Ricardo Valenzuela
Habiendo sido un hombre siempre inquieto y gran curiosidad de los grandes secretos de la vida ante lo que considero como la era de más confusión de la humanidad, en mi transitar por los diferentes caminos creo que, en estos momentos, me puedo considerar el protagonista de la famosa caverna de Platón. Aquel esclavo encadenado en una profunda cueva oscura y, al poder escapar, por primera vez vio la majestad del exterior, pero, tantos años de oscuridad provocaban la luz del sol lo cegara. Pero luego se acostumbrara a esa brillantez y pudo ver el increíble mundo real.
Me ha sucedido algo similar cuando, explorando bosques desconocidos y hasta prohibidos, he llegado a conocer ese gran pensador con el cual me puedo identificar, Nietzsche, que, además, lo he sentido como un valde de agua fría que me ha despertado de un gran letargo y me ha cimbrado. Entre todos los temas que tocara el filósofo, me ha golpeado con una fuerza especial la forma en que este atrevido pensador toca el delicado segmento del anticristo. Una declaración, a su estilo peculiar, asertiva e incómoda, pero, sobre todo honesta, que le valiera su texto fuera descrito solo para los valientes, acompañado de su grito pidiendo desatar a la humanidad.