Ricardo Valenzuela
Hace unos
dias, un buen amigo con quien había perdido comunicación durante años me hacia
una llamada telefónica para decirme acababa de recibir una de mis notas que le
había gustado mucho. Siendo alguien a quien considero una de las pocas mentes
mexicanas no contaminadas, la conversación se alargaría por varias horas. Y, su
llamada me provocaba un gran gusto cuando me notificara que, como yo, admiraba
a Trump y entendía lo que estaba haciendo. Pero, señalaba parecerle un poco
agresivo.
Y debo de nuevo repetir, la emergencia de Trump ha provocado la revisión profunda y, sobre todo, el cuestionamiento de todo lo que ha sido tradicional que ya nos parecía era definitivo y final. Pero, la última revelación que yo he tenido, especialmente al haberme sumergido en el estudio de la historia del cristianismo, con nítida claridad me ha mostrado la gran semejanza entre la iglesia católica y el sistema político de Mexico. La semejanza entre Constantino con Elias Calles, creador el PRI, la dictadura perfecta, después que le servía la constitución marxista de 1917.
Constantino sería el fundador de la iglesia católica 350 años después de la muerte de Jesus de Nazaret. Con la derrota de quienes se convertían en los rebeldes creadores de los evangelios de Tomas, Pedro y, sobre todo, Maria Magdalena, que serían luego perseguidos por la iglesia de los triunfadores en el concilio de Nicea. De esa forma sus escritos desaparecieran y solo emergerían de nuevo con el hallazgo de sus evangelios 1,700 años después. Así nacía la iglesia con una manipulación de la imagen de Jesus para, a través del miedo, culpa, castigo, y promesas futuras, garantizar el control del imperio de Constantino.
Se creaba el cristianismo imperial, la gran fórmula de Constantino para el control de la gente. Es decir, la iglesia católica sería el PRI de la religión. Una organización o un partido monopólico con reglas especiales para mantener el control político solo para sus fundadores. Además, ya establecido ese control político, surgiría el control del poder económico, para, sin señalarlo abiertamente, aplicarlo con la careta de compasión y redención de los pobres y como consecuencia nacería el poder total indiscutible y permanente. La misma fotografía mundial.
Y como el PRI mexicano, ya convertido en la dictadura perfecta, a base de sangre y fuego la iglesia debía mantener ese poder monopólico sin fecha de vencimiento y, en su momento, utilizaría la Sagrada Inquisición, al estilo de la Gestapo de Hitler, para eliminar cualquier tipo de cuestionamientos de “pensadores equivocados” y, de forma especial, la competencia. Así, la iglesia, que a través de los siglos, tomara el poder de los emperadores, reyes, guerreros y se convertía en la respuesta de todo, para identificarse como la organización más poderosa del mundo donde el Papa fuera el réferi global.
Es decir, ambos, el PRI y la iglesia, asumiendo ese corporativismo total, se darían a la neutralización del individuo para que fuera la corporación la receptora de todo el poder. Pero, era claro que ese poder debía ser compartido. El individuo sería castrado y expropiado de su poder interior que Jesus de Nazaret tanto predicara cuando también hacia su señalamiento más aterrante. “No busques el reino de los cielos en el exterior, el reino está dentro de ti” (temblaban las iglesias). Así, ambos definirían como su gran enemigo ese superhombre que describía Nietzsche en su Zaratustra, claramente señalando el poder del individualismo archivado.
Ambos, siendo ya identificado como amenaza mundial, cualquier destello de individualismo estilo Spinoza, Descartes, Jordano Bruno, Kennedy, de inmediato deberían recibir toda la fuerza destructiva del corporativismo en el cual la iglesia ya sumaba a esos grandes oligarcas que, por alguna rendija de la debilidad de la iglesia, penetraban para ser aceptados. La iglesia ya había sido socia de los Rothschild. Al final de la guerra civil de EU, cuando el país estaba en ruinas, una sociedad Rothschild, la Crown Corporation y la Vaticano Corporation, compraran el Distrito de Columbia y el dólar apareciera su sello masónico.
Pero, sus nuevos socios mostraban un desprecio similar por ese individualismo. Y la gran representación de su desprecio lo definían los evangelios ocultos que, después de haber estado perdidos durante 1,700 años, fueran encontrados en 1947. Y en ellos se mostraba un Jesus campeón del individuo y de su gran poder desconocido que, si lograba conectar con su fuente interior, provocaría ese gran pánico que habían evitado quienes durante siglos lo habían usurpado. Eso podría, inclusive, provocar el derrumbe de sus esquemas con los que han controlado al mundo.
Ellos habían fabricado al hombre rebaño que abdicaría el espíritu humano ante la presión de la masa. Ese hombre que se disuelve en el murmullo colectivo, que siempre renuncia a la chispa de la individualidad por la comodidad del anonimato, que vive, no como aspirante a creador, sino como el vergonsozo zumbido de la multitud. Heredero de esta tradición, no piensa, no crea, no desafía; se limita a pastar en los campos de las verdades heredadas, guiado por pastores donde las siente únicas —sean religiosas, políticas o culturales— porque le ofrecen seguridad a cambio de su libertad.
Pero el hombre descrito por Nietzsche es un individuo valioso, capaz, valiente, representante de la línea ascendente de la vida (son sus términos) ese que acusan de egoísmo por su falta de humildad, la maldición de Constantino, pero en realidad es quien no se siente culpable con sus sueños. Ese hombre amante de la soledad, que no necesita la manada, ama su libertad y hay que alentarlo. En cambio, lo solicitado por los verdugos debe ser alguien débil, decadente, que siente no merecer, imposibilitado, porque ha sido programado para sentir carece de valor.
El hombre rebaño atrapado en las burocracias fatales como la Union Europea, la ONU, OTAN. Ese que todavía desfila por las calles del DF idiotizado por el Peje, en Caracas, en Bogotá, en Bolivia pidiendo regrese Evo Morales, en las ciudades de EU con su estúpido letreo NO KING, en Buenos Aires llorando por el regreso de sus verdugos. Y, lo más triste, esos tan léidos y escrebeídos que gritan con la misma fuerza de los colectivos de Maduro por estar fuera de la burocracia, congresistas demócratas criminales por motivos que no exponen, odian a Trump. Esos son la herencia de Constantino y su milagro del intento de asesinato en Nicea. El intento de asesinar al verdadero redentor de la humanidad, el hombre libre.
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