Ricardo Valenzuela
En
diciembre de 1999 Danny Hills afirmaba. “Se siente que algo muy grande está a
punto de suceder. Las gráficas nos muestran enormes crecimientos de la
población, en la atmosfera se respira algo diferente. Direcciones de net,
megabytes de dólares. Todo
ello se eleva hasta una asíntota justo más allá del cambio de siglo: La
Singularidad. El fin de todo lo que conocemos. El comienzo de algo que tal vez
nunca entendamos”. El año 2,000 siempre había sido algo que fascinaba a
filósofos, teólogos, escritores e, inclusive, el gran psicólogo Carl Jung lo
etiquetaba como el umbral de la mente colectiva.
Efectivamente estábamos ante el umbral de algo excitante. El siempre lejano año 2,000 había atormentado la imaginación occidental por miles de años. Aun más cuando el mundo no terminara al final del primer milenio, teólogos, evangelistas, poetas y videntes habían visto este final con la expectativa del arribo de algo verdaderamente trascendental. Issac Newton pronosticaría el final del mundo en ese año 2,000. Nostradamus anunciaba sería el de la llegada del anticristo. Todo sumado a la aportación del psicoanalista suizo Carl Jung, anunciaba el nacimiento de una nueva era de un despertar de la consciencia humana, presentaban algo difícil de entender.