¿RELIGIÓN OPIO DE LOS PUEBLOS? JESÚS EL ANTÍDOTO (PRIMERA)

Ricardo Valenzuela 

Migration MuseumKarl Marx's London - Migration Museum 

“América es libre y prospera porque la habitan hombres libres y morales. Pero, si algún día pierden esa moralidad, de inmediato le seguirá la pérdida de su prosperidad y su libertad.”

                                 Alexis de Tocqueville 

En 1844 Karl Marx pronunciaba una potente frase: “la religión es el opio de los pueblos.” Un conjunto de palabras que a cualquier buen cristiano le provoca una furiosa explosión ante tal herejía, sin embargo, es algo que requiere de una profunda reflexión. Lo primero a tomar en cuenta, es que Marx hacía esa afirmación cuando se encontraba viviendo en Londres sufriendo grandes penurias financieras prácticamente sostenidas por la caridad de su socio, Engels. Además, sufriendo de un alcoholismo que lo tornaba irracional y abusivo con su familia, donde habría grandes desgracias. Sus hijas se suicidaron para escapar del sufrir. 

Era claro que no tenía autoridad para sostener tal afirmación con argumentos o evidencias que lo demostraran. No para surtirle esa lógica espiritual y económica que, claramente, nunca las había tenido. Sin embargo, había tocado un material importante y abundante, pues, al cristianismo desde su nacimiento bajo el liderazgo de Constantino, se le ha acusado de haber surgido para eso, apoderarse de las mentes de los habitantes del imperio romano para controlarlos con algo más efectivo, el temor a dios.  Esa reflexión que nos llevaría hasta el Concilio de Nicea en el año 325 DC, el evento que le diera vida a la Iglesia Cristiana. 

Pero, no como una iniciativa motivada por la supuesta conversión al cristianismo de Constantino. Era la jugada del emperador que, ante el crecimiento desbocado de los cristianos por todo su imperio, detectaba la oportunidad de establecer un control de las mentes ciudadanas para manipular las conductas. Ahora las reglas de su esclavitud serían dictadas por Jesucristo. Sobre todo, ante una corriente de cristianos con peligrosas ideas de una verdadera liberación, al estilo de Espartaco, que cimbrara al imperio como fueran los znósdicos abanderados de los verdaderos mensajes de Jesús.

En ese Concilio se decidía eliminarlos y sus escritos fueran calificados de herejías, con pena de muerte para quienes los siguieran promoviendo y practicando. Pero, Constantino se daba cuenta de que, además del objetivo inicial, había un potencial más allá del control de sus conductas por el miedo y culpa. Era también una fuerza que, bien apuntada, se podría dominar su mente para convertir la sociedad en un conjunto de entes programados al servicio del imperio. La idea de tener millones de gentes, ordenado por dios, dócilmente trabajando para el imperio y totalmente entregados. 

Ante tan atractivo panorama, el peligro que el imperio tendría que enfrentar era que la gente identificara las cadenas con las que la habían esclavizado. Y, sobre todo, la aterradora posibilidad de que, como lo afirmaban esos rebeldes Znósdicos, los seres humanos tenían un infinito poder interior que los llevara a su verdadera liberación. Y cuando los emperadores y su nueva iglesia acezaran a esa frase de Jesus; “no busques el reino celestial en el exterior, porque el reino está en tu interior,” su preocupación se convertía en histeria. 

Con el triunfo de Constantino y su nueva iglesia, ahora se debía diseñar algo tan importante para los seres humanos, la economía. Una estructura que fuera capaz de generar empleos para la plebe, suficientes recursos para sostener la vida lujuriosa de los emperadores y, sobre todo, recursos suficientes para mantener su estado de guerra, pues hay que recordar que en aquella era la riqueza solo se podría lograr e incrementar, a través de la guerra para despojar a otros pueblos de la suya. En aquella era todavía existía la creencia que la riqueza era estática, y lo que unos ganaban, otros perdían. El concepto de su creación de esa riqueza todavía no existía. 

Eran los primeros pasos de un paradigma que reinaría y, en gran parte, todavía reina en el mundo. Unos cuantos hombres poderosos al timón del desarrollo con una iglesia que lo garantizara. Una especie de Athina totalmente empoderada y muy bien armada después de su enfrentamiento con Zeus, y la identificación de quienes no contaran para nada. Al transcurrir el tiempo, el poder y la participación de la iglesia se incrementaría emergiendo como la directora de la orquesta nunca cuestionada. Los esquemas económicos sin libertad se establecían siempre controlados por las nuevas corrientes de pensamiento bendecido por la iglesia. Pero siempre alejándose de la verdad espiritual. 

Sin embargo, habría un importante evento. No sería un accidente el surgimiento de una escuela diferente, la Escuela Austriaca de economía y filosofía, que emergía retando las visiones de las confusas mezclas existentes. Pero, además, surgía en un país que no solo era católico, sino también sus valores y actitudes aún eran poderosamente influenciados por los pensamientos Aristotélicos y Tomistas. Los grandes precursores de esa Escuela Austriaca floreciendo, no en la protestante y anticatólica Prusia, sino en esos estados alemanes que fueran católicos o políticamente aliados de Austria en lugar de Prusia. Tal vez la herencia de los Znósdicos y los verdaderos mensajes de Jesús.    

Así emergía con fuerza una creciente convicción de que, omitir la perspectiva religiosa, así como la filosofía social y política y la ética, distorsionaría desastrosamente cualquier visión de la historia del pensamiento económico que señalara una ruta hacia un futuro mejor. La posible receta hacia el ansiado desarrollo que debería ser nuestro deber moral ya ignorado. Era algo muy obvio en los siglos anteriores del siglo IXX, pero también realidad para aquel siglo, incluso cuando el aparato tecnológico estaba ya adquiriendo vida propia. Y en este presente de otra tecnocracia más agresiva, es algo que nos debería importar a todos. 

Nos hemos alejado de la historia, ese sabio escaparate de la humanidad y sus lecciones. Esa historia que debe ser una narrativa, la discusión entre personas reales, entre hombres y mujeres de buena fe y bases morales, así como teorías por más abstractas que sean, incluyendo triunfos, tragedias, conflictos. Esos conflictos que muy seguido son morales y otros puramente teóricos, pero son los que más nos enseñan. Porque la advertencia de Tocqueville es ya amenaza real que ha logrado avances que nunca debieron ser permitidos.

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