Ricardo Valenzuela
Durante toda una vida tratando, según me lo habían hecho entender, debía adquirir un conocimiento diferente al que me habían proporcionado de la forma tradicional para alguien emergiendo de familias dedicadas a los negocios, nuestro destino natural. Después de las universidades me sumergía en potentes lecturas de las ramas de mi vocación, economía, finanzas, liderazgo etcétera. Me di cuenta de que habia ignorado algo fundamental, el llegar a realmente conocer al principal actor de este interminable recinto que llamamos nuestro mundo, la compleja creación de dios para habitarlo, el ser humano.
Y, como siempre he vivido blandiendo mis conductas compulsivas, adictivas, tanto en lo bueno como en lo malo, inicié mi cacería en otro interminable recinto donde moran esas ideas para mi desconocidas y, olvidando aquellas descripciones de locura para quienes navegaban un solo campo que, en la ceguera clásica, considerábamos el bosque de la locura. Decidí acudir a la filosofía, pero, a mi estilo, buscando a esos filósofos diferentes que a ellos mismos les colgaban la etiqueta de locura, los condenaban, los rechazaban, excomulgaban e, inclusive, a través de los siglos los eliminaban por considerarlos peligrosos enemigos de la humanidad.