Ricardo Valenzuela
La humanidad está viviendo una era en la que el
estatismo encapuchado ha llegado a dominar el espíritu moderno. Una era la cual
ningún partido influyente se atreve abiertamente a abogar que “todos los medios
de producción” sean privados. ¿Por qué infinidad de artistas, intelectuales,
periodistas, empresarios han llegado a odiar con morbo la libertad? ¿Por qué a
pesar de los fracasos socialistas estos hombres continúan ejerciendo tanta
influencia? La respuesta, en mi opinión, es que no existe una clara filosofía de
la libertad, del verdadero liberalismo ni del verdadero capitalismo. Una
filosofía con la cual se puedan evaluar los logros de esa libertad y los
rotundos fracasos del estatismo. Alguien por ahí ha dicho: “El verdadero capitalismo
solo ocurre si no hay nada que lo detenga. El socialismo tiene que ser
construido”.
A diferencia del socialismo, el capitalismo es simplemente lo que ocurre en ausencia de una planeación central. Cuando los primeros inmigrantes llegaron a los a EU, no llegaron con una receta emitida por alguna Agencia para la Planeación Económica; ellos se dedicaron a hacer lo que querían hacer y era lo natural: Sembraron, cosecharon, compraron, vendieron, intercambiaron. Eso era capitalismo, pero nunca se enteraron, considerando sus acciones como algo normal en una sociedad. Ellos no eran ideólogos; solo hicieron lo que funcionaba y nunca se preocuparon por alguna etiqueta filosófica. Y en cierto sentido esto ha sido una bendición. Pero también ha sido una debilidad porque, sin una filosofía racional que lo distinga, el capitalismo es vulnerable a los insultos, agresiones y ataques de cualquier desarrapado socialista—comunista—marxista, exponiendo sus envidias y frustraciones. Y ellos tienen influencia no porque tengan la razón, sino porque no tenemos una filosofía del capitalismo ampliamente reconocida con la cual combatirlos. Sin principios, estamos destinados a perder, porque una mala idea solo se puede derrotar con una mejor.