Ronald Reagan hizo más que cualquier otro ser humano durante la segunda mitad del siglo 20 para moldear el mundo en libertad, sin embargo, él mismo y su presidencia permanecen sin entenderse.
En el verano de 1992, asistí a una cena en Nueva York que le ofrecían al gran Bob Bartley quien se retiraba como editor del Wall Street Journal. Había establecido relación con él a través de mi amigo Art Laffer y eso me valía un lugar en su mesa en la cual también estaba Ted Forstmann, cabeza de Forstmann Little & Company, uno de los Investment Bankers más exitosos de EU. Unas semanas antes, un tipo de nombre Carl Weinberg originario de Filadelfia, al enterarse que mi primo El Peque Torres era congresista mexicano, con gran insistencia me pedía una carta de El Peque dirigida a un senador para mi totalmente desconocido, con el propósito de iniciar una relación con quien, según este hombre, sería presidente de los EU.