Ricardo Valenzuela
Yo siendo un
mexicano que naciera al finalizar la segunda guerra mundial en un Mexico que, después
de tantos años de zozobra, se preparaba para embarcarse en aquel famoso “desarrollo
estabilizador” que todo mundo considera un verdadero milagro, porque no leyeron
las letras chiquitas del verdadero mensaje que portaba. Pero, hijo de un hombre
educado en Europa entre la Universidad Libre de Bruselas y el London School of
Economics, él sería una referencia muy diferente a la que ha regido en Mexico toda
la vida.
Obviamente ello me convertía en agresivo crítico del establishment que se habia adueñado del gobierno. A ello también acudía el haber sido nieto de un ganadero que cumplía todos los requisitos para considerarlo un odiado terrateniente, cuyo único pecado había sido trabajar para formar una operación ganadera admirada hasta por Lázaro Cárdenas. Y yo tuviera que atestiguar cómo era despojado del fruto de su trabajo por un monstruo que llamaba Reforma Agraria, sería las ultimas pinceladas del cuadro de mi rebelión, casi odio, por esos gobiernos equivocados.
Por eso, después de tantos años de frustraciones atestiguando el desfile de fracasos económicos alrededor del mundo, en estos momentos, por primera vez, puedo asegurar que finalmente hay una verdadera luz de esperanza para el mundo. Un mundo responsable de la muerte de 200 millones de seres humanos en sus guerras libradas el siglo pasado. No entiendo que haya quienes se atrevan a pensar y afirmar que hemos alcanzado un admirable desarrollo humano por lo que, supuestamente, vamos por una buena ruta.
Y, para
llegar a describir el porqué de mi afirmación de una luz de esperanza.
Considerando a lo gobiernos responsables de la mayoría de las penurias de la
humanidad, quiero atentar algo que pareciera un gran imposible. Descubrir que
clase de gobierno necesita este mundo para detener esas penurias y, porque no,
un gobierno que realmente llegue a ser, algo que nunca ha sido, factor positivo
para alcanzar ese casi imposible, un mundo de paz, de prosperidad y de
verdadera justicia, no la demagógica realidad de nuestro presente tan
abominable como lo que vemos en Venezuela.
Para llegar a ese objetivo de encontrar la mejor forma de gobernar, es importante acudir a la historia hasta el nacimiento del concepto de gobierno. Historia que se inicia cuando los seres humanos trascendían la era de la recolección y caza para sobrevivir, luego llegar al descubrimiento de la agricultura donde también surgiría el asentamiento en aldeas dejando de ser nómadas. Con sus asentamientos y la agricultura, surgiría luego la división del trabajo. Es decir, el jefe de familia que debía producir todos los bienes requeridos por su familia. Pero, surgiría entonces el concepto de especialización cuando el hombre se diera cuenta que era muy buen cazador, mientras su vecino era mejor agricultor. Nacía la idea de intercambiar los productos que ellos necesitaban y sus actividades serían mejores.
Con la división de trabajo nacía la insipiente economía y la acumulación cuando, por ejemplo, el agricultor producía más de lo que consumía su familia, y pasaba a intercambiar con el cazador que también tendría sobrantes. Con esos incipientes mercados nacía también lo que serían sus activos para producir; las herramientas para sembrar o cazar de forma más efectiva. Al darse cuenta de que, esa división de trabajo, le redituaba y podría mejorar su vida. Ambos decidían aumentar su producción y así tendrían sobrantes que debían almacenar buscando otros intercambios.
Con los sobrantes y la acumulación de lo que serían sus activos, surgia entonces la ola de criminales que, siendo tribus violentas y armadas, iniciaban los asaltos de esas poblaciones para robar el fruto del trabajo de esos insipientes comerciantes pacíficos. Nacía así el crimen organizado en gran escala para despojar a los productores. Ante problema tan grave, esos hombres que habían vivido en la libertad y la ley de la naturaleza, con sus derechos igualmente naturales, tendrían que abandonar ese paraíso de libertad para caer bajo el dominio de otro poder.
Y, como lo describirían Thomas Paine: entre esas tribus de violentos criminales que, utilizando la fuerza, despojaban a esos habitantes del producto de su trabajo, surgia el más violento y sanguinario de ellos con una propuesta no negociable. Ofrecían proteger esas sociedades de los asaltos de otros criminales y el precio sería una buena parte de todo lo que producían. Así también nacia el concepto de impuestos forzados. Pasarían luego a establecer, de forma unilateral, una región que fuera zona protegida por sus bandas criminales y, en su momento, declaraba su propiedad de lo que luego sería su reino eterno, y sin libertad para retirarse.
Y, para consolidar este proceso, ese criminal pasaba a coronarse como soberano de esa región que ahora ya era su reino. Es decir, los gobiernos nacían como las mafias modernas vendiendo protección contra la violencia que ellos mismos provocaran. Así se rompía lo declarado por Antigone ante el cadáver de su hermano declarando que, una ley hecha por un simple mortal, jamás podría anular las leyes divinas no escritas e infalibles que habían existido antes de lo que se pudiera afirmar. Es decir, al hombre que había vivido en la libertad bajo de las leyes de la naturaleza, ahora lo obligaban a renunciar a ella y a sus derechos, cediéndola a esas tribus demoniacas que tomarían diferentes nombre; Imperio, Reino etc.
Y, de esa forma, esos debutantes monarcas iniciarían lo que fue la expropiación de la mayoría de sus derechos que el hombre tenia bajo la ley natural. Lo primero que perderían sería su derecho a propiedad para sustituir la producción privada con el sistema feudal, el sistema de la servidumbre humana que azotaría a la humanidad durante siglos. A principios del primer milenio, esos criminales llevarían a cabo la traducción de la biblia para incluir el derecho divino de los reyes, so pena de excomunión a quienes no obedecieran.
Durante siglos la humanidad estaría bajo tiranías asfixiantes en medio de una vergonzosa pobreza. La edad media sería una era de misticismo gobernada por una fe ciega y obediencia al dogma de que la fe era superior a la razón. El renacimiento específicamente sería del regreso a la vida de la razón, de la liberación de la mente del hombre, el triunfo de la racionalidad sobre el misticismo. Un triunfo vacilante, incompleto, pero apasionado, que condujo al nacimiento de la ciencia, el individualismo y la libertad.
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