Ricardo Valenzuela
Durante toda mi vida he experimentado algo que, con su repetición en tantas diferentes etapas , llegué a considerar una rara costumbre que debía aceptar con etiqueta de normal. Cuando el año que estuviera viviendo se aproximaba a su final, en cada era de mi vida me provocaba diferentes estados de ánimo, pero todos muy potentes. Al principio de mi niñes, la euforia de una navidad que ya se aproximaba y con ella Santa Clos. Al inicio de la adolescencia otra euforia que era provocada por un motivo diferente, el que esas navidades siempre las pasaba con mi abuelo en aquel rancho que era mi vida, memorias que guardo en lo profundo de mi corazón.
Ya como estudiante en el Tec Monterrey, esa nueva euforia de regresar a Hermosillo y pasar la navidad con mi familia, pero, acudía otro elemento en la fotografía, mi cumpleaños un día antes de la navidad, que se habia convertido en una clásica celebración con mis amigos iniciando en casa de mis padres, para luego continuarla en alguna de las fiestas navideñas tradicionales y, sobre todo, un año menos ante mi esperada carrera hacia la mayoría de edad. Pero, ya de adulto, la euforia cada vez sería menos pues ya pastaba en potreros diferentes donde aparecía la responsabilidad, el trabajo productivo cincelando mi carrera y mi vida.