Ricardo Valenzuela
Había leído a Spinoza desde muy joven, pero, sin duda provocado por esa juventud, no entendí la trascendencia de sus mensajes y lo abandoné como fuente de una sed diferente que provoca la energía de la juventud. Sin embargo, la visita de Bano, mi especial amigo de la niñez, se convertía en un llamado, casi un reclamo, para darle otra orientación a mi lectura. Así regresaría al amigo abandonado, Spinoza, pero con algunos años extra en una vida que alguien la habría definido de gran intensidad.
Desde que recorría las primeras páginas de una de sus obras, se iniciaba algo presagiando la intensidad de la aventura que me esperaba. Aparecía ante mí un Spinoza diferente al que había conocido muchos años antes de este nuevo encuentro, alguien que identificaba con aquellos porteros elegantes a la entrada de grandes edificios. Y, al abrir esa puerta, muy pronto inicié el proceso para entender infinidad de cosas que durante toda mi vida me planteaban incógnitas nunca totalmente resueltas, confusiones en un tema tan importante como es el espiritual.