En medio de
todas las explosiones que ha provocado el regreso de Trump y, sobre todo, las
acciones temerarias de sus primeros tres meses, estamos aprendiendo infinidad
de cosas. Una de ellas ha sido provocada por los feroces ataques que le hacen,
no solo los marxistas desvelados, sino los que han surtido los ejércitos de los
diferentes contingentes que se autodescriben amantes de la libertad. Un
concepto de libertad usurpando la marcha de quienes han combatido siempre por
ese derecho. Ese sagrado derecho a la libertad que, en mancuerna con el derecho a
la vida, forman la más alta aspiración de los seres humanos. Aspiración que siempre
ha sido combatida por toda clase de tiranos hasta el presente que vivimos.
Pero, al analizar esas fuerzas nos daremos cuenta de que, además de los clásicos, hay otros con ponzoñas especiales muy potentes y, al medir sus capacidades para hacer daño a la marcha de este ideal, veremos que muy cercano a los clásicos se ubican una serie de corrientes que, provocando grandes confusiones, se declaran apóstoles de la libertad cometiendo el pecado de la usurpación adjudicándose algo que no les pertenece. Y, lo verdaderamente patético, es que el daño que le infringen a la causa es similar al que sus enemigos declarados le han provocado durante siglos.