Ricardo Valenzuela
Lo que ha Estado sucediendo en Venezuela a veces me parece algo similar a lo que, al finalizar la segunda guerra mundial, al penetrar los aliados al corazon del nazismo no podían creer los horrores de lo que tenían ante su vista. Un dantesco infierno que se calificaría como una de las más grandes tragedias de la humanidad. Sin embargo, los aliados, en los juicios de Nuremberg, pensaron haber castigado a todos los que provocaran ese genocidio. Estaban muy equivocados y los siguientes años lo comprobarían.
Años después, nos daríamos cuenta de que en ese campo había cabalgado algo que, desgraciadamente, se ha convertido en una fuerza vital y clave en todos los eventos del mundo, la impunidad. Ese elemento que tanto ha ya aportado para nuestras desgracias. Esa impunidad que, a través de los años en sus enfrentamientos con valores como la ética, la moral y, sobre todo, la verdadera justicia como la obligación más importante de los gobiernos, poco a poco se fue debilitando y está a punto de desaparecer. Una impunidad que, especialmente en las guerras, se le cuelga al vencido con gran cinismo.
Así se ha abrió la puerta y se dio la bienvenida a esas fuerzas letales apuntando al corazón de las sociedades, la familia. Ese gran cimiento que tradicionalmente había sido un espacio sagrado en donde los hijos eran cubiertos con los valores fundamentales. Esos valores que John Adams exigía fueran parte de la constitución de EU. Y lo describía asegurando la guía para los ciudadanos debería ser una constitución solo para hombres morales. Concepto que se reforzaría con la famosa democracia Jacksoniana basada en la idea de auto gobierno, en donde individuos y familias se gobernaran a sí mismos.
Pero, ese enfrentamiento que naciera desde finales del siglo 18, en estos momentos pareciera ser que la batalla de los justos contra las fuerzas oscuras se ha perdido. Así se ha borrado la diferencia entre lo que es bueno o malo y ya todo es relativo. Para eso, en la batalla esas fuerzas han utilizado todas herramientas del gobierno para legislar moral cambiando conceptos morales a base de arroparnos con ese desviada legislación. Nuevas leyes con el claro propósito de la destrucción de aquel hombre libre, independiente y moral, y con su detrimento se ha logrado el de la familia y de la sociedad.
Hombres que representaban la fuerza única en la influencia populista en una nación de pequeños agricultores y ganaderos. Estos hombres que ya eran propietarios de sus tierras no confiaban en la aristocracia hereditaria ni en la monarquía, pero al mismo tiempo lograban ser lo suficientemente libres, autónomos y económicamente saludables para poder resistir las llamadas radicales del gobierno tratando de legislar e imponer igualdad.
Habia que destruir ese hombre imitando a William Penn, quien, armado con su mosquete, hiciera correr a los soldados ingleses de su casa. No les permitiría tener esa vía libre hacia su propósito, crear el ciudadano similar al siervo de la edad media y adueñarse del mundo. Así sería atacado para, como a los toros de lidia que desangran antes de enfrentar al matador, restarle toda esa vitalidad de su propósito y de su valor. Ese hombre que hasta el republicanismo habia decidido “ignorar” su sagrada cultura, en especial los efectos de la globalización y des industrialización en las pequeñas comunidades tradicionales de ciudadanos propietarios.
Ese hombre de representaba la estabilidad de las clases medias propietarias de sus tierras, de la eterna vigilancia de su libertad, sus costumbres y tradiciones: la constancia inmutable que exponía asegurando que lo que se mejora nunca es totalmente nuevo; lo que se retiene nunca es totalmente obsoleto. Una amplia clase propietaria que servía como baluarte contra la anarquía confiscatoria y el nihilismo revolucionario, así como el exceso monárquico, el aristócrata interno, y la autocracia clientelar. Ese hombre que de día cultivaba sus campos y de noche combatía a los ingleses. Ese hombre que si le atacaba respondía y nunca permitirá la impunidad.
El primer gran ataque sería provocando el enfrentamiento entre hermanos y la destrucción de la guerra civil. Destrucción física, social, moral y, sobre todo, una grave herida en la estructura financiera del pais con una impagable deuda que lo ha mantenido en un secuestro. Fue la gran oportunidad para culpar al sur y, con cinismo y crueldad, ya siendo el perdedor, debería ser también el gran culpable evitando la “impunidad”, iniciando esa infernal y cobarde política de tirar la piedra y esconder la mano. Y, sobre todo, la experiencia de humillar al vencido pensando habían logrado la forma de “domar al hombre.”
La impunidad debe desaparecer. Tal vez necesitemos a un sabio rey Salomón para lograrlo. En estos momentos en Venezuela se negocia la salida del asesino Maduro y, supuestamente, se le ofrece eso, impunidad, sin tocar los billones de dolares robados. La impunidad en el asesinato de Kennedy cambió totalmente la trayectoria de EU. La impunidad en el asesinato de Colosio en Mexico, igualmente cambió la oportunidad de un futuro mejor. La impunidad de Maduro en Venezuela se convertiría en una frondosa invitación para todos los trogloditas que ocupan el liderazgo en America Latina. Sería la gota para derramar el vaso de la inmundicia de Petro en Colombia, de Zelaya en Honduras, López Obrador y su tan especial Barbie en Mexico, a Ortega en Nicaragua. Y a lo mejor hasta Pedro Sanchez en España se anima para quitarse el bozal.
Esos aspirantes a la corona de Fidel Castro que han estado esperando una señal para provocar sus propios infiernos. Una impunidad que diera vida a una época en la que nadie se atrevía a decir lo que pensaba, en la que perros feroces y gruñones vagaban por todas partes y en la que había que ver a los propios camaradas sangrando por haberse rebelado ante sus crímenes atroces. Se debe eliminar la impunidad recordando las palabras de Goldwater: “Extremismo en defensa de la libertad no es un vicio. Pero moderación en la persecución de justicia no es una virtud.”
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