Ricardo Valenzuela
Habiendo sido un hombre siempre inquieto y gran curiosidad de los grandes secretos de la vida ante lo que considero como la era de más confusión de la humanidad, en mi transitar por los diferentes caminos creo que, en estos momentos, me puedo considerar el protagonista de la famosa caverna de Platón. Aquel esclavo encadenado en una profunda cueva oscura y, al poder escapar, por primera vez vio la majestad del exterior, pero, tantos años de oscuridad provocaban la luz del sol lo cegara. Pero luego se acostumbrara a esa brillantez y pudo ver el increíble mundo real.
Me ha sucedido algo similar cuando, explorando bosques desconocidos y hasta prohibidos, he llegado a conocer ese gran pensador con el cual me puedo identificar, Nietzsche, que, además, lo he sentido como un valde de agua fría que me ha despertado de un gran letargo y me ha cimbrado. Entre todos los temas que tocara el filósofo, me ha golpeado con una fuerza especial la forma en que este atrevido pensador toca el delicado segmento del anticristo. Una declaración, a su estilo peculiar, asertiva e incómoda, pero, sobre todo honesta, que le valiera su texto fuera descrito solo para los valientes, acompañado de su grito pidiendo desatar a la humanidad.
Algunos la describen como una declaración de guerra en contra del cristianismo. Sin embargo, el filósofo respondía su declaratoria no era en contra de Dios, era en contra de la gran burocracia en la que se había convertido la iglesia que siempre ha operado con conceptos e ideas creada por sus miembros, pero, nunca sobre las verdaderas enseñanzas de Jesus. Y con ese tipo de ataques apenas iniciaba sus acusaciones aun más graves. Y continuaba asegurando no eran ataques contra Dios, en el cual él cria, pero, totalmente diferente al que había inventado esa iglesia creando una religión solo para controlar ese gran objetivo que representaba la humanidad.
Acusaba esa religión de haberse establecido para dominar, nunca salvar, sino neutralizar el poder celestial que cada individuo había recibido como el gran regalo superior, y desde el inicio del hombre sobre la tierra se la bloqueara. Una religión basada en falsos conceptos de compasión, lo que requería siempre mantener un inventario de gente sufriendo para aplicar su receta. Una religión que se construyera sobre la famosa moral de esclavos de Sócrates, donde el sufrimiento sería otro de sus ingredientes básicos para su creación. Una religión que promovería la gran virtud de los mártires.
Sus acusaciones eran contra una iglesia que, según él, había enfermado a la humanidad de culpa, de miedo al castigo eterno para pecadores, y establecía la compasión como su gran tarea para aliviar ese sufrimiento que ellos mismos causaran en sus mentes. Nietzsche declaraba la guerra a la religión organizada que, intencionalmente, convertirían a la gente en un animal enfermo, desnutrido, débil, sufrido en el presente para, al salir de este eterno valle de lágrimas, tener la recompensa en un futuro nebuloso. Porque, además, de forma especial hacían la declaratoria sagrada del dolor humano y ellos tendrían su medicina única, monopólica y cara.
Afirmaba asertivamente que el cristianismo era todo lo contrario a lo que Jesus había predicado. Una iglesia que fuera fundada 300 años después de la muerte de Jesus. Un ser al que Nietzsche llegara a profesar una gran admiración puesto que había estudiado con profundidad. Lo definía como la conexión del hombre con Dios, lo consideraba como un alma pura y gran liberador. Era tal su admiración de Jesus y su desprecio por la iglesia, que afirmaría Jesus había sido el único verdaderamente cristiano. El ubicar a Jesus como un hombre de carne y hueso, un elegido para dar a conocer las verdades había facilitado aceptarlo como realmente era, un ser especial.
Nietzsche, con una potencia especial denunciaba las famosas citas de Mateo sentenciando a la humanidad; bienaventurados los pobres de espíritu porque serán premiados en el reino de los cielos, los que sufren porque serán consolados, los pobres pues de ellos será el reino de los cielos. Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra para heredar. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Nietzsche afirmaba era una clara receta para el sometimiento de la humanidad. Y regresaba a la vida de Jesus que consideraba un alma que no habia sido contaminada. De forma especial admiraba la autenticidad de su conducta, de sus mensajes liberadores muy diferentes a los de la iglesia. Jesus caminaba rodeado de un aura de verdadera libertad y jamás pediría sumisión. Le impresionaba una de sus afirmaciones. “Si se mantienen fieles a mis enseñanzas (no las de la iglesia) conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.” Pero, luego le respondía la iglesia. “Dios dará libertad a algunos cautivos; pero los rebeldes habitarán en el desierto.”
La debutante iglesia para consolidarse llevaría a cabo lo que se conocería como la Transvaloración de sus Valores. Así se editarían los que Jesus expusiera, se archivaban los de Sócrates y pasaban a definir como virtudes el sufrimiento, la pobreza, la opresión, la obediencia, la ruta clara hacia la moralidad de los esclavos. Se construyó un gran almacén donde cupieran todos los elementos provocadores de pecados y de culpas. Y al revisarlo Nietzsche, se dio a escribir su declaración y entonces cimbraría el mundo declarando, yo no soy el anticristo, el verdadero enemigo de Jesus es esa iglesia que, durante siglos se ha consolidado, y ahora reina como eso, un anticristo.
Pasaría a declarar que, en su libro, “La muerte de Dios,” se refería a la muerte de los mensajes de Jesus que la iglesia había estado combatiendo durante casi 2,000 años. Jesus no culpaba ni castigaba y tampoco premiaba. Nietzsche declaraba la muerte de la verdadera virtud, la razón y moralidad. Ellos tomaron la imagen de Jesus para que su organización tuviera sello celestial, y se han dedicado a formar esclavos espirituales con su gran monopolio del perdón. Pero, si queremos conocer la realidad, veremos su sociedad con Rothschild desde hace dos siglos. También son parte de esa sociedad Londres, Washington, Vaticano que representan el verdadero Nuevo Orden Mundial. Y solo Juan Pablo I se atrevió a retarlos.
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