Ricardo Valenzuela
Mucho ante
de la emergencia de quien nos han recetado como el gran enemigo de la
humanidad, Karl Marx, el 1 de mayo de 1776, en la ciudad de Ingolstadt nacía la
orden Illuminati engendrada por un judío ex jesuita y profesor de la
Universidad de Bavaria llamado Adam Weishaupt. Una orden secreta integrada por
la gran aristocracia del sureste de Bavaria. Weishaupt había sido masón grado
33 y decidió formar esa organización afirmando claro, para derribar las
barreras existentes en las prácticas satánicas que estaban limitadas
dentro de las tradiciones Masónicas y lo hacía revelando sus secretos masónicos
y utilizando el misticismo islámico.
La palabra Illuminati se originaría como una dicotomía agnóstica entre la luz y las tinieblas. Para poder reclutar a los miembros de una sociedad secreta con perfil que deseaba y había ya identificado, era muy importante el anzuelo describiendo un objetivo supremo, filantrópico, inspirador, una herramienta en la persecución de un mundo globalizado para la redención de la humanidad. Y, como en algunas religiones, sus cimentos estarían formados por miembros ricos y poderosos con su declaración de principios: “Estimular una visión humana superior. Sembrar la virtud donde hubiera amenazas, opresión y el vicio. Promover el progreso basado solo en el mérito de la gente valiosa, alentar el beneficio de aquellos que se les negaba la luz de la educación.”