Ricardo Valenzuela
“Voy a dejar este mundo sin sentirme triste. La vida ya no me atrae. He visto y experimentado todo. ¡Odio la era actual, estoy harto de ella! Veo todo el tiempo criaturas realmente detestables. Todo es falso, todo es reemplazado. ¡Todos se ríen del otro sin mirarse a sí mismos! Ni siquiera hay respeto por la palabra dada. Sólo el dinero es importante. Escuchamos sobre crímenes todo el día. ¡Sé que dejaré este mundo sin sentirme triste por ello!” Una nota verdaderamente triste.
Este fue el mensaje final del gran actor Alain Delon que, aun exponiendo una incuestionable verdad, suena verdaderamente triste emanando de un hombre que, ante la vista de la generalidad, tuvo lo que la mayoría de los moradores de este mundo solo han soñado. Porque, a diferencia de la imagen que la industria del cine les construye a esos exitosos actores, vemos que, como la famosa poesía de Juan de Dios Peza, Reír Llorando, tras las máscaras que la mayoría de los seres humanos lucen, hay una realidad oculta de grandes sufrimientos.
Es la historia de un paciente sufriendo de una profunda depresión que lo hacía coquetear con el suicido, consulta a un prestigiado Medico. Al escuchar cómo esa depresión lo hace sufrir y ya nada tiene significado en su vida. El médico, después de sentir la gravedad del problema, empieza a recomendarle todo lo que a cualquier ser humano le podría permitir abandonar ese doloroso estado.
Pero, toda la lista de eventos, cosas, relaciones, que el medico citaba, el paciente le responde ya haber tratado todo, el tener todas las cosas materiales como fama, riqueza, éxito, mansiones, cientos de mujeres habían pasado por su vida. Era miembro de las familias prestigiadas, habia viajado por todo el mundo. Pero al preguntarle las respuestas que recibe lo deja llorando.
¿Qué tenéis de familia? Mis tristezas
¿Vais a los cementerios? Mucho... mucho.
¿De vuestra vida actual, tenéis testigos?
Sí, mas no dejo que me impongan yugos;
yo les llamo a los muertos mis amigos;
y les llamo a los vivos mis verdugos.
—Me deja —agrega el médico— perplejo
vuestro mal, pero no debo acobardaros;
Tomad hoy por receta este gran consejo:
sólo viendo a Garrik, podréis curaros.
—¿A Garrik? Responde el paciente.
Sí, a Garrik... A él toda la más remisa
y austera sociedad le busca ansiosa;
todo aquél que lo ve, muere de risa:
tiene una gracia artística asombrosa.
¿Y a mí, me hará reír? ¡Ah!, sí, os lo juro,
él sí y nadie más que él; y ¿qué os inquieta?
Así triste —dijo el enfermo— no me curo;
¡Yo soy Garrik!... Cambiadme la receta.
¡Cuántos hay que, cansados de la vida,
enfermos de pesar, muertos de tedio,
hacen reír como ese gran actor suicida,
sin encontrar para su mal remedio!
¡Ay! ¡Cuántas veces al reír se llora!
¡Nadie en lo alegre de la risa fíe,
porque en los seres que el dolor devora,
el alma gime cuando el rostro ríe!
Si se muere la fe, si huye esa calma,
sí sólo abrojos nuestra planta pisa,
lanza a la faz la tempestad del alma,
un relámpago triste: una sonrisa.
El carnaval del mundo engaña tanto,
que las vidas son breves mascaradas;
aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas.
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