MI NUEVO CRISTIANISMO CIENTIIFICO CUANTICO

Ricardo Valenzuela

El "cerebro cuántico"; la teoría que puede resolver el misterio de cómo  surge la conciencia humana - El Quindiano 

Cuando acudo lleno de entusiasmo a presentar mi invento más reciente con la etiqueta, Cristianismo Científico Electromagnético, como esperaba, los que lo escuchan se ríen y de nuevo acuden a describirme de la misma forma que lo hicieran aquel año de 1988, cuando anunciaba los cambios que Salinas todavía no iniciaba. Ellos de inmediato afirmaban. Valenzuela ya no toma, ahora parece que fuma mariguana o consume hongos. 

Pero, ahora lo hago porque estoy seguro de que esto ha sido el gran descubrimiento de mi vida. ¿Cómo? Simplemente al haber encontrado esa mundana llave para aceptar y sostener lo que siempre se me solicitaba aceptarlo con esa fe ciega. Porque esa fórmula nunca me pudo surtir herramientas para capear las tormentas que agitaban a mi barca en medio de un océano huracanado que, en diferentes etapas de mi vida que, sin haber encontrado ruta segura, estuve a punto de aceptar su naufragio porque pensaba era el destino inapelable.

Pero, al haber conjugado las mentes más grandes de la historia como Sócrates, Platon, Aristóteles cuando, al encontrar la forma de pegarlas al mismo arado con pensadores verdaderamente rebeldes y renegados como Spinoza, Nietzsche, Descartes, habia logrado aquel anhelo siempre perseguido. La apertura de mente para acudir a la ciencia y encontrar las herramientas que urgentemente necesitaba para penetrar esa región que, al haber fallado, estaba a punto de su declaración final de inexistencia. El verdadero camino hacia la espiritualidad. 

Pues todas aquellas enseñanzas que me exigían creer y aceptar, frente a mi rechazo absoluto al considerarlas solo locas fantasías, ahora se tornaban en las realidades que, con una profunda exploración científica nunca intentada, ahora las entiendo. Y, a través de recorrer una larga ruta, finalmente las he entendido y aceptado. No porque fuera un camino más fácil, tampoco el más cómodo, sino porque la ciencia, no la que nos enseñaron en las escuelas, sino la de esos científicos con la misma rebeldía y sin el temor, similar al cuadro de esos odiados filósofos, se han atrevido a penetrar otros bosques desconocidos. 

Porque ellos, al llegar a las profundidades desconocidas, tal vez siempre escondidas, me han puesto frente a un Jesus totalmente desconocido para un simple mortal como yo. Me han presentado, también, la creación más divina que Dios nos entregara como el gran tesoro de la humanidad, un cerebro con poderes infinitos con el potencial de provocar milagros. Eso, de inmediato me hizo entender el mensaje de Jesus; “no busques el reino de los cielos en el exterior, el reino de los cielos está dentro de ti.” Ese reino que ahora ya puedo entender y sentir. 

Solo la soledad y el silencio me mostraría esa ruta para lograr esos niveles de una conciencia superior. Así iniciaría ese diálogo que antes me parecía imposible, el dialogo con el Dios de Jesus, porque la ciencia me daba recetas que si operaban. Ese viaje a nuestro interior para tomar esos poderes a los que Jesus siempre se refería. El poder de la glándula pineal y dos campos electromagnéticos como son el corazon y el cerebro, con la potencia para cambiar circunstancias de nuestras vidas y las de otros en nuestro alrededor. Pero sin usar.   

Ello me llevaría a un campo desconocido, el campo cuántico del cerebro con sus 100 billones de neuronas. Y el maestro del cerebro cuántico sería Jesus de Nazaret. Aprendí el poder de la neuro plasticidad del cerebro que lo puede modificar y expandir construyendo infinidad de neuronas. Y así podemos reconfigurar nuestro interior para ya no preguntar ¿Por qué? Sino preguntar ¿para qué? Y así entender el miedo nos pone de rodillas, pero cerebro y alma nos pueden rescatar si aprendemos a usarlos. Que no atraemos lo que deseamos, sino lo que somos.           

Ahora también entiendo los conceptos, para mi inaceptables, del amor aplicable en tantas acciones diarias, de esperanza pero con una certeza interior, de una fe diferente cimentada en conocimientos y acciones, del verdadero éxito que, sin crucificar la riqueza, tiene un fin superior, del fracaso como el maestro de sabiduria y fortaleza. De humildad, para no confundirla con sumisión o aceptación de lo que es inaceptable. Y, tal vez lo más importante, el perdón que debe ser celestial, no como la aceptación y absolución de quienes nos han agredido con sus crímenes, sino un ejercicio de grandeza que me libere a mí mismo. 

Y afirmo la importancia del perdón, porque es algo que yo no he sido capaz de llevar a cabo. Porque en medio de un mundo de infinidad de seres que viven de sus crímenes afirmando la moral es un árbol que da moras, seres que, como los boxeadores, afirman su gran superioridad contabilizando a cuantos adversarios han dejado tirados desangrándose. Estos criminales contabilizan sus robos y sus fraudes, especialmente, porque para esa destrucción no hay castigo. O los pistoleros del viejo oeste que, las muertes que provocaran, con orgullo eran muescas de sus pistolas. 

Yo sufrí una de las traiciones que más duelen. Porque fue la obra de quien se suponía era uno de mis mejores amigos. Acciones que me afectarían tanto que, por razones desconocidas, me callé durante muchos años siempre devorando mi interior. Sin embargo, esta nueva espiritualidad me ha proporcionado, no el arma para la venganza, tampoco para recuperar lo robado. Me ha llevado a conocer al ladrón. Ahora veo que, fingiendo esa amistad que describía era de hermanos, sus acciones fueron provocadas por los peores estados que invaden a los seres humanos. 

Y, cuando estaba a punto de dar rienda suelta a mis primitivas conductas muy conocidas, mis hijas casi llorando me pedían perdonara a un ladrón que no la merecía. Y fue la grandeza de mis hijas que me llevaría por esta nueva ruta hacia lo que he bautizado, mi cristianismo científico cuántico. 

Conocí a un ser de total falta de criterio acompañada de una soberbia fatal. Un ser viviendo en una negra oscuridad y gran temor de no lograr la riqueza que no tenía. Un ser diabólico que no merece perdón y, para desterrarlo de mis pensamientos, necesitaba verlo con los ojos de ese nuevo Jesus, los ojos del alma. Me debía perdonar a mi mismo. El sapo Coppel es una de esas almas heridas que camina con muletas cargando sus envidias, complejos y la inmoralidad de ignorante. Y la única forma de trascender en su mundo físico, era traicionando y robando. 

Sigo transitando esa difícil prueba aun con los ojos de Jesus, mi perdón.

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