La muerte del papa Francisco ha provocado, además de la tristeza de los católicos, los primeros movimientos de lo que pudiera ser un gran terremoto. Pero, en este movimiento están ya participando una serie de elementos que, en diferentes formas, están ya aportando a la potencial magnitud de este fenómeno que puede alcanzar niveles explosivos con sus cambios de proporciones bíblicas. Cambios al estilo de Spinoza y Nietzsche porque, con la muerte del líder de la iglesia, surge ese corto espacio de un vacío para darle potencia a ciertas fuerzas sedientas de ese poder vacante.
Entre los aspirantes, creo podemos afirmar todos temen a que surja un verdadero cambio. Por eso, es importante identificar que clase de cambios son los que ya están provocando la histeria de quienes solo buscan posiciones especiales, lo que alguno de esos cambios podrían sabotear. Yo pienso que el temor más grande de la burocracia del Vaticano no es algo nuevo y desconocido que teman enfrentar. Temen a las ideas que, hace más de tres siglos, cimbraran sus cimientos con fuerza superior a la que había desatado Martin Lutero para darle vida a su reforma. Spinoza y Nietzsche.
En la vieja
lucha entre el poder y la libertad, un joven pensador llamado Spinoza la llevaría
hacia niveles desconocidos. Un judío español cuya familia, huyendo de la
sagrada inquisición, habían emigrado a Holanda. A sus 23 años Spinoza seria
excomulgado por judíos y católicos puesto que, a diferencia de Lutero, él no exigía
cambios en los postulados de las iglesias, él con sus ideas invitaba a la desaparición
de muchos, pero, no invitaba a una violenta cruzada ni presentaba una lista de
lo que deseaba. El solamente lanzaba sus ideas con una potencia devastadora y,
sobre todo, con un atractivo seductor que cimbraba al mundo.
Pero ¿Qué pecado
había cometido para merecer tal condena? Spinoza habia iniciado una gran fogata
que a las religiones les urgiría apagar. Su única arma eran sus ideas que
penetraban mentes y corazones amenazando todas las bases y cimientos, no de una
especifica religión, sino las de todas. Era derrumbar esa gran muralla que a la
iglesia católica le había tomado 1,500 años construir, y sus armas eran
letales. Acusaría de falsedad todas las bases sobre las cuales se edificara el catolicismo
y todas las demás religiones. De forma especial a sus burocracias por haber
saboteado el verdadero desarrollo de los seres humanos. Invitaba al hombre a
romper las reglas especiales con las que lo aprisionaran en su mediocridad.
Señalaba la
cultura decadente que habían provocado. Defendía una visión panteísta de Dios e invitaba a explorar el lugar de la
libertad humana en un mundo desprovisto de fundamentalismos teológicos y
políticos. Al rechazar el mesianismo y el énfasis del valle de lágrimas, enfatizaba
la apreciación y valoración de la vida. Al defender la libertad individual en
sus dimensiones morales y psicológicas, contribuyó a establecer el género de la
escritura política denominada teología secular. Invitaba al abandono de la
mentalidad de rebaño, abrazar lo desconocido, construir nuestro propio camino
en la soledad que la mejor forma para trascender.
Pensaba que
el hombre se podía auto transformar en un ser superior, solitario, diferente,
desobediente. Un hombre noble alejado de la mediocridad del rebaño que habían formado
las iglesias, que abrazara lo desconocido. Un hombre que viera al sufrimiento,
no como castigo, sino una purificación quemando lo inútil e impuro. Odiaría ese
resentimiento hecho virtud, el que la sumisión fuera premiada. Una vez que el
ser humano trascendiera los valores tradicionales, podría crear nuevos. Se convertiría
en un superhombre, libre de las cadenas que le impedían crear nuevas
valoraciones. Así, el individuo ya no seguiría reglas antiguas, seguiría las
suyas naturales.
En su obra que inspirara a Niethzsche declarando a Dios muerto, no se refería a la connotación precisa de sus palabras, apuntaba hacia la inmoralidad que había emergido en la iglesia católica con sus indulgencias, como un insulto a la razón que el dios natural nos había entregado. Ese nuevo cuadro de valores y moralidad enfermizos lo definía afirmando, la Religión ha Colapsado. Debíamos establecer una nueva fórmula de vida buscando en nuestro interior a ese superhombre. Deberíamos alejarnos de ideas como aceptar inmóviles el sufrimiento y la pobreza porque santifican, elementos muy especiales para la formación del rebaño.
Para Spinoza Dios
no era como el hombre, compuesto de cuerpo y mente y afirmaba. “Esa visión es supersticiosa
y contraria a la verdadera fe. Los creyentes en ese tipo de deidad estaban más
motivados por el miedo que por la virtud. El terror a la ira divina no debía ser
una base real para construir la religión; el marco de la salvación y la
condenación conducía a una inestabilidad emocional incompatible con la vida
virtuosa. En una carta a un joven recién convertido al catolicismo, Spinoza
escribió: “Convertido en esclavo de la Iglesia te has dejado guiar no tanto por
el amor de Dios como por el miedo al infierno”. “Hay pocas órdenes más hábiles”,
añadió, “para engañar a la gente común y controlar las mentes de los hombres”.
“La fe significa
cosas diferentes para cada persona”, Spinoza respondió a uno de los que lo
acusaron de rechazar toda religión: “¿Acaso quien sostiene que Dios sea
reconocido como el bien supremo y debe ser amado libremente como tal, rechaza
toda religión? ¿Es pecado sostener que nuestra mayor felicidad y libertad
consiste en esto? ¿O que la recompensa de la virtud es la virtud misma,
mientras que el castigo de la necedad es la necedad misma? Y, finalmente, que
cada persona debe amar a su prójimo y obedecer los mandatos del poder supremo”.
Spinoza tomaba a Dios en serio pero sin intermediarios.
Spinoza abordó
preguntas muy importantes: ¿qué es Dios? ¿Cuál es nuestra relación con Él? ¿Cómo
debo actuar a la luz de ese conocimiento? Serviría de modelo para quienes deseaban
explorar estas interrogantes a su manera, guiados por lo que, con introspección,
descubrirían lo correcto y no lo que les habrían ordenado. Cualquiera que esté
abierto a la idea de la creencia religiosa, pero se sienta incómodo con las
enseñanzas ortodoxas, debería leer a Spinoza.
Lo que hoy convierte Spinoza quizás en el filósofo más querido desde Sócrates, es su segura ecuanimidad. No fue un nihilista desesperado, sino que, más bien, como lo afirmaba “la bienaventuranza no es otra cosa que la satisfacción del espíritu, que surge del conocimiento intuitivo de Dios y requiere mucho esfuerzo”.
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