Trump no es parte de los globalistas y lo tienen que neutralizar. Y para hacerlo están tratando de retirarlo de la presidencia, legal o ilegalmente.
Durante el verano de 2015 explotaba un fuego cruzado a nivel mundial cuando Donald Trump, desde el lobby de su edificio en Manhattan, The Trump Tower, anunciaba su intención de lograr la candidatura del partido republicano a la presidencia de EU. Y lo hacía utilizando un mensaje mezclando el populismo, nacionalismo y liberalismo, con un claro reto y advertencia para el grupo de poder, anunciándole un cambio que no sería acorde a sus planes de control. De inmediato se movilizaban poderosas fuerzas que, jurando utilizar los medios necesarios, evitarían que lograra su propósito. El líder del grupo de poder, George Soros, juraba no darle tregua a Trump hasta desaparecerlo del mapa político.
Después de haber residido la mitad de mi vida en los EU, puedo afirmar que nunca había atestiguado algo como lo sucedido desde el evento en The Trump Tower aquel mes de junio del 2015. Al darme cuenta de la avalancha que rugía para aplastar al candidato Trump, y luego al presidente Trump, decidí embarcarme en una profunda investigación política hasta encontrar las raíces de este ciclón que, corrompiendo las instituciones de justicia, amenaza la libertad de los EU. Al inicio yo no era precisamente fan de Trump, pero al ver la forma tan cobarde en que lo atacaban, nació primero mi simpatía para la víctima del bully, y después mi decisión de apoyarlo.
Lo primero que pude observar fue el odio visceral que se despertó en México hacia Trump. Después algo sorprendente cuando muchos miembros de su partido se declaraban en contra de su aspiración. Seguían todos los expresidentes que igualmente se declaraban enemigos. Después era el turno de los dos candidatos republicanos a los que venciera Obama, McCain y Romney, quienes supurando odio se unían a las filas de esos enemigos. Algunos se reían de la osadía de este hombre y lo etiquetaban como un orate con dinero. Pero cuando las encuestas lo empezaron a ubicar con gran consistencia en el primer lugar, pasaban de las burlas a una gran preocupación que llevaría a un acuerdo-sociedad entre grupos de republicanos y demócratas, para detener este inminente peligro. La media afilaba sus cuchillos para iniciar uno de los ataques más viscerales en la historia política del país. Nacía el “Never Trump”.
Cuando Trump tenía la candidatura en la bolsa y Hillary aseguraba la suya, se arreciaba ese plan de exterminio contra Trump y su campaña con dos objetivos; desrielarlo y, ante su improbable triunfo, activar el cuento parido en el FBI de la colusión con Rusia para robar la elección. Los candidatos llegaban al final de la jornada aquel noviembre del 2016 con las apuestas a favor de la Hillary, y sus eufóricos partidarios se concentraban en un hotel de Manhattan esperando los números finales para iniciar la celebración. Pero conforme llegaban los informes de los estados, la euforia disminuía y, cuando las cifras finales declaraban ganador a Donald Trump, la euforia se convertía en un histérico llanto colectivo y, sobre todo, nacía un deformado deseo de rebelión y destrucción alentado por la negativa de Hillary de aparecer en escena y aceptar la derrota. Se decidía combatir a Trump en todas partes, a todos los niveles y con todas las armas, hasta sacarlo de la oficina oval.
En julio 26 del 2017, por orden de Robert Mueller, el FBI, con tácticas de asalto penetraba de madrugada la casa del ex ayudante de la campaña de Trump, Paul Manafort, a pesar de que él ya había testificado en el comité de inteligencia del senado. El FBI había quebrado la puerta de la casa de Manafort cuando él y su esposa estaban todavía dormidos, penetraban luego con las armas desenfundadas. El 8 de abril de este año, las huestes de Mueller ahora llevaban a cabo un asalto similar, ilegal y anticonstitucional, de la oficina del abogado personal de Trump, Michael Cohen, para apropiarse de información que nada tiene que ver con la colusión Rusia-Trump, demostrando abiertamente la sociedad de Mueller con el partido demócrata, la media, y su membrecía en “el estado profundo”.
Durante la campaña, cuando Trump sugiriera que EU podía negociar con Rusia y China una sociedad para combatir el terrorismo, reducir la posibilidad de más guerras, y negociar tratados de comercio más favorables, explotaba la rabia en ese estado profundo y aumentaba su temperatura y su odio hacia Trump. Uno de los primeros actos de Trump como presidente, fue cancelar la sociedad trans-pacífico de Obama, y retirarse de lo negociado por Obama en el acuerdo de Paris para el Clima, a cargo de las Naciones Unidas. Esas dos decisiones encenderían aún más la rabia de los globalistas y sus financieros. Ambos proyectos eran importantes negocios para ellos y clave para su control mundial. Para ayudarlos a pasar ese trago, Trump levantaba las prohibiciones para la extracción de petróleo en Alaska. ¿Qué harían con sus pozos recién adquiridos en Irak y Libia?
El estado profundo había tenido vía libre hacia su proyecto de un gobierno mundial, una sola moneda sin respaldo, sociedad atea, estado de bienestar mundial, guerras para vender armas, terminar la toma por asalto de bancos centrales todavía fuera de su control. Habían asesinado a Gadafi para controlar el banco central de Libia y detener su iniciativa de una moneda respaldada con oro. Luego irían por Siria y sus reservas de oro. De 1989 al 2017, todos los presidentes habían sido abanderados de los globalistas—y el gran problema ahora es que Trump no es parte de sus filas, representa todo lo contrario a sus planes y lo tienen que neutralizar. Y para hacerlo están tratando de retirarlo de la presidencia, legal o ilegalmente. Y si tienen que llegar a asesinarlo lo van a hacer.
El plan contra Trump involucraba tomar control político del departamento de justicia. Si Trump les ganaba ese control con su propio Procurador, investigaría a Hillary Clinton y John Podesta por el pago que recibieron en la venta de tecnología militar a Rusia. Pasarían a la revisión de la Fundación Clinton y su ilegal trato con el canadiense, Frank Guistra, que derivara a Rusia como propietaria del 20% de la producción de uranio de EU. Después pasaría a investigar las ventas récord de armas que Hillary llevara a cabo a países que luego se convertían en donadores millonarios de la Fundación Clinton. Sin duda encontraría los 30,000 emails que Hillary había desaparecido. Comprobaría que la fundación Clinton es una organización criminal dedicada a enriquecerlos y nunca la han cuestionado.
El plan B en la ronda de ataques sería la inventada intervención de Rusia para darle la elección a Trump, la declararan ilegal y Hillary ganara por default. Cuando el Procurador nominado por Trump, Sessions, se recusó de la investigación, el presidente sufrió un duro golpe. Los demócratas le habían tendido una trampa y lo amenazaron con iniciar el proceso de su destitución si despedía a Session o a Mueller, argumentando lo haría para cubrir sus huellas. Robert Mueller era el recién nombrado fiscal mediante una manipulación del estado profundo, para continuar la investigación al presidente en su colusión Rusia-Trump. Se descubría luego que el encargado de orquestar la trampa era John Brennan, ex director de la CIA, incondicional de Obama, y alguien que no oculta su odio hacia Trump.
¡Y la lucha se arrecia!
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