El mercantilismo y la guerra

Ricardo Valenzuela

El mercantilismo en Inglaterra | Mises Institute

Política y económicamente el mercantilismo siempre ha estado cuajado de contradicciones. Su resultado más directo siempre ha sido la guerra y parece que el mundo va hacia allá.

Desde la aparición de Donald Trump en la esfera de la política mundial, el concepto del mercantilismo regresa a la vida para de nuevo lanzar sus coqueteos a través del mundo entero y, lo grave, muchas potenciales víctimas respondiendo a esos coqueteos.

El término mercantilismo fue utilizado por primera vez por Adam Smith en 1776, cuando se refirió a él como “sistema comercial o mercantil”. En esa era ya estaba bajo poderosos ataques por todos los flancos, y Adam Smith lo hizo sujeto de otra carga sin compás, para darle, lo que se pensó sería, el tiro de gracia, cuando ya con gran precisión lo describiera como un sistema que gran número de países utilizaba, como la estrategia de las monarquías. El mercantilismo no se conoció como una teoría económica, sino como una serie de prácticas políticas unidas por algún beneficio oculto.

 

En esencia el mercantilismo es la práctica para utilizar el poder del gobierno y controlar la economía, pretendiendo incrementar la riqueza de una nación. Pero no para incrementar la riqueza de las naciones en general, sino incrementar la riqueza de una nación en particular. El modus operandi del mercantilismo siempre ha sido monopólico. Es el gobierno dedicado a crear, cultivar, aprobar y proteger monopolios para aquellos que él controla, esperando ese poder sobre las palancas económicas, se traduzca en incrementos de la riqueza del estado y de los miembros del club. El mercantilismo también es conocido como nacionalismo económico.

 

El mercantilismo ha sido un sistema de gobierno para regular, controlar y dirigir la economía. En aquella era no se consideraba parte de la ciencia económica —pues la economía estaba todavía en un estado rudimentario— sino una ideología y una creencia política. Inclusive, las ideas económicas que se conocían en esa era, en gran parte eran derivadas del absolutismo que prevalecía en todo el mundo. La perspectiva dominante durante los siglos 16 y 17 y la primera parte del siglo 18, había sido el absolutismo. Un ambiente en el cual se respiraba la idea que todo mundo y todo, en general, debería estar bajo el poder del gobierno, y usualmente el poder de una persona.

 

El resultado fue el absolutismo real y total, teorías del derecho divino de los reyes y, en el siglo 19, lo que ha sido llamado el despotismo “iluminado”. Estas ideas se propagaron por toda Europa, pero la expresión más bien redactada era la de Inglaterra en la figura de Thomas Hobbes en su libro titulado, The Leviathon. Hobbes era gran creyente de que, si a la gente tuviera libertad, el resultado sería el caos. Y si las conductas de los hombres fueran dirigidas por ellos mismos, acorde a su juicio y sus particulares apetitos, no deberían esperar se les defendiera, ni se les protegiera contra el enemigo común, y tampoco de las injurias entre ellos mismos.

 

El único camino para edificar ese poder común, argumentaba Hobbes, era entregando todo el poder y la fuerza del estado y la sociedad, a un hombre, o a una asamblea de hombres que controlara sus deseos colectivos por medio de la pluralidad de voces, para convertirlos en un solo deseo. Y Hoobes lo describía así:

 

“Esta es la generación del gran Leviathon, o del Dios mortal, al cual debemos, bajo el Dios inmortal, nuestra paz y nuestra defensa. Y por esta autoridad entregada por todos y cada uno de los hombres de la nación, él debe usar ese gran poder y fuerza que se le ha dado, para, utilizando el terror, ser capaz de desarrollar los deseos de todos ellos, para lograr paz en casa, y cooperación mutual contra los enemigos foráneos… Y el que ejerce ese poder debe ser llamado soberano, y sabremos que tiene ese poder soberano ilimitado, y todos los demás miembros de la sociedad, son súbditos inferiores”.

 

Esta perspectiva de imponer estas cadenas de control total a las sociedades, para supuestamente forjar un propósito de unidad, una nación que levantara cercos a las iglesias, que lograra la centralización del poder en manos de los monarcas, estableciera la censura, la autorización de monopolios y mercantilismo en general. Pero todo ello no era simple ideología, en realidad era el temor a la libertad, el temor a lo que hombres agraviados pudieran hacer en libertad, para perseguir sus propios objetivos sin ataduras. Era una profunda y enraizada creencia de que, si se pudiera lograr el control de los hombres para dirigidos hacia el interés común, grandes cosas se pudieran lograr. Y esa creencia ha sido justificación para la concentración de poder, y ejercerlo sin controles sobre la gente.  

 

La realidad de las colonias inglesas en América, es que desde un principio se les establecieron controles mercantilistas y, en gran parte, sus economías estaban manejadas desde la madre patria, pero no era un mercantilismo tan severo como el de Francia y su Rey Sol. Sin embargo, en 1651 los británicos intentaron imponer un sistema de control sobre el comercio de las colonias que no sería aceptable. Esto fue a través del Acto de Navegación que contenía muchas de las reglas que eran comunes en esa actividad, pero como fue aprobado por el parlamento cuando no había Rey, se consideraba inválido cuando el monarca fue restaurado en el trono en 1660. Ese acto requería que todos los bienes importados o exportados por las colonias, debían hacerse en barcos construidos en Inglaterra o barcos que fueran propiedad de Inglaterra, y operados por ciudadanos ingleses.

 

Los comerciantes extranjeros fueron excluidos y se les prohibió comerciar con las colonias, y algunos artículos solo podían ser exportados de las colonias a Inglaterra o a posiciones inglesas. Los artículos de toda Europa, solo podían ser importados a las colonias a través de Inglaterra. El propósito de ese Acto, era dar a Inglaterra el monopolio del comercio internacional de las colonias. A partir de esos momentos, Inglaterra inició una oleada de prohibiciones del comercio de las colonias como: la lana que se prohibía la exportación y la de sus productos de lana a Inglaterra, a otras colonias y a otros países. El Acto de prohibición de la exportación de sombreros, limitando el número de aprendices que el fabricante podría emplear. Vendrían luego Actos de prohibición similares para melazas, azúcar, ron. Algunos tipos de acero, prohibiendo la erección de nuevas plantas de productos terminados en las colonias.

 

Pero política y económicamente el mercantilismo siempre ha estado cuajado de contradicciones. Políticamente, convierte el comercio internacional en competencia entre naciones. Enfrenta naciones contra naciones, haciendo del comercio un asunto más político y militar que económico. Económicamente el mercantilismo se basa en una premisa falsa. Los mercantilistas aseguran que en comercio unas naciones ganan y otras pierden. Esto va en contra de los básicos principios del comercio que, cuando hay un intercambio, ambas partes obtienen algo que ellos quieren más de lo que tienen. Entonces ambas partes se benefician al participar libremente en estas transacciones. Por ello, toda la voz populista del mercantilismo —balances favorables o deficitarios en el comercio, promoción de manufacturas, ayudas, subsidios, tarifas, restricciones monetarias etc.—producen rivalidades que son causa de infinidad de problemas. El resultado más directo del mercantilismo, siempre ha sido la guerra y parece que el mundo va hacia allá.  

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