Ricardo Valenzuela
El gobierno debería tener un importante papel en las sociedades libres. Debería proteger los derechos de ciudadanos creando un entorno en donde la gente pueda vivir y tomar proyectos razonablemente seguros de amenazas de muerte, asaltos, robos o invasiones extranjeras. Bajo los estándares de la mayoría de los gobiernos de la historia, este es un papel muy modesto. Eso fue lo que hizo a la revolución americana especialmente revolucionaria. La declaración de independencia proclamaba, “Para asegurar estos derechos, los gobiernos son instituidos entre los hombres.” No para hacer que los hombres fueran morales. Tampoco para impulsar el crecimiento económico. Ni para asegurar que todo mundo tuviera un estándar de vida decente. Solamente la idea revolucionaria de que el papel del gobierno estaba limitado a proteger nuestros derechos.
Pero imaginemos cómo luciría el mundo en libertad e invadido de prosperidad si el gobierno desarrollara bien esa simple y limitada tarea. Desafortunadamente, la mayoría de los gobiernos fallan ante la visión que le heredara Jefferson al nuevo país de dos maneras. Primero, no desarrollan una buena función para firmemente aprender y castigar esos que violenten nuestros derechos. Segundo, buscan engrandecerse ellos mismos tomando cada vez más poder, introduciéndose en más aspectos de nuestras vidas, demandando más de nuestro dinero, y limitando nuestras libertades a base de reglas, impuestos, mandatos, permisos etcétera.