A pesar de ello, los meridionales de este continente han manifestado el intento de construir instituciones liberales, sin duda, efecto del instinto que tienen todos los hombres de lograr la felicidad; la que se alcanza, infaliblemente, en las sociedades civiles, cuando ellas están fundadas sobre las bases de la justicia y la libertad. Pero ¿seremos nosotros capaces de mantener en su verdadero equilibrio la difícil carga de una república? ¿Se puede concebir que un pueblo recientemente desencadenado se lance a la esfera de la libertad, sin que, como a Icaro, se le deshagan las alas y recaiga en el abismo? Tal prodigio es inconcebible, nunca visto. Por consiguiente, no hay un raciocinio que nos halague con esta esperanza.”
“Luego que seamos fuertes, bajo los auspicios de una nación liberal que nos preste su protección, se nos verá cultivar las virtudes y los talentos que conducen a la gloria; entonces seguiremos la marcha majestuosa hacia la grandeza a que está destinada la América meridional; entonces las ciencias y las artes que han ilustrado la Europa volarán a la América libre, que las convidará con un asilo.”
La libertad fue el móvil de la acción de este genio americano, pero sabía sin duda, que ésta no es completa si no se acompaña de educación, justicia y una acrisolada moral que convierta en integral la obra del estadista. Conducir masas es tarea fácil, pero hacerlo con acierto es obra de titanes, y es en donde radica la grandeza del político. Hay líderes inteligentes y honestos, pero abundan los politiqueros, figuras de arena fabricadas por la propaganda y por ende, sin asideros en la historia de los pueblos, son los que nacen para desaparecer con la muerte física. Son de la caballada del Guaquila.
Poco antes de su muerte Bolívar decepcionado y con visión profética, predijo cómo los pueblos de América Latina sucumbirían bajo de bota de barbajanes como Chavez. Parecía adivinar una cabalgata del Guaquila por toda la región produciendo sus “machos espantados.” En la patria de ese gran estadista ya lo ofenden con esa Revolución Bolivariana, y en al país que le dio su nombre; Bolivia, irrespetuosamente lo enlodan, mientras que en Mexico nos preparamos para iniciar nuestra revolución Guaquilariana.
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