RELEXIONES DE UN VIEJO JOVEN INQUIETO

Ricardo Valenzuela

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Al haber arribado a esta etapa de la vida que inspira una reflexión verdaderamente profunda, decidí dedicar gran parte de mi tiempo a expresarme de forma especial a través de notas cubriendo asuntos económicos y políticos internacionales que, modestia aparte, aunque disruptivos, presumo de tenerlos. Pero, también, de algo completamente diferente a mis agresivas expresiones mundanas, la poesía que para algunos ha sido sorprendente, pero es algo que desde niño he practicado. Tal vez sea herencia de mi padre que fue poeta, pero, en la lengua que el dominara mejor, el francés. 

Sin embargo, hace algún tiempo tuve una bella conexión con mi pasado, aquel tiempo de mi niñez y adolescencia que gran parte lo viviera en los ranchos de mi abuelo. Sorpresivamente aparecía en mi puerta uno de aquellos amigos formados en la niñez en un esquema tan natural como es el campo. Me visitaba Bano, uno de los hijos del Churi, mayordomo de los ranchos de mi abuelo y un hombre especial en mi vida. Un hombre a quien mi abuelo lo veía casi como su hijo, porque lo merecía siendo portador de una decencia pura y gran sabiduria ranchera, con la que me enseñara el gran oficio del vaquero.

Bano, del que nunca sabríamos cual era su nombre que le daba vida a su identidad solo como Bano. Decían los vaqueros era porque no le gustaba su nombre de pila y se reinan de él, pero, Bano había heredado de su padre todo lo bueno que lo hacía igualmente muy especial. Desde niños explorábamos rincones del rancho donde no campeaban los vaqueros y, soltando la rienda a nuestra imaginación, vivíamos hermosas historias en equipo que se complementaba con otros aventureros como su hermano Manuel, alias el Panocha, y mis primos el Froy y el Peque Torres junto con el Neto Salazar Torres 

Después de la conversación clásica entre dos amigos que no se habían visto por tanto tiempo, Bano, al mirar recorriendo la cantidad de libros en mis estantes, con su conocida perspicacia que siempre lo identificara como una rara profundidad entre alguien cuya educación fuera limitada, me decía. Tienes puros libros de negocios y esas cosas que tu estudiaste, pero, no ve ninguno de lo que siempre nos hablara mi granpa. Su abuelo era aquel hombre que todo mundo decía era brujo y sabio, el viejo Pedro Daniel. Mi abuelo decía era yaqui que habia llegado al rancho a fines del siglo 19 huyendo de una partida de apaches, y pasábamos a recordar los consejos de aquel viejo de una sabiduria criolla. 

Pero, en especial, cuando criticaba a esos hombres sabiondos, como el los describía, que habían recibido una educación que les había dado puras armas pa chingar al prójimo, que los había capado de lo que mi abuelo con educación primaria y muy rico, dirigía su vida con valores como la integridad, la justicia, de lo que provocara, como el decía, siempre lo hubiera tratado de forma diferente a la forma de otros yoris (hombre blanco) Y, en sus palabras, “el nuca pochi,” así le decía a mi abuelo, siempre lo habia tratado como si no fueran diferentes. Una cantidad de aventuras describiendo a los verdaderos hombres. 

Hablaba luego de su lealdad con Obregon que, cuando Pancho Villa ya en retirada hacia Chihuahua, acampara a pocas leguas de las casas. Llamaba a mi abuelo para que, frente a él, renegara de su amistado con Obregon que lo acababa de derrotar en Hermosillo, al negarse Villa le reviraba, “Torres ¿Sabe que con su respuesta lo puedo fusilar?” Mi abuelo le respondía, “si general, pero, yo soy de como hombres que cuando doy las nalgas nunca las aprieto.” Villa soltaba una carcajada y le perdonaba la vida. Seguía el viejo Pedro Daniel, “el nuca pochi habia aprendido bien en sus libros raros.” 

Bano aclaraba se refería a los libros de filósofos como John Locke, Bastiat hasta los de San Agustin que tenia mi abuelo en la oficina de la casona. Y cerraba recordando como el viejo Daniel afirmaba;” han de ser muy buenos pues hasta buen amigo se hizo de Lázaro Cardeñas allá por el 1905 cuando era comandante de un puesto militar en La Colorada y seguido visitaba al nuca pochi.“ Porque era un hombre bueno, pero bueno de a deveras no como tanto carbón que nomas presumen y van jodiendo a todo mundo y luego les dan premios.” 

La visita de Bano me dejaría muy pensativo y me llevaba a recordar que todos esos libros también los tenía mi padre que los cuidaba como si fueran oro molido. Pero, además, también su biblioteca era residencia de las obras de Spinoza, Nietzsche, Paine y, por supuesto, no faltaban obras de Platon que a su vez describía a su maestro Sócrates, las de Aristóteles. Y era algo que no sorprendía a nadie puesto que su titulo de la Universidad Libre de Bruselas era de Doctor en Derecho Internacional y Filosofía y Letras. Y recordaba las largas veladas de mi padre clavado en esas fuentes de tanta sabiduria, esas obras que algunas veces alguien me afirmara era puras pendejadas. 

Cuando Bano abanderara mi casa, yo decidía regresar a esas fuentes que, en aquellos años de mi juventud, fue donde había perdido la verdadera dimensión de mis ideas tratando de cimentarlas sin las bases profundas que solo proporciona la filosofía de esos sabios. Como el hijo pródigo, todavía sin una clara dirección ni plan de vuelo, decidí estacionar las obras de la mecánica de un materialismo moderno, para de nuevo analizar algunas de mis frases e ideas favoritas de autores como Ayn Rand, no para eliminarlas, sino complementarlas con algo. 

Había aceptado desde hacía tiempo su rechazo a la fe solitaria y abrazar la razón. También aceptaba su idea de que la moralidad del altruismo era receta segura para el fracaso. Me costaba mucho trabajo aceptar su ateísmo, aunque estaba ya convencido de la falsedad de las religiones, porque, en mi educación primaria, secundaria y preparatoria, aun cuando, emergia totalmente decepcionado, no podía aceptar no habia nada más. El Jesus que me habían mostrado no me convencía, pero a diferencia de otros que llegaban a ese punto, yo no me sentía culpable por dudar. 

Con el método socrático que no habia olvidado. Me di cuenta de que, a cierto punto de mi vida, tomaba la irresponsable actitud de simplemente ignorar esa borrasca interior para navegar, si no ciego, si en una total miopía. Después de algunos dias de tormentas mentales, intelectuales, ideológicas, enterado del aval de un genio como Einstein, con ciertas dudas regresaba a Spinoza en busca de ese gancho hacia algo más fácil de entender y acepar. Y mi gran pregunta era ¿es posible conjugar a ese loco con mis férreas ideas de mercados libres? ¿puedo rescatar algo de mi empolvada religión católica con el liberalismo de un Jefferson?          

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