Ricardo Valenzuela
Hace dias
aparecía en el radar de mis reflexiones un tema que, siendo primordial,
desgraciadamente lo había tenido archivado por algún tiempo. Cuando una buena
amiga, tal vez usando una defectuosa lupa, me brindaba el calificativo de genio,
le respondía explicando que todos los seres humanos tenemos un arsenal que,
bien utilizado, ante quienes no tienen idea de los cien billones de neuronas
que tenemos en el cerebro, quienes hayan conseguido operar un poco más del 5% que
en estos momentos utilizamos, puede dar esa apariencia. Pero, lo más importante
es modificar el esquema mental que no permite lleguemos a la mina de nuestro
potencial infinito.
Pasaba a explicarle cómo, después de una experiencia muy especial, iniciaba mi transito tratando de encontrar la fórmula que me convirtiera en ese anhelado superhombre. Y en mi largo caminar, me di cuenta de algo que, como lo afirmara Henry David Thoreau, “La mayoría de las gentes van por la vida siempre sufriendo una callada desesperación”. Y, aun sin darse cuenta, no les permite ser felices. Con el tiempo caen en la aburrida rutina hasta que llegan a considerarla como lo normal.