Ricardo Valenzuela
“América es libre y prospera porque la habitan hombres libres y morales. Pero, si algún día pierden esa moralidad, de inmediato le seguirá la pérdida de su prosperidad y su libertad.”
Alexis de Tocqueville
En 1844 Karl Marx pronunciaba una potente frase: “la religión es el opio de los pueblos.” Un conjunto de palabras que a cualquier buen cristiano le provoca una furiosa explosión ante tal herejía, sin embargo, es algo que requiere de una profunda reflexión. Lo primero a tomar en cuenta, es que Marx hacía esa afirmación cuando se encontraba viviendo en Londres sufriendo grandes penurias financieras prácticamente sostenidas por la caridad de su socio, Engels. Además, sufriendo de un alcoholismo que lo tornaba irracional y abusivo con su familia, donde habría grandes desgracias. Sus hijas se suicidaron para escapar del sufrir.
Era claro que no tenía autoridad para sostener tal afirmación con argumentos o evidencias que lo demostraran. No para surtirle esa lógica espiritual y económica que, claramente, nunca las había tenido. Sin embargo, había tocado un material importante y abundante, pues, al cristianismo desde su nacimiento bajo el liderazgo de Constantino, se le ha acusado de haber surgido para eso, apoderarse de las mentes de los habitantes del imperio romano para controlarlos con algo más efectivo, el temor a dios. Esa reflexión que nos llevaría hasta el Concilio de Nicea en el año 325 DC, el evento que le diera vida a la Iglesia Cristiana.







