En la
convulsionada historia de la humanidad durante los últimos cien años, hay un
evento totalmente desconocido por la gran mayoría de los habitantes de nuestro
planeta. Después que terminara la segunda guerra mundial, corría fuerte un
rumor describiendo cómo los nazis, desde los años 30, se dieran a establecer un
asentamiento en Antártica a donde habían enviado sus armas más avanzadas, los
mejores científicos, soldados, obreros para la avanzada tecnológica que allí
construían, y preparaban la emergencia de su 4th Reich.
Los nazis habían iniciado sus primeros viajes de exploración a la Antártida desde principios de los años 30 e, inclusive, habían establecido un asentamiento declarando su propiedad de un territorio muy grande de ese novedoso continente. El 22 de enero de 1939 una jabalina lanzada desde un avión Passat se clavó de manera perfecta en el centenario y virgen hielo de la Tierra de la Reina Maud, en la Antártida Oriental, a pocos kilómetros del océano Antártico.
Con el primer viento, el artefacto pudo desplegar la bandera que llevaba, un paño rojo con una esvástica negra sobre un círculo blanco. Siete días más tarde, el hidroavión Boreas divisó una extensa cordillera en el interior del continente y dio luz verde para que tres hombres la recorrieran a pie. A 500 metros de la costa, la pequeña excursión clavó otra bandera, esta vez mucho más grande e imponente, y consagró la tierra como la primera colonia del Tercer Reich en el sexto Continente. Los únicos testigos fueron un grupo de pingüinos, quienes se sobresaltaron al escuchar el grito de “¡Heil Hitler!”.Sin duda,
para el nazismo lo que realizó la tripulación del Schwabenland fue una hazaña.
No solo consiguió varios desembarcos en el continente, sino que también pudo
realizar vuelos de exploración y cartografía, además de aterrizajes, algo que
hasta entonces no se había logrado. La expedición regresó con 11.600
fotografías aéreas, lo que permitió tener los mapas más detallados de varias
regiones, incluyendo una cordillera de ochocientos kilómetros de largo a cien
kilómetros del borde de hielo y el oasis, bautizado Schirmacher en honor al
piloto.
El rumor
era tal que el presidente Truman, en 1947, decidió enviar un poderoso
contingente al mando del Almirante Richard Byrd en busca de tal asentamiento y
destruirlo. Una fuerza compuesta de 5,000 hombres, 70 buques y 40 aviones de
combate. Después de unos dias de extrañas ocurrencias y ataques que les
provocaran importantes bajas, el Almirante decidía hacer un vuelo de
reconocimiento el cual, de repente perdieran el control del avión, y era
llevado a la puerta de entrada de lo que parecía ser una montaña hueca con su
interior gigantesco.
En las
instalaciones de lo que parecía una gran ciudad, el Almirante fue conducido
ante quien parecía ser el líder del impresionante lugar totalmente fuera de su
realidad. Un lugar que solo en las fantasías de Walt Disney los hubiéramos visto.
Después que esa persona le diera cierta explicación de quienes eran. Con
asertividad pasaba a exponerle la gran preocupación que ellos tenían con los
eventos que estaban sucediendo en lo que llamaban superficie. Le afirmaban con
asertividad que, si no se corrigiera ese rumbo, ellos deberían de intervenir
antes que destruyeran el mundo.
El líder seguía
ahora diciéndole la humanidad ha iniciado un camino que nos llevaría a una
segura destrucción. Pasaba a señalar el principal ingrediente el estancamiento
del desarrollo espiritual y, como consecuencia, la ausencia de moral. Esa
combinación nos llevaría hacia algo fatal; el liderazgo de paises y organizaciones
mundiales, cada día más poderosas, en manos de hombres inmorales y, como los
definía Mises, de corazon corrupto. Y sus ejemplos estarían demostrando que la
mejor forma de escalar esas alturas de la nueva estructura global, es asumiendo
las peores conductas lejos de la virtud, un recinto en el cual la integridad
estorbara.
Y
desgraciadamente esa profecía se ha estado cumpliendo. Cómo es posible que el
mundo siga cayendo en manos de esas fieras rabiosas que nos muestra Venezuela
en estos momentos. La manifestación de un mundo fellinesco en manos de
criminales donde no hay pecado que no hayan cometido. Pero con grandes
auditorios aplaudiéndolos como el de Mexico, Nicaragua, Cuba, Colombia, Brasil,
Sanchez y su Zapatero de España. Y debo de agregar al grupo EU en donde, a
diferencia de Venezuela que expatrian sus peligros, los tratan de asesinar como
lo han hecho con Trump ya en dos ocasiones con la misma receta que le
propinaran a Kennedy.
Porque hay
un plan especial para los EU y, con claridad, podemos ver que aquel juramento
que llevaran a cabo Cecil Rhodes, los Churchill, los Rothschild y la monarquía
de Inglaterra para, a pasos lentos y en el largo plazo, subyugar a los EU para
destruir su republicanismo dirigista armado con sus mercados libres, ha está a
punto de cumplirse. Y aquel EU que durante el siglo 19 y parte del siglo 20
hubiera sido la gran lección para el mundo, después de 200 años los efectos de
esos feroces ataques provocaban sus resultados. EU ya no es el mismo país que
tanto admirábamos.
La democracia en
que hemos vivido es solo un proceso para seleccionar gobernantes y políticas
gubernamentales. Algo que, si analizamos el mundo actual, nos daremos cuenta ya
no existe o simplemente es selectiva de acuerdo con las oligarquías globales
que, con la profundidad de sus bolsillos, son los únicos votantes. Y cuando se
les arrebata ese poder, explotan situaciones como la que vivió EU con la
primera victoria de Trump.
Pero, en estos momentos, de nuevo se las acaba de arrebatar Trump. Y en medio de sus gritos y las tempestades que siempre ha provocado a través de su vida, creo que estamos a punto de atestiguar la madre de todas las tempestades. En su segunda aventura presidencial este hombre está ya rompiendo todos los moldes tradicionales que han regido al mundo y, especialmente, a EU. Y después de la demolición de esos moldes, planea construir una nueva estructura que tiene a muchos sorprendidos, otros confundidos y, en especial, algunos sumergidos en un pánico mezclado con histeria.
Abróchense los cinturones que el avión atraviesa turbulencia feroz.
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