Ricardo Valenzuela
Leer de
nuevo a Espinoza, ya no como una obligación impuesta por mi padre, ha sido una
experiencia celestial que me abre sendas que nunca había conocido, las intuía, pero
no podía responder mis interrogantes. Las sagradas escrituras siempre me habían
parecido fábulas que se nos presentaban con la obligación para aceptarlas como
un acto de fe. La geometría me parecía la ciencia mas certera para la demostración
de atrevidas afirmaciones, no suficiente para aceptar las instrucciones de obras tan
peleadas con la razón.
Solo mi regreso a Espinoza me ha permitido algo que siempre me había hecho falta, la conexión entre la “realidad” y algo que solamente portando gran intuición se podría considerar. La verdad de Espinoza que tanto fascinara a Einstein está contenida en su atrevida magna obra “Ética”, que en la era del filósofo se convertiría en obra prohibida. Pero, para medir la potencia de sus ideas, debemos leer el texto con el que fue excomulgado donde se encuentra parte de la respuesta. Un texto que, contrario a lo que muchos interpretaron, no emanaba odio hacía Espinoza, lo que realmente emanaba era un incontrolable temor de sus ideas jamás visto.