LA VERDADERA PASION DE LA GENTE (PRIMERA)

Ricardo Valenzuela

Semana Santa 2024... Esta es la historia desconocida de Jesús de Nazaret 

Creo que el gran descubrimiento de mi vida ha sido identificar mi glándula pineal y, sobre todo, haber sido capaz de lograr mis primeros contactos con lo que el gran Descartes describía como el asiento de Dios. Einstein la etiquetaba como la puerta hacia la quinta dimensión en donde cualquier ser humano puede entrar para comunicarse con el Dios interior que todos tenemos. Esa divinidad de la que tanto insistía Jesús en sus verdaderos mensajes. No busques el reino celestial en el exterior, el reino está dentro de ti.”  

Porque Jesús no le rezaba al dios del viejo testamento, puesto que nunca usaba la palabra, Dios, la que él usaba, era padre, a quien, con sus mensajes subliminales, se podría detectar para identificarlo como una conciencia muy superior a cualquier otra fuerza conocida. Y, el Dios que él identificaba con sus mensajes encriptados, era el Dios que todos tenemos en nuestro interior como extensión de esa conciencia superior. Ese es el Dios a quien deberíamos orar, no haciendo pedidos, sino siempre afirmando, decretando lo que ya tenemos oculto y no sabemos cómo sacarlo, y lo afirmaba así el evangelio de Tomás: “Lo que tienes en tu interior, si lo sacas, te salvará, pero si no lo sacas, te destruirá.”

No deberíamos mendigar, pues somos extensiones de esa conciencia superior, deberíamos afirmar y decretar que somos parte de ese padre que tanto citaba Jesús. Porque Jesús no vino al mundo para establecer una iglesia, tampoco para redimirnos de nuestros pecados. El vino para liberarnos de las cadenas que nos habían impuesto para jamás encontrar nuestra divinidad interior. Sin embargo, se aprovechó su figura para crear otras cadenas más fuertes y poderosas para una nueva esclavitud, las religiones a su alrededor. Jesús nunca hizo referencia a una iglesia, religión ni templos, él siempre se refería al dios interior. 

Jesús no rezaba, él oraba para comunicarse con esa conciencia superior que él llamaba padre, una fuerza más grande que todas las religiones inventadas, más fuerte que todas las iglesias constituidas, más potente que una bendición papal. Él nos dejaba mensajes encriptados para que los descifráramos utilizando la mente que, junto con ese Dios interior, los debíamos de entender para que fuera nuestra guía sin necesidad de recurrir religiones organizadas, intermediarios, templos, sufrimientos recetados, ni abanderados espirituales. 

La iglesia de Constantino ha sido uno de los engaños más grandes que se le ha perpetuado a la humanidad. Ellos habían utilizado la figura de Jesús para consolidar el programa que el emperador necesitaba para control total de gente ya protestando. Con toda premeditación se usó la figura de Jesús para establecer ese ansiado control total organizado de las masas a través de programar sus mentes y sus creencias utilizando el temor, la culpa, el sufrimiento para ganar un paraíso futuro, su impotencia, el peligro de un gran mal del que solo la iglesia los podría proteger. 

Así llegamos a este mundo ya cargando el pecado original y, para poder entrar, solo la iglesia lo permitiría a través de nuestro bautismo y, si eso no fuera suficiente, esa misma iglesia nos daría nuestra confirmación. Si nos queríamos unir a quien amábamos, solo la iglesia lo haría posible a través de su servicio matrimonial. Más adelante, al parecer bautismo y confirmación no hubiera suficiente, una vez más nos debían avalar nuestra bienvenida con la primera comunión para, finalmente, quedar limpios de los pecados con los que arribábamos a este mundo viajando, posiblemente, desde un infierno del pecado donde llegaríamos ya contaminados. 

A través de la vida, calificados como viles pecadores, deberíamos acudir con regularidad a la confesión de esos pecados cometidos de acuerdo con la lista establecida por ellos, pero confesados ante un pecador igual que nosotros con la supuesta autoridad divina para perdonarnos, obviamente después de cumplir la penitencia con la que debíamos de pagar. Y, para mantenernos limpios ante las grandes tentaciones del mundo, de forma obligatoria debíamos de asistir a misa los domingos, en donde, otro pecador, nos dirigiría un mensaje para mantener nuestra dependencia siempre amenazando con el infierno.  

A las mujeres les organizarían sus rosarios durante la semana para que acudan al laboratorio para su procesada esclavitud especial, repitiendo miles de veces las oraciones de su entrega como, “arca de la alianza, ruega por nosotros,” siempre suplicando por buenaventuras, el innecesario perdón pues no tienen nada que se deba perdonar, pero las convierten, igual que a sus maridos, en los pidiches eternos de algo que, en su programación, todos piensan solo alguien más se los puede conceder (salud, dinero, paz, perdón, felicidad) sin entender que ellos tienen todo eso en su interior listo para salir si encuentran la forma de sacarlo. Su Dios interior. 

En el transcurso del año, para que nadie se olvide de sus deberes, tendríamos la Semana Santa para recordar la pasión y la crucifixión del señor, con la errónea idea de que su sacrificio fue para el perdón de nuestros pecados. La realidad es que lo asesinaron por el peligro que representaba al estar provocando el despertar de la gente para encontrar el reino de los cielos en sus interiores. En algunas partes, se llevaría a cabo la recreación de ese evento hasta llegar a la crucifixión de quien representara a Jesús y, con su frase, “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen,” la gente llorando fortificaría su entrega y sumisión ante su falsa creencia que murió por ellos, un ejemplo que deben seguir aceptando el sufrimiento. 

Pero también nos darían las fiestas de alegrías con la Navidad, para celebrar el nacimiento del Niño Jesús quien había sido designado, aparentemente por un dios cruel, para sufrir el peor de los castigos reservado para los peores criminales. Pero, nos decían que él pagaba por nuestros pecados que nos habían listado en los diez mandamientos y toda su liturgia especial. Pero en la Navidad había que celebrar la llegada de nuestro redentor y, para darle dramatismo, nacía de una virgen por obra y gracia del espíritu santo—algo difícil de asimilar e imposible de entender, pero obligatorio aceptar acudiendo a la fe o caer en pecado. 

Todo eso me provocaba vivir rascándome la cabeza sin entender.     

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