Ricardo Valenzuela
Desde muy temprana edad cuando se iniciaran los señalamientos de mi gran defecto al pensar demasiado y, sobre todo, pensar puras pendejadas, ese defecto me había provocado una pecaminosa inquietud. Toda la información religiosa que recibía en un colegio privado católico, lo que realmente me provocaba el proceso era una prohibida rebeldía. Rebeldía al resistirme a creer aquellas fábulas que recibíamos armadas con la orden de aceptarlas con fe ciega, so pena de sufrir severas consecuencias. Pero, tal vez pellizcando la lógica ranchera, esas historias me resultaban imposibles de creer.
En aquella niñez siempre en el rancho de mi abuelo, él siempre provocaba que pasara tiempo con el viejo Pedro Daniel. Pues decía que era hombre muy sabio y podría aprender muchas cosas si le deba la debida atención. Fue cuando empecé a ir con él al monte donde conseguía la madera para fabricar hermosos muebles rústicos que luego vendía con el apoyo de mi abuelo. En una ocasión en la que se refería a la “madre naturaleza”, le preguntaba qué era lo que significaba. El viejo, a su estilo me respondida; “eso, que los montes son madres y padres de todos nosotros.” No se extendería con algún tipo de explicación y solo pensé, pinche viejo loco.