Al inicio
de los años 90, embriagado con el entusiasmo por los grandes cambios que
Salinas estaba llevando a cabo en Mexico, dirigí una carta a gentes de gran
prestigio en el mundo de la política, economía, de las ideas describiendo ese
proceso. Las respuestas que recibí fueron superiores a mis expectativas pues
listaba nombres como Milton Friedman, Paul Romer, premio nobel, Gordon Tullock.
Sin embargo, hubo dos especialmente interesantes. George W. Bush siendo
gobernador de Texas, y William Buckley, un prestigiado intelectual y autor de
un famoso libro; God and Man at Yale.
Y los cito juntos porque sus respuestas eran totalmente opuestas. La de Bush era una expresión de entusiasmo que, como gobernador de un estado fronterizo, señalaba lo importante que era Mexico para su estado y, sobre todo, se sumaba a mi entusiasmo por el brillante futuro que yo le presagiaba a mi país. Sin embargo, la de Buckley no era para sumarse a mi entusiasmo, tampoco condenando el proceso que vivía Mexico en esos momentos, era, primero, listando las grandes ventajas para ambos paises de esta transformación, pero, luego pasaba a expresar, con su elegante prosa, su gran desconfianza para que esta ruta hacia el paraíso tuviera destino feliz.