Ricardo Valenzuela
En medio de la fellinesca situación que vive Venezuela en estos momentos. Un infierno que dibuja a ese país, no solo como el gran fracaso del continente, sino, además, ante todo el mundo las descaradas acciones de los personajes responsables de su destrucción que, al ser derrotados vergonzosamente en una elección limpia, desesperados se aferran a ese falso poder, puesto que, sin lugar a duda, ellos tienen una especial cita que los enfrentará al juez más severo, la gente, y les pase la factura por la cantidad increíble de sus crímenes, por los que deberán pagar.
Sin embargo, ante la frustración que provoca a los verdaderos amantes de la libertad su retraso, ha surgido un fresco soplo de vida ante la victoria de Jose Antonio Kast, que lo ha convertido en el presidente electo de Chile, un acontecimiento especial para un mundo sediento de buenas noticias. En lo personal, el evento me ha provocado una mezcla de felicidad y, sobre todo, de excitación por la potente fuerza de las buenas ideas ya emergiendo, además, me hace recordar una experiencia especial que viviera en ese hermoso país cuando, invitado por Mateo Pandol, llegaba a Chile para conocer su gigantesco proyecto de vid.
Después de haber conocido a Mateo en California y, sobre todo, en el viaje haber recorrido Chile desde su frontera con Perú hasta la Patagonia, él se daba cuenta de mi admiración por los Chicago Boys de ese país, el grupo de economistas educados en la Universidad de Chicago que rescataran a Chile de las garras del marxismo de Allende. Chile, en esos momentos, ya se identificaba como un milagro económico único en América Latina. Ante mi sorpresa, después de comentarlo conmigo, arreglaba una cita con el Gral. Pinochet, a quien consideraba su amigo. Pinochet ya estaba retirado habiendo entregado el poder sin aspavientos.
El conocer al general ha sido una de las grandes experiencias de mi vida—nunca me importó que esa izquierda rancia me odiara—La visita fue más larga de lo planeado, pero, lo más impresionante fue lo que me diría ya en la puerta de salida: “Sr. Valenzuela, solo tengo un mensaje para usted, en estos momentos en nuestros países las puertas de la libertad se han tenido que abrir con la fuerza de las armas, en especial cuando se les arrebata, porque nuestras sociedades tan débiles son presas fáciles.” Las reformas liberatorias de Chile se habían iniciado antes que las de Margaret Thatcher en Inglaterra y las del presidente Reagan en EU. Es decir, Chile había sido el pionero de libertad.
Sin embargo, con tristeza me tocó atestiguar cómo, al retiro de Pinochet, las fuerzas de su liberación se archivaban con una democracia miope. Democracia tratando agresivamente regresar el país a las garras del socialismo, cortesía de las diferentes personalidades que llegaban a la presidencia. Así, casi sin creerlo, me di cuenta de cómo se iniciaba la destrucción del milagroso esquema de los Chicago Boys, que se arreciara de forma especial con el arribo de Michelle Bachelet a la presidencia. La representante del Partido Socialista de Chile, y permanecería 8 años al timón de la nave de nuevo extraviada, después de haber estudiado en el Instituto Karl Marx de Alemania Oriental, para llegar y adelantar agresivamente el proceso.
Y el adelanto destructivo de Bachelet fue de tal potencia que, aun llegando a la presidencia un supuesto adalid de la libertad y gran emprendedor, Sebastián Piñera, su gestión fuera insuficiente para, ya no digamos recuperar lo perdido, simplemente detener esa agresión. Chile se apartaba de la libertad y ahora navegaba en el bote del socialismo internacional, del grupo Río, del grupo Puebla, de UNASUR, con socios como Ollanta Humala, Rafael Correa, Néstor Kirchner y su Cristina Fernández, Juan Manuel Santos, Fidel Castro, Chávez y luego Maduro.
Como si toda esa avalancha no fuera suficiente, en el 2022 llegaba a la presidencia el declarado marxista, Gabriel Boric, un miembro activo de Juventud Comunista de Chile. En aquellos momentos yo le daba sepultura al Chile de los Chicago Boys que produjeran aquel milagro. Sin embargo, en las reuniones de Alianza Álamos yo había conocido al mejor de sus representantes, Rolf Luders, un hombre sabio, siempre sereno y tranquilo, presagio de su potencia intelectual. En Álamos también conocería al verdadero padre de ellos, Arnold Harberger, Alito, un verdadero Jesucristo de las ideas y renacía, mi tenue esperanza.
Y, mi espera pagaba. Hace solo unos días recibía una noticia que de nuevo me haría pensar Dios si existía. Una nueva versión de los Chicago Boys era electo presidente de Chile, Jose Antonio Kast, y aunque él no asistiera a la Universidad de Chicago, su padre, Miguel Kast, no solo asistiría a Chicago, sería presidente del Banco Central de Chile y parte del grupo del famoso ladrillo. La propuesta que le presentaran a Pinochet los Chicago Boys para el rescate de la moribunda economía chilena. En aquel viaje a Chile, intrigado por la leyenda de los Chicago Boys, compré varios libros para profundizar el tema. Allí fue cuando conocería la impresionante historia del padre del nuevo presidente.
Entonces, hoy inicio mi celebración por el regreso de los Chicago Boys a las riendas del gobierno chileno. Jose Antonio Kast no es un novato, es un hombre con una larga tradición de lucha por la libertad de Chile. Un hombre que con gran honestidad califica el milagro en el que participara su padre, el haber llevado a Chile a ser el único país del continente desarrollado y próspero, cuando lo rescataban del marxismo de Allende. Un hombre que, quienes lo conocen bien, me aseguran es la versión moderan de su padre. Un hombre con una potente credencial para sumarse al ejército liberador de Trump, Milei en Argentina, Bukele en El Salvador, Paz Pereira en Bolivia, Noboa de Ecuador, Abinader en la República Dominicana, Mulino en Panamá.
El sol ya avisa su salida. Trump ya no estará solo, pues ya se inició el estruendoso terremoto que está enterrando a Maduro y a su cofradía de trogloditas. Porque el proceso ya vive, avanza y pronto estará dándole fin a la horrible pesadilla de esa Venezuela saqueada, destruida, agraviada, una experiencia que deberá pasar a la historia como una de las más grandes tragedias de la humanidad ante tantos cínicos que participaron. Una pecaminosa tragedia que jamás se debería permitir se repitiera.
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