Ricardo Valenzuela
La racionalidad,
suponiendo la adopción de un patrón verdaderamente universal e impersonal, es
de importancia capital, no solo en las épocas en las que fácilmente predomina,
sino también y aun más, en aquellos tiempos menos felices en que se desprecia y
se rechaza como el vano sueño de los hombres que careciendo de la virilidad
necesaria y matan donde no pueden ponerse de acuerdo.
Bertrand Russell
Durante siglos se ha difundido la creencia de que toda actividad científica o filosófica, como la comprensión de la vida social, debería basarse en la contemplación e interpretación de la historia. Siendo que el hombre acepta sin condiciones ulteriores su modo de vida, la importancia de sus experiencias y pequeñas luchas cotidianas es lo que el investigador o filósofo social debe examinar como el panorama, pero desde un plano más elevado. Así, puede ver al individuo como un pequeño peón sobre el tablero general del desarrollo humano. Y ver claro que los actores más importantes de la historia son grandes naciones, grandes lideres, grandes ideas. De esa forma comprender el significado de esta comedia en el escenario histórico y poder entenderlo.
Es una muy corta descripción de la actitud que llamamos historicismo. Un conjunto de ideas vinculadas que se han convertido en parte de nuestra atmosfera espiritual, que desgraciadamente las damos por sentadas sin ponerlas a juicio para así calificar resultados racionales.
No hay duda de que las filosofías historicistas de Hegel y Marx fueron productos de su tiempo, tiempos de transformaciones sociales. Al igual que los sistemas de Platón, Comte, Mills, Darwin, fueron filosofías de cambio que daban testimonio de la aterradora impresión producida por el mudable medio social en el espíritu de quienes vivieron en su seno. Platón reaccionaría ante esta situación intentando inútilmente detener el cambio. Pero los filósofos que les siguieran parecían reaccionar de una forma diferente, puesto que, no solo aceptaron la transformación, sino que la recibían con los brazos abiertos.
Sin embargo, pareciera que ese amor al cambio también tendría su reverso no tan amoroso. Porque, aun cuando habían abandonado la esperanza para detenerlo, entonces, a golpe de timón, cambiarían la ruta ahora apuntando a predecirlo y ubicarlo bajo control racional y, al parecer, se sumaban al claro intento para dominarlo y aprovecharlo. Así es que, también el historicista experimentaba todavía su error ante el cambio que no se entendía.
En los tiempos actuales de transformaciones todavía más súbitas, no solo hemos querido predecirlas, sino también controlarlas por medio de planificaciones centralizadas a gran escala. Estos puntos de vista, que hemos criticado, representan una clara transacción entre las teorías platónicas y marxistas. Esa voluntad platónica para detener el cambio, en sociedad con la teoría marxista de inevitabilidad, produjeron, al estilo de la síntesis hegeliana, la exigencia de un cambio que, si no podrían detenerlo por completo, cuando menos fuera planificado y regulado por el Estado, por lo que su poder debía extenderse y se extendía.
Una actitud como ésta podría parecer una especie de racionalismo estrechamente vinculado al sueño marxista del “reino de la libertad,” donde, por primera vez, el hombre era dueño de su destino. Pero en realidad era una alianza con una doctrina opuesta a ese racionalismo, pero en acuerdo con esas tendencias irracionales y místicas de este tiempo. Esas exigencias marxistas para que nuestras opiniones se determinaran por los intereses de clase y la situación social e histórica de nuestro tiempo. Y con etiqueta de “sociología del conocimiento” o “sociologismos,” esta doctrina se desarrollaba para convertirla en la teoría de la determinación social del conocimiento científico y fabricación en serie de sus zombis.
Una sociología que explica el pensamiento científico y, en especial, el pensamiento referente a los asuntos sociales, económicos y políticos, no se desarrollaría en un vacío sin fondo, sino dentro de una atmósfera socialmente planeada y condicionada. De esa forma, sus zombis recibirían la influencia de elementos inconscientes y subconscientes que permanecen ocultos al pensante, puesto que son parte de ese lugar en que habitan, ese es su hábitat social. Un sistema de opiniones y teorías que, al pensante ya programado, se le presentan como incuestionablemente ciertas y evidentes y así las aceptara.
Un esquema abusivo que para la victima encerraba una sola verdad lógica e irrefutable, la que le dictaban. Por esta razón ni siquiera tendría conciencia de estar siendo programados. Pero, lo consideraban evidente y real pues lo podía comprobar acudiendo a otro de esos zombis residentes, donde se daría cuenta que, para su colega, también era algo cierto e incuestionable, si bien un poco diferente, siempre habría un puente intelectual para unirlos y coincidir. Los expertos denominan estos sistemas de hipótesis determinados y plantados, “ideologías totales.”
Habían descubierto la filosofía ocular en su rebelión contra la razón. Marx habia sido racionalista. Pero al igual que Sócrates y Kant, vio en la razón la base de la unidad del género. Pero con su idea de que nuestras opiniones se determinan por los intereses de clase apresuró su declive. Al igual que la hegeliana donde nuestras ideas se determinarán por intereses y tradiciones nacionales, la ideología marxista socavaría la fe racionalista. Así izquierda y derecha eran amenazadas y la actitud racionalista ante problemas sociales y económicos, no pudo resistir el embate conjunto de la profecía historicista y del racionalismo ocular. Y así se mostraba el por que el conflicto entre lo racional e irracional se convirtió en el problema intelectual y moral más importante de nuestro tiempo.
Y el resultado de este enfrentamiento lo podemos definir con la gran frase de Platón: “Y llegará el día en que el Estado levantará bellos monumentos para celebrar su memoria y su poder. Y se le deberán ofrecer sacrificios como a los dioses, como a los hombres tocados por la gracia divina semejantes a Dios.” Pero ello sería complementado con el pan y circo para que las turbas estuvieran en paz. Pero todo eso no sería suficiente para evitar la caída del imperio romano y sus emperadores semidioses.
Finalmente, en palabras de Popper. “Debemos convertirnos en forjadores de nuestro destino. Aprender a hacer las cosas lo mejor posible y corregir nuestros errores. Desechar la idea de que la historia del poder es nuestro juez. Algún día logremos controlar ese poder. Y escribir una nueva historia.”
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