Ricardo Valenzuela
Montado ya en la ola otoñal con mis inquietudes más refinadas, decidí reanudar mis exploraciones filosóficas que, años atrás, fueran encendidas por Schopenhauer y ahora me provocaba pensar era hora de abrir el abanico de mi búsqueda. Ello me llevaría hacia el filosófo más controversial de la historia, Nietzsche. Desde mi primer encuentro con él, me provocaría un ansia de seguir adelante puesto que, su salvajismo y agresividad, me atraería de forma especial con lo cual me sentí identificado.
Y al avanzar en esa ruta me encontré con su controversial libro “El Anticristo,” y lo primero que me causaría fue una combinación de peligro y curiosidad. Después de actuar como juez en la lucha de esos guerreros, reconocí había triunfado la curiosidad y, aun cargando el viejo esquema establecido que me gritaba vas a pecar, inquieto decidí iniciar su lectura de lo que pensé debía ser un diabólico manifiesto. Sin embargo, se convertiría en una de las revelaciones más importantes de mi vida.
De inmediato me di cuenta no era un ataque a Dios. Era un potente ataque al cristianismo que lo desnudaba. Tampoco era un ataque a Jesus a quien Nietzsche confesaba admirar como el hombre más sabio y espiritual que apareciera sobre la faz de la tierra, que, con sus conductas y mensajes de amor, de la verdadera liberación, el cristianismo los manipularía. Mientras que Jesus afirmara; “no juzguéis para no ser juzgado,” es lo que siempre ha hecho la iglesia con sus amenazas y castigos.