El problema es que la Constitución de EU prohíbe solamente a los estados imprimir papel sin valor, pero no se lo prohibió al gobierno federal y ahí se iniciaba el calvario por el cual ahora transitamos.
En un escarchado día de noviembre en 1910, en la estación ferroviaria de New Jersey apareció un grupo que llamaba poderosamente la atención por varias motivos, pero, sobre todo, porque abordaban un carro del ferrocarril que era privado. En su interior meseros uniformados trabajaban con diligencia para que todo estuviera listo al abordar sus pasajeros. Todos los carros del convoy se identificaban con números. Pero esos números no se requerían en éste que en el centro de ambos lados solo aparecía un gran letrero; Aldrich.
Donald Aldrich, senador por Rhode Island, era el hombre más poderoso en los círculos políticos de Washington y considerado vocero de los negocios más grandes del país. Tenía una jugosa sociedad con JP Morgan donde mantenía grandes inversiones muy redituables. Su yerno era John D. Rockefeller Jr. y 60 años después, su nieto, Nelson Rockefeller, se convertiría en vicepresidente de EU. Al abordar el carro ya lo esperaba el grupo de los banqueros más poderosos del mundo. Un conjunto que representaba una cuarta parte de la riqueza mundial.