Ricardo Valenzuela
Ante la amenaza de Marx, pedía la palabra Andrew Carnegie para afirmar. Es lamentable el mundo no hiciera algo para evitar que las amenazas de Marx, como es muy obvio, causaran una devastación que, en mi opinión, mantuviera a más de la mitad de los seres humanos en ese infierno por tanto tiempo. En lo personal, creo encontré el secreto del progreso humano cuando me hice miembro de un grupo de discusión en donde conocería los escritos del gran Herbert Spencer. A ese hombre que puedo definir con una de sus frases: “Los mercados libres, sin intervención del gobierno—han demostrado son el más grande y poderoso incentivo de la gente para constantemente mejorar sus vidas.”
Continuaba Carnegie. Al haber iniciado mis lecturas de este gran filosofo, en una de ellas encontré un capitulo explosivo titulado, El Derecho de Ignorar al Estado. Aun en aquella era de grandes ataques al liberalismo clásico, Spencer tuvo el valor para hacer esta declaración. “Si cada hombre tuviera la libertad para hacer todo lo que desea, siempre y cuando no infrinja esa misma libertad de ningún otro hombre, entonces sería libre para terminar su conexión con el estado, renunciar a su protección y negarse a pagar por su manutención. Sería evidente que con esa conducta no estaría infringiendo la libertad de otros, pues su posición sería pasiva y manteniéndola nunca sería agresor.”
A pesar de su éxito como autor, decidió mantenerse como escritor independiente y aplicar sus ideas como inspiración para las políticas de los gobiernos. De inmediato se sumaba a la luz de los filósofos economistas como John Stuart Mill, en la cruzada por la libertad de comercio de John Bright, estadistas liberales como William Ewart Gladstone, zoo logistas como Thomas Huxley hasta Charles Darwin. El gran autor Henry Hazlitt lo citaba como una de las más poderosas influencias para limitar los gobiernos, impulsar la filosofía Laissez-faire e individualismo. Yo lo considero como el gran profeta advirtiendo la emergencia del socialismo que llevaría al mundo a su esclavitud, el fracaso de la educación pública y, en especial, lo diabólico del estado benefactor.Mises pedía la palabra para afirmar. Spencer fue un gran dolor de cabeza para filosofías, como las de Marx, pretendiendo que el hombre, como fin último, renunciara totalmente a esas acciones. Porque ellos consideraban la vida como el gran mal que a los hombres solo les proporcionaba pena y sufrimiento, negando que cualquier esfuerzo humano consciente podría lograr hacerla tolerable. Y solo aniquilando la consciencia, la razón y entregando su vida sería posible para él alcanzar la felicidad.
Claro, gritaba Marx, el único camino que conduciría a la salvación y a la bienaventuranza debía exigir la transformación de los seres humanos en un ente totalmente pasivo, sumiso, indiferente e inerte, como las plantas. Porque nosotros hemos comprobado que el bien supremos requiere del hombre renunciar tanto al pensamiento como la acción. Pues, sabemos cómo otros grandes pensadores describían al ser humano como un ser salvaje y perverso y, por lo tanto, incapaz de recorrer tal camino y solo el estado los debería llevar de la mano.
Interrumpía Sócrates en desacuerdo con Marx, afirmando la razón era nuestra herramienta más poderosa para navegar la vida. No debería ser simplemente la capacidad de pensar, sino desarrollar la habilidad de pensar bien, discernir lo correcto de lo incorrecto, lo esencial de lo trivial. Una búsqueda incansable de la verdad en esa ruta siempre guiada por la razón. El dejarnos llevar por impulsos irracionales o por la presión del grupo, en lugar de nuestra razón, prevalecerían sobre los argumentos racionales para convertirse en conductas así, irracionales y de las grandes destrucciones.
De repente se escuchaba el famoso grito de Hitler. El peor error que los seres humanos pueden cometer es tratar de que un gran búfalo pueda volar. Porque el búfalo es muy fuerte, muy grande, pero jamás podrá volar, no tiene alas. Entonces, a ese animal le debemos asignar otras tareas. En las sociedades tenemos un fenómeno similar, muchos búfalos rondando sin rumbo y necesitan alguien que los dirija. Ustedes hablan mucho de igualdad con lo que han causado gran confusión. Hablan de su democracia que el mismo Sócrates odiaba pues la plebe no debe regir.
Y la realidad nos muestra que esa plebe necesita bozal, pero, como en Roma, también necesita pan y circo. En Europa hemos comprobado es un seguro camino al fracaso, pero, por razones inentendibles, la han ubicado como el gran ideal. Pero, otro de los grandes filósofos, Platon, siendo también su enemigo, argumentaba que la mejor alternativa sería que los pueblos fueran dirigidos por un noble y sabio filósofo lo que todos sus contemporáneos lo etiquetaban como epistocracia, el mandato de los que tienen el conocimiento. Es decir, ese gran poder político debería ser asignado de acuerdo con la competencia, habilidades y la buena fe para actuar.
Continuaba Hitler. Yo, en lo personal, siempre he rechazado el mandato de las masas, creí que una combinación podría funcionar mejor, especialmente ante las condiciones de una destrucción total que la primera guerra mundial le heredara a mi país, Alemania. Una autocracia haciendo bien las cosas. Y estoy seguro de que, si analizan los resultados de los primeros años de mi gestión, me darían una buena calificación. Pero, desgraciadamente ya había otros planes para Alemania que involucraban la guerra en una agenda oculta de ciertos poderes.
Cállate asesino, gritaba Churchill invadido de una rabia explosiva y, sobre todo, de miedo. Tu la iniciaste invadiendo Polonia con lo que mostrabas tus intenciones. Hitler con tranquilidad le reviraba. No, señor ministro, tu y Daladier de Francia me declararon la guerra sin que yo los hubiera ofendido. Ustedes no respetaron el acuerdo firmado por Chamberlain en 1938, con el cual Inglaterra garantizaba el regreso de la región alemana que le habían entregado a Polonia al final de la primera guerra mundial. Acuerdo que yo le exponía a Chamberlain mi sospecha los polacos no cumplieran.
Y, cuando los polacos renegaran de su firma y ustedes rehusaran honrar lo garantizado y firmado, habiendo informado a Chamberlain el mismo día de la firma lo que sucedería si los polacos no cumplían, fue cuando invadimos Polonia y en dos dias lográbamos lo comprometido. Pero, con tu agenda personal decidiste declarar una guerra que sabias no podrías ganar. En dos meses ya teníamos a media Europa derrotada.
Pero, tus masacres. Otro día hablaremos de eso cerraba Hitler.
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