Ricardo Valenzuela
Cada mañana al despertar, me invade un pavor antes de encender la TV para empezar a recibir esos fatales disparos en forma de noticias que, antes de salir de mi cueva, ya tengo el material necesario para arruinarme el día. Porque un día tradicional es el de esos ejércitos de supuestos comunicadores quienes, como el coco con el que nos amenazaban de niños, parecen gozar al estar describiendo todo lo horrible que nos espera en la calle y dan ganas de no salir.
Sin embargo, haciendo a un lado la psicosis de los comunicadores, nos damos cuenta de que, a su modo, informan de una realidad que definitivamente tiene el calibre, no solo de arruinarnos el día, sino que también apunta hacia esa ruta de la servidumbre moderna con el destino fatal para arruinar vidas y no debemos ignorarla. Y, en lo personal, pienso que, para actuar ante tal peligro, primero debemos conocerlo profundamente. Y para ello tenemos que recurrir a la historia, pero, sobre la clara premisa de que la causa somos los seres humanos. Y, para la cereza del pastel, debemos identificar la primera de ellas, la fatal ignorancia.